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08.11.18

El peronismo, en busca de la unidad perdida y sin liderazgos nítidos

(Clarín) Muchas predicciones sobre el futuro del peronismo se basan en una simple extrapolación del pasado, en el medio de un proceso histórico donde las constantes de la política argentina se están reescribiendo. Las divisiones peronistas van en progreso en los últimos 25 años. El proceso de fragmentación que ya sufrió el radicalismo, tarde o temprano le iba a pasar al peronismo.
Por Carlos Fara

(Clarín) El peronismo está viviendo semanas muy intensas respecto al debate sobre una eventual unidad y su posición frente al gobierno del presidente Macri. Las reuniones de dirigentes se multiplican por doquier para analizar qué hacer de cara a 2019, mientras los distintos bloques votan fragmentados el Presupuesto nacional. Lo cierto es que transita la peor crisis de su historia. Esto se debe a algunos factores estructurales, y otros de corto y mediano plazo.

Entre los estructurales se pueden contar los siguientes: 1. La fragmentación de su base social: la estructura ocupacional del mundo va mutando a mucha velocidad hacia puestos de servicios individuales, inestables y volátiles. Al modificarse el mundo laboral de post guerra, todos sus fundamentos superestructurales se resienten.

2. La fragmentación del sindicalismo: como fruto del factor anterior, la representación gremial sufre el mismo proceso, estando más compartimentado que nunca. Ergo, la famosa “columna vertebral del movimiento” hoy está quebrada y quizá ya no haya cirugía que la recomponga.

3. La supremacía de la virtualidad sobre la territorialidad: el peronismo nació en una en un contexto de lógica federal / territorial que va perdiendo espacio en una sociedad ganada por vínculos volátiles y efímeros –líquidos- que relativizan el predominio clásico del siglo XX.

Solo la verificación de estos tres factores hace que el gigante haya pasado a tener pies de barro, aunque mantiene algunas ventajas competitivas nada desdeñables. Si se lo compara con varios de los movimientos populares de masas de América Latina contemporáneos al peronismo –el PRI, el APRA, el varguismo, el MNR boliviano, el velazquismo- éste llega al siglo XXI mostrando que ha tenido la suficiente flexibilidad para adaptarse a etapas bien distintas del devenir mundial: desde el Consenso de Washington al boom de los commodities de la década pasada, pasando por la efervescencia revolucionaria de los ´60 y ´70.

Esto es lo que ha llevado a muchos a decir que es un movimiento sin ideología, que solo persigue el poder sin contemplaciones. Es posible, pero en todo caso más que cuestionar a sus representantes, habría que preguntarse por qué en buena parte los mismos votantes optaron por confiar en este movimiento con tan disímiles recetas. Le vendría como anillo al dedo la famosa sentencia de Deng Xiaoping respecto al giro capitalista chino: “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”. Dicho esto, los factores de mediano y corto plazo serían: 1. El éxito cultural del kirchnerismo hacia adentro y afuera de la confederación peronista: para muchos cuadros políticos, sobre todo en las franjas más jóvenes, el peronismo que vivieron es el de Néstor y Cristina, con toda su impronta de retorno a un “pasado glorioso”. A diferencia de la etapa menemista –cuya narrativa central era cómo la Argentina se encolumnaba con la nueva etapa de la historia- el kirchnerismo logró que sedimentara un relato más asociado a las supuestas banderas tradicionales del movimiento, con una adherencia simbólica- afectiva que explica la persistencia de su núcleo duro electoral.

2. Dicha sedimentación cultural e ideológica genera grietas que parecen irreconciliables hacia adentro de la confederación, además de la dificultad de captar votantes de segmentos blandos y volátiles que no se sienten interpelados por semejante apelación militante.

3. Para que exista una religión hace falta un mesías, un evangelio y evangelistas. El kirchnerismo reúne los 3 factores, siendo el liderazgo de Cristina –la principal líder opositora en términos de votos- el que consolida ese espacio, al mismo tiempo que le pone un techo difícil de romper.

4. Por primera vez el peronismo no solo no tiene la presidencia, sino tampoco el control de la provincia de Buenos Aires (a diferencia de 1999), con todo lo que eso implica en materia de recursos para seguir siendo una opción política temible.

5. Las reglas institucionales en varias provincias han obligado a una “circulación de las élites” contraproducente con la necesidad de establecer una coordinación opositora federal de fuste. La actual liga de gobernadores no es como la de 2001, ni hay prospectos competitivos como Reutemann, De la Sota o Ruckauf en su momento. Esto profundiza la fragmentación –alimentada además por la aparición de liderazgos como el de Massa- y debilita su capacidad de veto al gobierno no peronista de turno.

Dicho todo esto, pese a lo que muchos decían, el kirchnerismo está lejos de desaparecer, lo que hace que la confederación tenga una digestión lenta de la etapa Néstor- Cristina, obturando una eventual unificación. La misma necesita tres cosas: 1) un debate sobre la identidad en pleno siglo XXI con una nueva narrativa, 2) nuevas metodologías de construcción en la era de las redes, y 3) una renovación de liderazgos. Todos esos procesos van lentos.

Muchas predicciones sobre el futuro del peronismo se basan en una simple extrapolación del pasado, en el medio de un proceso histórico donde las constantes de la política argentina se están reescribiendo. Las divisiones peronistas van en progreso en los últimos 25 años. El proceso de fragmentación que ya sufrió el radicalismo, tarde o temprano le iba a pasar al peronismo, con sus peculiaridades. Hay cosas que nunca ocurren… hasta que pasan.

Carlos Fara es consultor político. Ex presidente de la Asociación Argentina de Comunicación Política (AsACoP).

Fuente: Clarín (Buenos Aires, Argentina)