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12.12.19

Nació la presidencia Alberto

(7 Miradas) El nuevo presidente marcó varias cuestiones que pueden ser ríspidas, tanto al exterior como al interior del gobierno. El combo justicia, servicios de inteligencia, medios y transparencia en el Estado va a generar más de un conflicto y malinterpretaciones entre los actores principales. Solo una tarea de micro cirugía podría evitarlo. Pero en un hospital de campaña se complica la sintonía fina.
Por Carlos Fara

(7 Miradas) Hizo todo lo razonable para dejar sentada la imagen de que él tiene el timón del ejecutivo. El legislativo es otra cosa y ahí reinará Cristina. Pero él fijó el estilo y la agenda de su mandato. Pudo regodearse más con la herencia recibida, pero evitó hacer leña del árbol caído. Usó la mayoría del discurso para hablar más del futuro que del pasado.

Este buen comienzo –políticamente hablando- no responde a la pregunta del millón: gobernará él o ella? Pero conviene advertir que dicha cuestión nunca será respondida de manera definitiva hasta la próxima elección presidencial. Estar al lado de alguien que fue reelegida con el 54 % de los votos, y con un sistemático manejo tan personalista, implica dormir con el auditor todos los días: lo que habría dicho, lo que hubiera decidido, cómo lo habría hecho.

Al tomar un temperamento moderado, Alberto da cuenta del resultado electoral (que le costó comprender). Como dijimos en esta columna, el mensaje global de la ciudadanía fue: “cambio sí, pero que nadie se sienta dueño de todo”. Ergo, no hay mucho lugar para el desmadre, más allá de lo folclórico (como el regreso de la locutora militante).

El nuevo presidente marcó varias cuestiones que pueden ser ríspidas, tanto al exterior como al interior del gobierno. El combo justicia, servicios de inteligencia, medios y transparencia en el Estado va a generar más de un conflicto y malinterpretaciones entre los actores principales. Solo una tarea de micro cirugía podría evitarlo. Pero en un hospital de campaña se complica la sintonía fina.

Hizo todo lo razonable para dejar sentada la imagen de que él tiene el timón del ejecutivo. El legislativo es otra cosa y ahí reinará Cristina. Pero él fijó el estilo y la agenda de su mandato. Pudo regodearse más con la herencia recibida, pero evitó hacer leña del árbol caído. Usó la mayoría del discurso para hablar más del futuro que del pasado.

Este buen comienzo –políticamente hablando- no responde a la pregunta del millón: gobernará él o ella? Pero conviene advertir que dicha cuestión nunca será respondida de manera definitiva hasta la próxima elección presidencial. Estar al lado de alguien que fue reelegida con el 54 % de los votos, y con un sistemático manejo tan personalista, implica dormir con el auditor todos los días: lo que habría dicho, lo que hubiera decidido, cómo lo habría hecho.

Al tomar un temperamento moderado, Alberto da cuenta del resultado electoral (que le costó comprender). Como dijimos en esta columna, el mensaje global de la ciudadanía fue: “cambio sí, pero que nadie se sienta dueño de todo”. Ergo, no hay mucho lugar para el desmadre, más allá de lo folclórico (como el regreso de la locutora militante).

El nuevo presidente marcó varias cuestiones que pueden ser ríspidas, tanto al exterior como al interior del gobierno. El combo justicia, servicios de inteligencia, medios y transparencia en el Estado va a generar más de un conflicto y malinterpretaciones entre los actores principales. Solo una tarea de micro cirugía podría evitarlo. Pero en un hospital de campaña se complica la sintonía fina.

Un párrafo aparte se le dedica a la Cristina de este 10 de diciembre. En el Congreso –ahora su casa- se la vio incómoda, con dificultad para ser la partenaire del presidente en ejercicio. En el camino a la salida se la vio hablar y gesticular permanentemente, como si no pudiera contenerse. Y no solo se mostró fría con Macri, sino también con Massa. Ya en la plaza era lógico que se sintiera más cómoda, con un discurso para la militancia. Su mensaje a Alberto presidente fue un arma de doble filo, con apoyos y advertencias, estableciendo las coordenadas de lo que debe ser la relación entre el mandatario y el pueblo. Pueblo que debería ser convocado cuando Alberto lo necesite para mostrar su apoyo, pero pueblo que se moviliza para la confrontación, no para cerrar la grieta. Perón lo sabía de memoria.

Viendo las muestras de convivencia cívica en el Congreso, un colega decía ese mediodía en un programa de televisión: “por un rato fuimos Uruguay”. La fiesta fue en paz, como debe ser siempre. Eso muestra qué pasa cuando los liderazgos se serenan y ayudan a calmar las ansiedades, instalando otro clima.

Fuente: 7 Miradas (Buenos Aires, Argentina)