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11.12.19

El Nunca Más de Alberto Fernández a las investigaciones de corrupción

(TN) Y es que el consumo de energía que la unidad peronista requiere para reproducirse es muy alto. No sólo para la gestión de la economía, sino también para procesar la crisis política que está inevitablemente asociada a garantizar impunidad. Lo que también necesitará la presencia de Macri: él es uno de los blancos privilegiados de la lawfare que se viene.
Por Marcos Novaro

(TN) La llegada, o el regreso, de los Fernández al poder fue toda una fiesta, y una que siguió al dedillo los cánones de las celebraciones peronistas. Mucha gente en las calles, promesas de justicia social y llamados a la unidad nacional. La locutora militante fue otra de las que volvió. Lo hizo para presentar justamente a Alberto como el “presidente de la unidad de los argentinos”, no un presidente más, tampoco por suerte el “presidente del gobierno nacional y popular” como la que tuvimos hace algún tiempo. De todos modos, una de esas pequeñas torsiones del protocolo y las reglas institucionales con que en este 10 de diciembre se empezó a respirar un aire nuevo, o mejor dicho, se volvió a respirar un aire fácil de identificar, porque es muy conocido, aunque traiga variaciones algo novedosas.

Hubo tres momentos en que los diputados y senadores del Frente de Todos y la tribuna a ellos adicta ovacionaron el discurso del nuevo presidente con particular entusiasmo. Dos de ellos marcaron la jerarquía que rige en el armado peronista y ya nadie discute: fue cuando mencionó a Cristina y a Néstor Kirchner. Fueron solo saludos a la bandera, parte del ritual que Alberto tenía que cumplir ¿sí o sí? El tercero, cuando se refirió muy duramente a las investigaciones de corrupción: “Nunca Más una Justicia subordinada al poder de turno” y sometida al “linchamiento mediático” prometió Alberto; y no sólo el kirchnerismo militante, todo el peronismo se puso de pie y con gritos y aplausos dejó bien en claro que dará su aval a lo que haga falta hacer para demostrar que la Justicia en tiempos de Macri inventó la fábula de que el kirchnerismo tuvo algún déficit de transparencia que merecía ser investigado. Lo que ofrece a cambio, a quienes han buscado justicia sobre los hechos de corrupción, es el fin de la grieta, la reconciliación de la familia argentina. Y una reforma de la justicia federal que, de la mano de Gustavo Béliz, suponga tal vez alguna mejora respecto a lo que hay en Comodoro Py.

Una peculiar ocurrencia la de Alberto, y una muy audaz torsión en el sentido del más importante de los pocos pactos de convivencia con que contamos: el Nunca Más se planteó en 1983 para poner fin e investigar el uso ilegal de la violencia desde el Estado; ahora se lo reflotó para asegurar desde el gobierno que algunos ex funcionarios no tengan que rendir cuentas de lo que hicieron con los dineros públicos. En vez de una Justicia que dice al poder “Nunca Más abuses de tus atribuciones”, un poder que le dice a los jueces que han tratado de hacer su trabajo en estos años, es decir a la parte sana de Comodoro Py, no la enferma, “Nunca Más te atrevas a investigarme”. Alfonsín no estaría seguramente muy feliz que digamos de que se lo haya evocado para justificar semejante operación.

Pero lo fundamental del asunto no es eso, si no el consenso que pueda lograr el llamado a reconciliarnos sobre la base de la impunidad. Esa fue precisamente la pelea de fondo en los años ochenta: o juicios para asegurar un Nunca Más contra el terrorismo de Estado, o reconciliación para garantizar la unidad nacional en base a un pacto de impunidad. Y parece que va a volver a ser la disputa ahora, sólo que no en torno a violaciones a los derechos humanos, si no al saqueo de recursos públicos. Alberto Fernández sabe que esta pelea por el sentido común será decisiva para la operación que ha puesto en marcha y ella a su vez lo será para la buena salud de la coalición que llegó al poder. Porque incluso parte de sus votantes pueden ver no muy bien que se intervenga el Poder Judicial para borrar del mapa investigaciones, pruebas y testimonios, practicar una “tierra arrasada” en la parte sana -o menos contaminada- de Comodoro Py. Y sabe también que va a ser difícil conseguir socios bien dispuestos en la oposición para legitimar esta movida.

Sin duda este será uno de los mayores desafíos del gobierno que está empezando. Aunque no es esta la única novedad que él trae bajo el poncho. En la asunción flotó un aire de deja vu, de revival. Como en las reiteradas referencias a un “nuevo 2003”, a “retomar la senda” que se habría abandonado los últimos cuatro años. Pero más allá de ese revival no pueden menospreciarse las muchas cosas que están pasando por primera vez.

Por primera vez desde el retorno a la democracia un presidente peronista no será el jefe de su coalición. Aunque se quiera comparar con Kirchner, Alberto se parece más a De la Rúa, que tampoco fue jefe de su partido. Encima, enfrente no tiene a varios otros líderes compitiendo entre sí, como fue el caso del radical, si no a Cristina, que por primera vez, porque no lo había logrado entre 2007 y 2015, es la jefa indiscutida de prácticamente todo el peronismo, de sus expresiones legislativas, y de su armado federal y territorial. En la fiesta de asunción esta circunstancia no pasó desapercibida para nadie: es Cristina la que mueve multitudes, la que despierta amor y confianza en una parte importante de la sociedad. Alberto es un accidente de la historia, Cristina es la historia.

