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27.04.18

Claudia Piñeiro y Pacho O`Donnell ante el escrache en la Feria del Libro

(TN) No fue la primera vez ni será probablemente la última en que la mayor celebración de la cultura por estos pagos se transforme en una muestra de intolerancia, falta de respeto mínimo a las reglas y al prójimo e indisposición para el diálogo.
Por Marcos Novaro

(TN) Como siempre sucede, para que así fuera hizo el mayor aporte un grupo de militantes fanatizados. En este caso, fueron los estudiantes de profesorados de la ciudad de Buenos Aires que consideran un atropello inadmisible la reforma que propone pasar de 29 centros de formación docente a uno con categoría universitaria.

Dicen que con el cambio perderán sus trabajos muchos docentes. Y que la reforma es inconsulta. Si es un proyecto de ley seguramente se discutirá donde debe discutirse, en la Legislatura. Que ellos, los estudiantes y tal vez también los docentes de profesorado, deben ser escuchados al respecto es sin duda cierto. Pero es absurdo que pretendan tener un derecho a veto sobre el tema. O, siquiera, que pretendan que los legisladores o el gobierno de la ciudad los escuche más a ellos que, digamos, a expertos independientes en la materia o a quienes administran estos asuntos en otros lugares.

El ánimo reaccionario de los manifestantes era bien palpable: “el cambio es malo porque algunos que están cómodos con el statu quo se verán afectados”. Como argumento es bastante pobre. De allí que les haya resultado útil gritar y maldecir, cosa de disimular sus falencias. Pero lo más penoso del episodio no fue tanto lo que hicieron estos manifestantes sino el modo en que reaccionaron otros actores intervinientes, algunos voluntarios y otros involuntarios.

Se suponía que en el acto de apertura de la Feria iban a hablar entre otros los ministros de Cultura de la ciudad y la Nación, Avogadro y Avelluto, respectivamente, y lo cerraría con su discurso inaugural la escritora Claudia Piñeiro. Cuando empezó el griterío de los manifestantes, se optó porque subiera al escenario esta última, a ver si dejando para el final las palabras de los funcionarios la cosa se calmaba. Pero no fue así. Y Piñeiro puso de su parte una buena cantidad de frases poco felices para lograrlo.

Empezó celebrando los gritos de los militantes porque es “la función del escritor desafiar a la autoridad y es lo que ellos están haciendo”, adhirió al reclamo que se voceaba ignorando por completo si el modo y el lugar eran adecuados, con la excusa de que ella también había hecho el profesorado y se oponía a la unificación de los 29 centros de formación, y agregó que los estudiantes “merecían ser escuchados” dando a entender que el problema era que las autoridades no lo hacían.

Encima, luego de despotricar sin mayor precisión contra las editoriales, levantó el pañuelo verde de la despenalización del aborto, hizo una invocación a la lucha contra los que “nos quieren imponer cómo vivir”, y terminó de legitimar que la fiesta de la cultura se volviera un encuentro de voces facciosas con poco interés en integrar perspectivas ajenas.

Le tocó a continuación el turno a Avelluto, quien hay que decir que se curtió en los últimos dos años largos de remar con situaciones parecidas, así que reaccionó muy bien y le dio una lección cívica no sólo a los que siguieron impidiéndole hablar, sino también a Piñeiro: como los gritos y silbidos continuaban invitó a uno de los manifestantes a decir unas palabras, a ver si eso los satisfacía, y dando por cierta la ocurrencia de la escritora, que sus gritos se justificaban por la sordera gubernamental.

El resultado fue que se envalentonaron y adueñaron por completo de la situación, siguieron gritando y volvieron por completo imposible que el ministro diera su discurso. Consultada sobre lo que había pasado, Piñeiro se lavó las manos: “yo, como escritora, tengo que desafiar a la autoridad”, insistió, como si con ese mantra le alcanzara para hacer lo correcto siempre, indiferente a cualquier resultado.

Tal vez un escritor que está encerrado en su estudio pueda manejarse con ese criterio, aún en un entorno plagado de conflictos como suele ser el nuestro. Pero alguien que usa su éxito en las letras para promover sus ideas, es decir que se vuelve a conciencia y por propia voluntad un intelectual público, no la tiene tan fácil. Si pretende disfrutar de ese privilegio no puede escapar, al menos no del todo, a una consecuente responsabilidad, hacerse cargo de lo que sucede cuando sus ideas se vuelven actos.

Esto fue algo que quedó bien a la vista al poco rato, cuando Pacho O´Donnell, en una entrevista televisiva, fue consultado sobre lo sucedido en la inauguración de la Feria. Según él, el episodio era consecuencia del “divorcio que existe entre la Cultura y el gobierno”, fruto de la “mutua incomprensión” y, en lo que toca a las autoridades, “de su desconfianza hacia el mundo de la cultura”, el desfinanciamiento de sus actividades, su “indiferencia” ante todo ese mundo. Algo sobre lo que han machacado Beatriz Sarlo y otros.

“La Cultura” no es un actor como lo es el gobierno y no fueron precisamente una representación fiel del espacio que ella conforma, ni de la multiplicidad de sus actores, los cien energúmenos que gritaban para que Avelluto no hablara. De hecho, en la sala había varios centenares de personas “de la cultura” que se sintieron seguramente impotentes ante la patota formada por gremialistas y militantes de organizaciones estudiantiles, bien entrenados en la tarea de imponerse por la fuerza en piquetes y asambleas.

Que en el gobierno de Macri haya desconfianza y recelo frente a ciertos “actores de la cultura” puede ser cierto y puede explicarse por el hecho de que en su mayoría los funcionarios vienen de la dirección de empresas, son economistas o ingenieros, o simplemente porque se sienten amenazados por una izquierda radicalizada que los detesta y usa arenas de la cultura para bombardearlos y deslegitimarlos. Pero habría que hacer algunas salvedades. Primero, si algo caracteriza la actitud oficial ante esos actores es el respeto de sus santuarios por más virulentas que sean sus expresiones antigubernamentales. Por ejemplo, contra lo que dijo O`Donnell en esa entrevista, no es cierto que haya desfinanciado al instituto del cine; él sigue bancando decenas de películas al año, que poca gente ve, por más que sus directores y actores en muchos casos hagan público su odio al macrismo cada vez que puedan.

Segundo, no habría que ignorar el hecho de que también el macrismo está formado por “gente de la cultura”, sus funcionarios son, en un porcentaje inédito, posgraduados de las mejores universidades y el apoyo a sus ideas es más alto entre los sectores más educados del país. ¿No estamos en presencia entonces de un choque de culturas más que ante un enfrentamiento entre “la cultura” y “el dinero” o “la fuerza” o como se quiera descalificar al otro?

Si esto es así, más razón para desconfiar de las simplificaciones y más necesario va a ser que la gente culta se esmere en dejar de hacer papelones y decir burradas para justificarlas, porque están quedando bastante mal frente a los millones de argentinos que vendrían a ser “los incultos” pero tantas pavadas no dicen ni hacen.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)