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13.10.17

El viaje de Bachelet a Brasil

(El Líbero) Estar tanto tiempo en el poder parece llevar a los políticos a perder sintonía con lo que quiere la ciudadanía. La Presidenta no entendió que gastarse 30 millones de pesos en un viaje innecesario es una mala idea en tiempos de vacas flacas y cuando las personas creen que los políticos se preocupan más de ellos mismos que de las necesidades de la gente común.
Por Patricio Navia

(El Líbero) La polémica que causó el viaje de la Presidenta Michelle Bachelet a Brasil, para asistir al último partido de las clasificatorias para el Mundial de Fútbol de 2018 en Rusia, demuestra que incluso aquellos políticos que alguna vez supieron entender las demandas y el sentir de la gente terminan perdiendo la capacidad de conectarse con el chileno medio. Estar tanto tiempo en el poder parece llevar a los políticos a perder sintonía con lo que quiere la ciudadanía. Al viajar a Brasil, Bachelet no entendió que gastarse 30 millones de pesos en un viaje innecesario es una mala idea en tiempos de vacas flacas y cuando las personas creen que los políticos se preocupan más de ellos mismos que de las necesidades de la gente común.

Para muchos, los reclamos por el viaje son injustificados. Después de todo, es casi tradición que los Presidentes acompañen a la selección de fútbol a eventos importantes. La misma Bachelet —como ex Presidenta— acompañó a la selección nacional al Mundial de Sudáfrica en 2010. En estas clasificatorias asistió a varios partidos que se jugaron en Santiago. Y en 2015, cuando Arturo Vidal volcó su auto conduciendo bajo los efectos del alcohol un día antes de un partido clave en la Copa América, Bachelet le dio un espaldarazo moral al inexcusable comportamiento del jugador e incluso se tomó una foto junto al arrepentido astro.

Pero entonces la selección chilena estaba pasando por una racha ganadora y los fanáticos estaban más que dispuestos a hacer la vista gorda ante el comportamiento impropio de un deportista profesional. En la victoria, muchos están dispuestos a relajar sus estándares éticos. Ahora que la selección nacional ha caído derrotada en su intento por llegar a un tercer Mundial de forma consecutiva, la opinión pública es menos tolerante con los errores que cometen las estrellas del equipo. No sólo eso. La gente también vuelca su rabia y frustración sobre aquellos que pueden ser considerados responsables del fracaso. Al haber decidido ir a Brasil a acompañar a la selección, Bachelet aceptó que corría el riesgo de recibir las malas vibras que siempre produce una derrota.

Pero su error no estuvo sólo en hacer una apuesta equivocada, pensando que Chile podía clasificar al Mundial. Incluso si Chile hubiera ganado —y Bachelet hubiera aparecido celebrando en la foto—, el viaje presidencial como parte de la hinchada habría generado críticas y rechazo. Porque estamos en temporada electoral y los candidatos aspiran a polarizar el debate para llevar agua a su molino, era imposible que el viaje no generara cuestionamientos. Con ocho candidatos presidenciales ansiosos por ganar prensa —y ninguno de ellos defendiendo con entusiasmo el legado de Bachelet—, la Presidenta debió darse cuenta de que estaba en un ambiente hostil.

Además, el país atraviesa por un momento económicamente complejo. El magro crecimiento ha puesto presión sobre el gasto fiscal. Las promesas excesivas de gasto que realizó la candidata Bachelet le han pasado la cuenta ahora que el gobierno debe apretarse el cinturón. En un contexto económicamente adverso, es mal visto gastarse 30 millones de pesos para ir a ver un partido de fútbol a Brasil.

Finalmente, porque los escándalos de corrupción y financiamiento irregular de campañas han alimentado la sospecha de que muchos políticos usan al Estado para servirse a ellos mismos, ha aumentado la demanda por probidad y por estándares éticos más exigentes. Lo que hasta hace unos años era considerado normal, ahora no es tolerable. SI hace una década nadie preguntaba quién pagaba la factura, ahora abundan las voces que exigen transparencia y mejor rendición de cuentas.

Por eso, de poco sirve tratar de explicar que en realidad no se gastó plata porque todo provenía del presupuesto de la FACH. Tampoco ayuda hacer comparaciones con lo que pasaba antes o sugerir que los Presidentes gozan de ciertos privilegios superiores al resto de los chilenos. El país cambió y los ciudadanos están más exigentes.

En 2006, Bachelet llegó al poder representando ese mensaje que entonces ella definió como gobierno ciudadano. En 2013, volvió al poder con la promesa de que ella terminaría con los abusos. Si el caso Caval puso en cuestionamiento su compromiso para luchar contra los abusadores —en tanto la percepción generalizada era que había abusadores y aprovechadores incluso en su propia familia—, el incidente del viaje de 30 millones de pesos a Brasil confirma que Bachelet ha perdido esa fina sintonía que tenía con el electorado. Después de 12 años en las más altas esferas del poder —en La Moneda y la ONU— ella no logró entender que los chilenos quieren Presidentes que los protejan contra el abuso, no a líderes que se beneficien personalmente de las regalías asociadas con ejercer el poder.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)