Por primera vez, además, un presidente lotea abiertamente su gabinete, sin ningún disimulo, se vanagloria incluso de haberle dado a cada sector del peronismo un pedazo de su administración. Hasta el propio Axel Kicillof se lo reprochó en una reciente reunión con intendentes: según el bonaerense esa actitud era evidencia de que no tenía plan e improvisaba demasiado, cosa que él no piensa hacer, justificando ante los jefes comunales que no hubiera consultado a nadie en el armado de su equipo, más que a Cristina. Puede que Axel termine pagando un costo extra por no haber abierto el juego: si a su administración le va bien va a ser todo mérito suyo, y de Cristina, pero si le va mal no va a tener con quien compartir las dificultades, ni siquiera a Cristina. Alberto de alguna manera se está protegiendo de ese riesgo, tal vez porque no confía en que las cosas le salgan demasiado bien: los pone a todos adentro de la gestión como para que no tengan margen para criticarlo y compartan el peso de las decisiones. El problema puede ser que le resulte muy difícil compatibilizar intereses y presiones. Sobre todo en el área económica: no ayuda en ese sentido haber desdoblado la responsabilidad de administrar las cuentas y las de gastar, puede que Guzmán se entere tarde de que se decidieron gastos sin respaldo. Pronto lo sabremos.

Por primera vez, también, el peronismo gobernante lidia con una crisis que no terminó de estallar, y que genera oportunidades de recuperación más o menos rápida, pero acotadas, y multiplicidad de bloqueos que no se han desarmado. El principal, el peso ya asfixiante del Estado en términos de impuestos y gastos. Lo ilustró Macri en su despedida, y uno se pregunta por qué no lo explicó antes: hoy el Estado pesa casi el doble en la economía de lo que pesaba en 2003, y para peor ese peso se incrementa en la crisis porque su gasto se indexa mientras que los ingresos privados van rezagados con la inflación. ¿Cómo se resolverá ese intríngulis? En principio parece que Alberto Fernández eligió tres víctimas: exportadores, empresas de servicios y jubilados.

Los exportadores son también los socios necesarios de la recuperación así que mucho más no les va a poder sacar. Las empresas de servicio verán achicados sus márgenes de ganancia con el anunciado congelamiento de tarifas, y por lo tanto retrasarán inversiones para compensar, pero lo que pueden perder sin quebrar o necesitar más subsidios del Estado es mucho menos que en 2003. Y los jubilados fueron reconocidos también entre las víctimas del macrismo, por lo que desindexar sus haberes va a tener muy alto costo político: algo tarde los funcionarios de Alberto han descubierto que indexar las jubilaciones “trae inflación”; tratarán de convencer a la sociedad que harán justicia rompiendo los mecanismos automáticos que ellos rechazaron en 2017 por ser supuestamente perjudiciales para los jubilados, pero ahora descubrieron que son demasiado justos para sus bolsillos e impagables para un Estado asediado por infinidad de obligaciones. Habrá que ver cómo administran esta paradoja.

Por primera vez también un presidente peronista que llega abraza efusivamente al que se va: se ve que las relaciones entre Alberto y Mauricio han mejorado mucho recientemente. ¿Por qué será? No hay que exagerar las posibilidad de cooperación entre ellos. El primer motivo que los acerca es que se necesitan para confrontar, no para cooperar. Para Alberto mantener a Mauricio en el centro de la escena viene bien para sobreactuar la diferencia con el pasado que es capaz de producir con los flacos recursos fiscales disponibles. Le permitirá también anticipar ante sus conmilitones la competencia que se viene encima, y que les exige cerrar filas, disimular diferencias y disculpar incumplimientos. Ya lo dijo hace unos días: “miren que si nos dividimos nos sale otro Macri”. La unidad peronista es un recurso administrado por Cristina, pero cuyo primer beneficiario es Alberto, y lo sabe, no podrá sobrevivir sin esa cohesión reinventada.

También por otra de las novedades que anunció en su discurso: Alberto adelantó que se va a negociar rápido no sólo con los bonistas privados si no con el FMI, e hizo depender de esa negociación la elaboración de un nuevo presupuesto. El mensaje es extraordinariamente novedoso y puede que no muy simpático para los oídos kirchneristas: significa que se hará lo contrario que en 2003-2005, en que se terminó pateando fuera de la cancha al Fondo para poder hacer desmanes en el presupuesto público. Probablemente en este gesto de Alberto sí haya un rasgo de moderación y racionalidad que pueda ser bien recibido en la oposición, hasta mejor que en su propia fuerza.

Y es que el consumo de energía que la unidad peronista requiere para reproducirse es muy alto. No sólo para la gestión de la economía, sino también para procesar la crisis política que está inevitablemente asociada a garantizar impunidad. Lo que también necesitará la presencia de Macri: él es uno de los blancos privilegiados de la lawfare que se viene. Y que supuestamente, según Alberto, no sería más que la respuesta peronista a la que se montó en su contra años atrás. También lo son los acusados de uno de los jueces más fanáticamente kirchneristas que haya existido, y que sobrevivió milagrosamente todos estos años: Luis Rodríguez, quien estaría por detener a Laura Alonso y José Aranguren. ¿Querían lawfare?, ¡ahora van a ver lo que es lawfare en serio!. ¡Más les vale que acepten la reconciliación que les ofrecemos como alternativa!

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)