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04.06.19

Cuenta pública: Estamos donde mismo

(El Líbero) Después de la cuenta anual, el gobierno quedó en la misma incómoda posición en la que venía. Habiendo desaprovechado la ocasión de construir puentes con la oposición —y tal vez habiendo dinamitado los pocos que había— entra ahora a un invierno golpeado por la baja popularidad y con vientos en contra en la economía mundial.
Por Patricio Navia

(El Líbero) El Presidente Sebastián Piñera dejó pasar la oportunidad que le brindaba la Cuenta Pública del 1 de junio para redefinir los términos del empate político que ahora existe con el Congreso. De hecho, la distancia entre la mayoría de izquierda en el Congreso y La Moneda se acrecentó producto de lo que anunció Piñera sobre la reforma de pensiones, la propuesta de reducir el número de parlamentarios y de establecer límites a la reelección en el Congreso.

Como esta fue la tercera ocasión en la que el discurso se realiza el 1 de junio —y no el 21 de mayo, como era la tradición— es difícil evaluar su impacto político. A diferencia de los dos años anteriores, esta vez fue un sábado, y en hora prime, por lo que era evidente que habría más gente viéndolo por televisión.

Dado que Piñera llegaba a la cuenta pública con la peor aprobación en lo que va de su segundo mandato y como la agenda legislativa del gobierno está estancada en un congreso controlado por una mayoría de izquierda, había buenas razones para pensar que aprovecharía la oportunidad para intentar destrabar el avance de las reformas emblemáticas del gobierno. Pero el Presidente optó por utilizar la cuenta pública para repetir lo que terminó siendo una larga lista de supermercado de logros, planes y promesas del gobierno. Tan larga fue la lista de anuncios y tan disciplinada fue la bancada oficialista para aplaudirlos que, incluso cuando el Presidente mencionó el eclipse total de sol que se observaría en el mes de junio (en realidad será el 2 de julio), estallaron espontáneamente los aplausos oficialistas en el Congreso Nacional.

Como siempre suele ocurrir, algunas sorpresas dominaron la atención de los medios. El diputado Florcita Motuda, del Frente Amplio, llegó disfrazado de Batman —aunque, dado que llegó a ganar un escaño con una votación especialmente baja, hubiera sido más apropiado llegar disfrazado de mago. Durante el discurso, el telempropter que usó Piñera para leer su discurso funcionó mal; al menos dos veces le pidió avanzar más rápido. Si eso pudiera ser una metáfora de lo que ocurrió, se podría concluir que hasta el telempropter se anduvo quedando dormido producto de la larga lista de logros, promesas y planes que se incluyeron en el discurso.

De las cosas que se pueden sacar en limpio, destacan tres.

Primero, el Presidente dedicó bastante poco tiempo a hablar sobre la reforma tributaria que avanza lentamente en el Congreso. Como si el propio gobierno ya hubiera tirado la toalla sobre el futuro de la reforma —o al menos sobre qué tan ambiciosa logrará ser— Piñera no le dedicó mucho tiempo a lo que en campaña fue una de sus principales promesas.

Segundo, el Mandatario dio a entender que el 4% de sueldo adicional que, a cargo del empleador, irá para las pensiones de los trabajadores, podría no ir completamente a una entidad pública. Al explicitar que cada trabajador tiene derecho a decidir el destino de sus fondos, Piñera dejó la ventana abierta a que ese dinero lo administren los privados —incluso las AFP. Como el compromiso del gobierno con los diputados PDC que votaron a favor de la idea de legislar ese proyecto era que un ente estatal administraría ese 4% adicional, las críticas desde este partido no se dejaron esperar. Miembros del gobierno salieron a desmentir ayer que el Presidente se estuviera arrepintiendo de su acuerdo, y lo único que queda claro es que, después del 1 de junio, la negociación de la reforma de pensiones va a estar rodeada de tantas dudas y suspicacias que su avance será todavía más complejo.

El tercer punto tiene que ver con el anuncio de Piñera de una reforma que buscará reducir el número de legisladores y limitar los periodos que éstos pueden servir en el Congreso. De materializar su anuncio, un proyecto de ley de ese tipo capturará la atención de los legisladores —después de todo, incluso los legisladores se preocupan cuando existen chances de perder la pega— y hará más difícil la tramitación de otros proyectos emblemáticos del gobierno. Además, las democracias en general aumentan el número de parlamentarios cuando hacen una reforma electoral. Reducir el número de escaños implica agrupar distritos —haciéndolos todavía más grandes en población— y requiere que los mismos partidos que perderán escaños deban aprobar esa reforma. Lo peor de todo es que, además de ser improbable que pase, el solo anuncio de esa reforma hace más difícil la negociación de los otros proyectos de ley con la mayoría opositora en el Congreso.

Por eso, lo único que se puede decir después de la cuenta anual del 1 de junio es que el gobierno quedó en la misma incómoda posición en la que estaba antes. Habiendo desaprovechado la ocasión de construir puentes con la oposición —y tal vez habiendo dinamitado los pocos que había— el gobierno entra ahora a un invierno golpeado por la baja popularidad y con vientos en contra en la economía mundial.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)