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01.03.20

El gobierno de la marca de la moderación

(Diario Popular) Alberto Fernández debe articular dos tensiones: la económica -como fruto de la situación que iba a heredar- y la política -como consecuencia de la génesis de la propia coalición, diversa y con el liderazgo mayor en la vicepresidenta.
Por Carlos Fara

(Diario Popular) Desde el mismo momento que se impuso en las primarias de agosto, Alberto Fernández sabía que debería articular dos tensiones: la económica -como fruto de la situación que iba a heredar- y la política -como consecuencia de la génesis de la propia coalición, diversa y con el liderazgo mayor en la vicepresidenta. Es decir que tendría una sobrecarga poco común para un presidente, diría quizá inédita, más aún para un presidente peronista.

Repasemos la historia: Alfonsín, Menem y Cristina en su segundo mandato asumieron con un control fuerte sobre su propia fuerza política. De la Rúa de entrada estaba más condicionado por el ascendiente de Alfonsín sobre el radicalismo, y por tratarse de una coalición inédita hasta ese momento. Kirchner asume con carencia de la legitimidad suficiente -por la huida de Menem del balotaje- pero con la recuperación en marcha, generada por Duhalde. CFK tuvo que compartir el liderazgo con Néstor 3 años, pero no había duda de la solidez de ese matrimonio político. Macri ya es una rareza porque llega con una coalición, pero su gobierno fue de un solo partido (explícitamente). Alberto llega con el peor escenario: ni es dueño de la coalición, ni recibe el país en recuperación.

A todo mandatario se lo debe evaluar en función del contexto con que arriba, y de los márgenes de maniobra que logra construir. Menem post convertibilidad y CFK en sus dos mandatos gozaron de los mayores márgenes de maniobra desde 1983. El resto estuvo acotado política o económicamente, o con la sumatoria de ambos. Pero todos fueron ungidos con alguna legitimidad interna previa. Alfonsín, Menem, De la Rúa y Macri se impusieron en primarias. Néstor no, pero era el caballo del comisario, y Cristina que era la continuidad de aquél. Alberto no tuvo ninguna de esas ventajas, aunque sí el apoyo clave de su mentora.

Hecha dicha lectura, todo el mandato de Alberto será tortuoso. Ya sea porque "agarró un fierro caliente", o porque comparte la dirección del proyecto político. Esto no implica que exista doble comando o gobierno bifronte. Hasta acá no hay evidencias concretas de que eso ocurra, al menos en las cuestiones centrales: en las más simbólicas sí hay oscilaciones propias de la génesis de la coalición. Las discusiones semánticas no afectan la vida cotidiana de los ciudadanos, ergo no son relevantes a la hora de describir el cuadro.

Por otro lado, es importante refrescar que las diferencias de Alberto con Cristina quizá sean más de forma que de fondo. No parece haber tanto una fisura conceptual, como estilos de conducción política muy diferentes. Y luego están los matices lógicos y el juego de quién manda: Alberto trata de llevar una línea discursiva y un tono componedor, mientras que ella nunca se priva de meter el dedo en la llaga. Cristina marca la cancha para que él no se olvide que ella lo ungió. Esto no evita que a la corta o a la larga dichos matices no deriven en cortocircuitos. Hasta el mejor matrimonio puede terminar en divorcio.

Con todas las polémicas a cuestas -si el ajuste es solidario, la actualización jubilatoria, el debate sobre los jueces, la política de seguridad- Alberto trata que el signo de su mandato sea la moderación en todo sentido. No siempre lo logra por la propia génesis del Frente de Todos, y porque algunos jugadores de su propio equipo (del albertista) lucen descoordinados.

La mayoría de la opinión pública acompaña esa moderación por el momento. Téngase en cuenta que cuando se parte de una situación percibida como muy compleja, el crédito social se hace más largo. Todos los alborotos que suceden en la política, la economía y el mundo tienen un impacto más lento en sociedad si no le impactan de lleno en su cotidiano, y si no despiertan temores previos. De hecho, al FMI le llama la atención que no se manifiesten mayores protestas sociales teniendo en cuenta lo antipático que son algunas medidas del nuevo gobierno: el peronismo tiene esa ventaja. Recién van 80 días. Los momentos de mayor zozobra todavía no llegaron.

Fuente: Diario Popular (Buenos Aires, Argentina)