Entrevistas

02.07.17

Cándido Figueredo:

«La mafia nunca te perdona y nunca te olvida»

El periodista paraguayo, corresponsal de ABC Color, destapó varios de los negocios del narcotráfico y la complicidad política en la ciudad de Pedro Juan Caballero, en la frontera de su país con Brasil. Sus revelaciones le valieron vivir con custodia permanente y bajo constantes amenazas. «Lo más terrible es la autocensura», asegura. Pero aclara: «Ninguna noticia vale una vida». En 2015 obtuvo el Premio Internacional a la Libertad de Prensa que otorga el CPJ.

Estuvo de visita en Buenos Aires del 31 de mayo al 30 de junio en el marco de un convenio entre el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) y el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL). Fue declarado Huésped de Honor por la legislatura porteña.

-Usted denuncia la complicidad entre poder político y narcotráfico en Paraguay. ¿Hasta qué punto siente que sus investigaciones rinden sus frutos?

-La realidad es que es muy poco el efecto que surge. Antiguamente un jefe narco en una ciudad solventaba la campaña de los políticos a cambio de favores cuando llegaran al poder. Lo llamativo es que ahora la mafia ya no actúa de esa forma, sino que directamente coloca gente de su confianza para inmiscuirse en política. Le solventan sus campañas y al final terminan teniendo su propio representante dentro del Congreso. Y eso hace que sea mucho más dificultoso. Sin embargo, eso no debe hacer que dejemos de publicar o de creer que algún día esto va a tener efecto. Aunque no dé tanto resultado, siento que he hecho mi parte. Eso es importante para mí como periodista, que haya hecho mi parte y no me haya callado. Y no me voy a callar, voy a seguir trabajando aunque me cueste mucho hacerlo.

-Cuando habla de que en Paraguay existen los crímenes perfectos, ¿se refiere a la complicidad entre poder político y el narcotráfico?

Dividiría la narcopolítica y el crimen perfecto en dos temas. La narcopolítica es un tema muy candente y muy actual en nuestro país. Es algo real que ha matado gente y ha creado impunidad para sus miembros. El crimen perfecto es lo que las mafias hacen y eso es porque no funcionan los estamentos del Estado. Hay un poder político mafioso que hace que todos los hechos de los grupos criminales no sean investigados. Entonces tenemos una narcopolítica que va creciendo en el país y los resultados son que cada día tenemos más muertes perfectas porque no se investigan. No hay voluntad política para resolver los problemas del narcotráfico. Al contrario, en una época como ahora, de elecciones, ellos están detrás del dinero sucio del narcotráfico para hacer una campaña.

-En distintas ocasiones, dijo que se sentía rehén en su pueblo y como si viviese en una cárcel. ¿Le resulta paradójico que a muchos de quienes investigó y denunció estén libres?

Eso se debe al ambiente de corrupción en el que está no solo Paraguay, sino el resto de América Latina. Los narcotraficantes manejan muchísimo dinero y fácilmente compran a la Justicia. Como periodistas, estamos tocando una “empresa” que genera millones de dólares. Cada vez que escribimos algo contra ellos, el gobierno y las autoridades necesariamente tienen que hacer algo, por lo menos para tapar el ambiente. Mientras dura la investigación, los mafiosos no trabajan. Y eso les genera millones de dólares en pérdidas. Por eso nos amedrentan a nosotros, nos amenazan por teléfono, nos intervienen el sistema de internet. No podemos arriesgarnos a salir tanto. Sabemos lo que nos puede pasar, pues ya mataron a muchos periodistas del lugar.

Cándido Figueredo Ruíz durante su visita en la sede de CADAL

-¿Cuáles son las medidas que tomó para protegerse, además de la custodia policial?

Ando con chaleco antibalas y tengo una pistola que me acompaña en todos los lugares. Pero lo más terrible es la autocensura. Tengo temas que podría publicar y que estoy seguro que en menos de 24 horas, por más guardia que tenga, me podrían matar porque generaría un conflicto muy grande. Eso es lo más doloroso, porque a veces tienes cosas que realmente pueden revolucionar, pero siempre hay que ponerlo en la balanza: ¿conviene esto?, ¿voy a salir vivo de esto? Porque ninguna noticia vale una vida. Lo importante es que el periodista vaya, haga su trabajo y pueda salir vivo. No vale la pena ser mártir. Nosotros no necesitamos periodistas mártires, necesitamos periodistas activos que vayan con inteligencia denunciando los hechos.

-Más allá de los tiroteos a su casa y a su auto, ¿cuál fue la peor amenaza que le hicieron?

Las llamadas telefónicas son lo peor que hay. Te llaman de madrugada y te dicen “Che, buscate en un supermercado pan de navidad, que está en oferta. Aprovechá y hacé ya, porque no llegás a navidad” y te cortan. O “qué suerte tenés vos, poder irte a elegir ya el cajón que vas a usar”.

-Ante el peligro constante, ¿cómo es la relación con su familia?

Con mi esposa “gracias a Dios” no tenemos hijos, porque si tuviéramos hijos no podríamos hacer el trabajo que hacemos. Porque los narcotraficantes buscan tocarte la parte que más te afecta. Ella está presa conmigo, sabe cómo manejar un arma, cómo defenderse en caso de necesidad. Tengo una familia de seis hermanos y dos hermanas. No tenemos ninguna relación más que a través de una sobrina, que es mi contadora. Ella es la que a veces me cuenta. Pero no tenemos una relación justamente para evitar ese problema.

