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12.03.18

Las «elecciones» en Cuba.

El proceso eleccionario cubano se desarrolla en un contexto donde las personas dependen del Estado para vivir, lo que genera obediencia; se encuentran en una marcada indefensión jurídica; y tienen al acecho un entramado policiaco omnipotente y omnipresente.
Por Librado Linares García

El delfín cubano Miguel-Díaz Canel manifestó el día de las “elecciones” que “El pueblo de Cuba vota para honrar a Fidel y a la generación histórica”. La primera lectura que se puede hacer de tal aseveración es que hasta el Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros está de acuerdo en que este ejercicio de participación es una aberración. En otras palabras, la gente no va a buscar una representación, que considere adecuada, para abordar exitosamente la cosa pública, sino a dar muestras de sumisión enmascarada de lealtad. Votar o no hacerlo, tiene las mismas consecuencias para el cubano de a pie:  el pastel se corta y reparte al más alto nivel y a puerta cerrada. Los castristas se hicieron de una constitución, de leyes complementarias y de un proceso como éste demagógicamente, ya que sería muy escandaloso no hacerlo. Pero en Cuba el verticalismo, dogmatismo y autoritarismo se respiran por doquier.

En el proceso eleccionario cubano hay un mecanismo diabólico: las comisiones de candidaturas. Éstas tienen el poder de filtrar discriminatoriamente a los potenciales ocupantes más importantes del tinglado formal del castrismo. Tienen una buena coartada, pues se presentan como los representantes de las “organizaciones sociales”, que por demás están subordinadas al único partido: el Comunista. Otro proceder indignante es que a la nómina de los candidatos únicos por cada puesto en las legislaciones provinciales y la nacional les indilgaron que el 50 por ciento de los mismos deben ser escogidos de entre la clase política y sin que medie ninguna selección popular, aunque sea espuria. Las asambleas municipales le dan el visto bueno a las propuestas de la Comisión de Candidatura en cuestión, y ofrecen un solo candidato por escaño, que serán presentados a los electores con las siguientes características: no se les permite realizar labor proselitista y obviamente no pueden ser contendidos por otros actores políticos, aunque sean ideológicamente afines. Alguien llamó a esta farsa: una carrera de un solo caballo.

Las atribuciones reales e incluso nominales de las Asambleas Provinciales y La Asamblea Nacional son muy escasas, de modo que no podemos asegurar que en Cuba haya un poder legislativo efectivo. Una prueba elocuente de lo anterior es el unanimismo presente en todas las aprobaciones, eso es: los representantes, después de mirar las señas que da el poder, votan en consecuencia a éste. A los legislativos auténticos les asisten algunas características: independencia de los demás poderes, capacidad de fiscalización, estar compuestos por una adecuada representación de mayorías y minorías de modo que sean un reflejo de todo el arco político y social de país, sesionar una buena parte del año para poder cumplir con su rol, aprobar la Ley del Presupuesto enmarcada en el llamado ciclo presupuestario de conformidad con los estándares democráticos-liberales internacionalmente reconocidos, entre otras. Así pues, el sistema parlamentario que se vende en la Constitución Socialista es una parodia de mal gusto.

El proceso eleccionario cubano se desarrolla en un contexto donde las personas dependen del Estado para vivir, lo que genera obediencia; se encuentran en una marcada indefensión jurídica; y tienen al acecho un entramado policiaco omnipotente y omnipresente. Así también, más que una subordinación, las autoridades electorales forman parte intrínseca del régimen y en consecuencia pueden ofrecer las cifras en términos electorales que políticamente consideren conveniente, en un país donde no hay el menor respeto a las libertades básicas: de palabra, prensa, reunión, asociación, de protesta pública, etc. y tampoco un tribunal imparcial donde presentar las quejas en este ámbito. Por si fuera poco, los representantes “electos” están obligados a jurar lealtad al dogma oficial y al máximo líder, con lo cual se refuerza el monolitismo totalitario. En fin, solamente un pueblo que ha sido puesto de rodillas acepta un entramado opresivo como éste.

La Presidenta de la Comisión Electoral Nacional, Alina Balseiro, ofreció los resultados preliminares: votaron 7398891 electores para un 82,90 % de participación y fueron validados los 605 diputados y los 1265 delegados provinciales. A una pregunta de la periodista Talía González sobre la calidad del voto, vale decir, que diera cifras sobre las boletas anuladas y dejadas en blanco brindó evasivas: ¿quién sabe cuáles fueron los resultados reales? Posteriormente admitieron que más de 2.5 millones de personas hicieron oposición a través del voto, lo cual en un contexto como el nuestro, es una cifra respetable. Balseiro, más que la máxima figura de lo que debía ser un verdadero Tribunal Electoral Nacional, se comportó como lo que es: una suerte de colegiala, sin poder ni experiencia alguna.