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05.04.19

Presidentes sin mayorías legislativas

(El Líbero) Si la oposición insiste en mantener una actitud obstruccionista y el gobierno no logra construir puentes para cambiar el status quo, más temprano que tarde empezarán a escucharse voces que apunten al sistema electoral como el causante de la dificultad que tendrán todos los gobiernos en avanzar sus agendas legislativas.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Ahora que el país tiene un sistema de representación proporcional para elegir a los legisladores, deberemos empezar a acostumbrarnos a que los presidentes difícilmente tendrán una mayoría en el Congreso Nacional. El gobierno se podrá enojar con la oposición, acusándola de obstruccionista, y la oposición podrá responder acusando al gobierno de intransigente. Pero el nuevo status quo será que el presidente siempre tendrá que enfrentar a un congreso hostil. La causa de este problema está en que el nuevo sistema electoral genera un congreso fragmentado, lo que dificulta la construcción de coaliciones mayoritarias que puedan trabajar con los gobiernos para avanzar una agenda legislativa.

Entre 1990 y 2018, el sistema político chileno combinó un fuerte sistema presidencial con el sistema electoral menos proporcional de todos. Aunque muchos lo definieron como semi-mayoritario (un concepto tan difícil de entender como que una mujer está “semi-embarazada”), el binominal en realidad era un sistema proporcional, pero como se distribuían solo dos escaños por distrito o circunscripción electoral,  generaba fuertes incentivos para que los partidos se agruparan en coaliciones. Por eso, y porque las elecciones legislativas coinciden con las elecciones presidenciales (que además tienen segunda vuelta), los partidos han debido mantenerse agrupados en torno a coaliciones (incluso el Frente Amplio terminó apoyando al candidato de la Nueva Mayoria en segunda vuelta). Por cierto, cuando los críticos del binominal criticaban el sistema diciendo que era único en el mundo, la crítica era tan correcta como trivial. Después de todo, la combinación de reglas electorales que hay en cada país hace que cada país tenga un sistema electoral único.

Ahora bien, la adopción de un nuevo sistema electoral más proporcional a partir de 2017 ha traído consecuencias inmediatas en la forma en que los partidos entienden las coaliciones. Si bien sigue habiendo incentivos para ordenarse en torno a coaliciones en las elecciones presidenciales, de alcaldes o, próximamente, de gobernadores regionales, los incentivos para formar coaliciones son menos fuertes en contiendas legislativas o de concejales. Los partidos pueden sobrevivir “yéndose por la libre”. Esa contraposición hace que los conflictos entre el Ejecutivo y el Legislativo sean inevitables. Mientras los presidentes se deben a una mayoría electoral del país, los legisladores solo deben mantener satisfechos a sus nichos. Luego, mientras los presidentes necesitan construir grandes acuerdos para lograr ser exitosos, los legisladores muchas veces se benefician precisamente al rechazarlos. Si un legislador solo necesita un 15% de los votos para mantener su escaño, cualquier llamado a la moderación o a la construcción de grandes consensos lo tiene sin cuidado. El legislador va a mantener su base precisamente porque se opone a la construcción de consensos.

Es verdad que entre 1990 y 2006, producto de la presencia de senadores designados, los gobiernos de la Concertación se vieron obligados a negociar cada uno de sus proyectos de ley con la mayoría artificial que tenía la derecha en el Senado. Pero los incentivos que entonces tenían los senadores de derecha democráticamente electos eran distintos a los que tienen los legisladores de oposición hoy. Entonces, para mantener sus escaños, las coaliciones debían asegurar al menos un tercio de los votos. Ahora, en varios distritos, un legislador puede ganar con comodidad con menos del 10% de la votación. Ya no existen incentivos para buscar la moderación y los grandes acuerdos.

Con las reformas que entraron en vigencia con las elecciones de 2017, la democracia chilena comenzó una nueva etapa. Muchos celebraron el fin del sistema electoral binominal sin pensar demasiado que el nuevo sistema electoral tendría también consecuencias. Si bien ahora hay más diversidad en la composición del Congreso, también hay más incentivos a la fragmentación y más obstáculos para la construcción de consensos. A partir de marzo de 2018, el país tiene más partidos representados en el Congreso y los legisladores tienen menos incentivos para buscar la moderación y la construcción de grandes acuerdos. Esas son las nuevas reglas de la democracia.

Como si eso no fuera ya un desafío mayor, Chile Vamos —y las otras fuerzas de derecha chilena— fueron incapaces de atraer una votación lo suficientemente alta en las elecciones legislativas de 2017 como para poder construir una mayoría que le permitiera controlar el Congreso. La realidad innegable que debe enfrentar el gobierno del Presidente Piñera es que la oposición tendrá mayoría en ambas cámaras. Si la oposición insiste en mantener una actitud obstruccionista y el gobierno no logra construir puentes para cambiar el status quo, más temprano que tarde empezarán a escucharse voces que apunten al sistema electoral como el causante de la dificultad que tendrán todos los gobiernos en avanzar sus agendas legislativas.

Fuente: EL Líbero (Santiago, Chile)