-¿Alguna vez los amenazaron?

Una vez publiqué un material sobre un narcotraficante que había participado de un asalto a un banco. Escribimos esa nota y yo sentía que algo iba a pasar. Le dije al policía que saliéramos de la ciudad. Volvimos a la tardecita y la encontré a mi madre en mi casa llorando. Y me dice que cinco tipos armados de metralletas, a la fuerza, lo llevaron a mi hermano. Amenazó a toda la familia, a mi mamá. Como soy del lugar, sé cómo piensa ese narcotraficante, cómo actúa. Apenas me identifiqué, me dice: “Sí, tú vas a venir acá y me vas a decir todo. Si no tu familia va a pagar”. Yo le dije: “Me va a hacer un gran favor porque yo no tengo ningún contacto con ellos”. El tipo se sorprendió. Hasta hoy, todos mis familiares dicen que no tienen contacto conmigo. Inclusive dicen que no están de acuerdo con lo que escribo. Esa relación familiar tal vez sea de lo más fuerte que tuve que enfrentar.

-¿Cómo se relaciona con sus amistades?

No tengo amigos. No tengo una relación, no tengo visitas en casa. Muchos no quieren ir. Algunos te hablan por teléfono pero ni siquiera quieren venir. Amigos, en ese aspecto, yo no tengo. Vida social no tengo. Yo nunca voy a un cumpleaños, nunca voy a un casamiento, nunca puedo sentarme en la vereda enfrente de mi casa. Nunca puedo salir a un bar a tomarme un vino o comer una pizza. Eso es impensable para nosotros.

-¿Con qué investigación comenzaron las amenazas en su contra?

Al lado de la casa de mi madre había un lugar comercial que estaba cerrado. “Parece que van a poner una funeraria”, me dijo. Al otro día me llamó y dijo que en la madrugada ametrallaron el lugar y rompieron las puertas. Fui a ver. Comencé a investigar. El dueño era uno de los mayores narcotraficantes de Brasil. Tenía un hermano que era médico. Conseguían cualquier cadáver, lo limpiaban por dentro y hacían un documento falso del fallecido. Como la funeraria era legal, un vehículo funerario llevaba un cadáver y se iba a San Pablo. La policía los paraba, presentaban los documentos y a una madre llorando con el cadáver. La policía abría, veía un cadáver y cerraba. Pero ellos quitaban los órganos y lo llenaban de cocaína. Cuando descubrimos todo el tema, hicimos una serie de notas. La policía se enteró y paró al coche funerario. Llevaron al hospital el cadáver y encontraron que estaba repleto de cocaína. Poco después empezaron a ametrallarnos.

-Al estar aislado, ¿cómo hace para acceder a las fuentes?

Muchas veces he salido solo a hacer entrevistas. Pero mis guardias siempre sabían dónde estaba. Fui el único periodista de toda América que hizo una entrevista cara a cara con Fernandinho Beira-Mar. Entrevisté a cuatro de los narcotraficantes más buscados por las autoridades policiales. ¿Cómo los conseguí? Se sabía de nuestra credibilidad y que nosotros éramos los que más publicábamos sobre narcotráfico. En una oportunidad hablé con uno de los secretarios de un narcotraficante que la policía estaba buscando. Logré coordinar el encuentro a través de él. El tipo me dijo que tenía que ir solo. A veces hay que tomar riesgos. Quedamos en que unos amigos del narcotraficante me pasaban a buscar. Me pasaron de un auto a otro, me vendaron los ojos, me subieron a un avión… Muchas otras veces les dije a mis policías que vayan conmigo a los lugares pero en otros autos, siguiéndome de cerca. Y la fuente no puede identificar que hay un policía mío en otro auto. Es una aventura cuando uno está buscando material sobre narcotráfico o temas del submundo. Hay muchas fuentes. El manejo de los contactos es lo más importante.

-¿Cómo convive la sociedad con el narcotráfico?

Los narcotraficantes son muy guapos y hábiles para meterle miedo a la gente. Normalmente una persona ve a un narco a cara descubierta matando a alguien y después viene la policía y le dice que no ha visto nada. Nadie quiere involucrarse. Porque sabe que si dice algo al día siguiente lo pueden matar. Hay un temor muy grande. Hay muchísimas dificultades en una población donde el dinero del narcotráfico mueve casi la mitad de la economía de la ciudad. Es muy difícil trabajar en ese ambiente.

-¿Qué es lo que lo sigue motivando para escribir sobre temas que lo ponen en tanto peligro y en un ambiente tan hostil?

Nací en esa tierra. Cuando iba a la escuela a los siete años, no era raro encontrarnos con cuerpos que seguían teniendo el cuchillo clavado en la espalda. Había una mafia de contrabando del café, del whisky, de la armas... Nadie nunca levantó la voz en esa ciudad. Yo siempre he visto la injusticia y dije que iba a hacer algo. Es mi deber como ciudadano. Ya no tengo vuelta atrás. A mí me han condenado a muerte. Ellos cuando quieran me matan, a la hora que quieran, no importa cuanta custodia tenga. La mafia nunca te perdona y nunca te olvida.

-¿Entonces no pensó en irse o dejar de investigar?

Nosotros tomamos un día a la vez. Me faltan tres años para poder jubilarme del diario. Algún día tendré que irme, aunque nadie quiere hacer mi trabajo.