Artículos

14.08.19

Macri lo pensó mejor y se aleja del precipicio

(TN) El Presidente tardó en acomodar el golpe, pero se disculpó por su error. Ahora puede lidiar con el vacío de poder, si encuentra colaboración en los opositores, y hasta defender mejor su coalición.
Por Marcos Novaro

(TN) Nuestro sistema electoral es una bomba de tiempo desde que se instauró el sistema de las PASO en 2009. Y acaba de hacer explosión.

Se dice que son una gran encuesta y “no se elige nada, no se decide nada”. Sería más correcto decir que son un censo, y no de cualquier cosa, sino de las opiniones. Y no es cierto que no decidan nada: invitan a la gente a emitir un voto de preferencia, a que exprese su opinión sobre los líderes, las políticas y la situación reinante, sin atar ese voto a una responsabilidad sobre las consecuencias que de esa expresión se deriven. Es decir, en particular en un momento de crisis, crean la ocasión para rechazar a un gobierno y vaciarlo de poder, sin formar otro de reemplazo, sin darle a nadie el poder que se quita a las autoridades en ejercicio. Eso fue lo que sucedió este domingo.

Macri tiene mucho menos poder, y toda la responsabilidad. Mientras que Alberto Fernández algo más de poder (al menos si anuncia un precio a su juicio aceptable del dólar, logrará seguro un impacto mayor sobre el mercado que si es Macri quien hace el intento, es decir, un aspecto esencial del orden, o de la falta de él, depende en este momento en alguna medida de sus palabras, aunque mucho más de otra infinidad de imponderables). Pero Alberto Fernández no tiene, ni va a tener por muchos meses, ninguna responsabilidad (institucional, puede que tenga una subjetiva, pero eso es otro cantar). ¿A quién se le ocurrió crear semejante enredo?

En general, los sistemas electorales evitan que esto pase. Y más todavía, cuando no hay más remedio y algo de esto sucede (por ejemplo cuando una primera votación no resuelve las cosas, y hay segunda vuelta), acorta lo más posible los tiempos. Dos semanas o tres como mucho. También acorta el tiempo entre esa votación definitiva y el momento de la asunción, por los mismos motivos. Nosotros no, como si tuviéramos instituciones muy sólidas y gobernabilidad de sobra, la rifamos con largos meses de votaciones en que destruimos poder, y demoramos su reconstrucción. Así nos va.

Segunda cuestión, las alternancias presidenciales en contextos de crisis, con mercado libre de cambios y/o libertad financiera, tienen altas chances de llevar a crisis más agudas o directamente a estallidos. Fue lo que pasó en 1989. Y fue lo que pasó en 2001, aunque entonces hubiera cambio fijo (cosa que primero contuvo la crisis, y luego volvió aún peor el estallido). Para evitarse problemas de este tipo fue, precisamente, que Cristina inventó el cepo, y logró así legarle todo el lío a su sucesor. Que no midió bien la dimensión de lo que recibía, cosa que demoró en hacerse evidente y hace tiempo que ya no importa.

A eso, los funcionarios oficiales le suman el factor peronista, la tesis del bombero pirómano: cuando éste vuelve al poder, lo hizo en 1989 y lo repitió en 2001, lo hace después de desatar las peores tempestades sobre la cabeza de sus predecesores, agitando a la sociedad para que les reclame lo imposible. Porque no reconoce del todo en las elecciones un juego entre iguales, todavía no, quiere que sirvan para dejar en claro que es el “único que sabe y puede gobernar”. Y porque no quiere heredar situaciones de bloqueo difíciles de gestionar, que él sabe proliferan en la sociedad pues ha contribuido en gran medida a moldearla. Y aplica entonces con rigor una lógica maquiavélica, efectiva aunque muy costosa: reconstruir la gobernabilidad desde cero, luego de que la crisis haya tocado fondo, teniendo las manos libres para rearmar los pedazos. Sin responsabilidad en los problemas y con el monopolio de las soluciones garantizado.

Cuando el domingo a la noche estos funcionarios vieron lo que había sucedido en las urnas y previeron que la crisis se agudizaría, tal vez, en una espiral sin límite, debatieron dos opciones de salida: endurecerse y resistir, o moderarse y negociar.

Si los moderados tuvieron chance de imponerse. los antecedentes mencionados, traídos a cuenta oportunamente por algún funcionario radical o exradical con memoria y un poco de resentimiento, los debilitaron. “Nos van a hacer lo mismo que a Alfonsín”, reza un texto que dicen circuló el lunes entre los ministros. Y puede que eso haya inclinado a Macri a ir a la conferencia de prensa de la tarde de ese día con el peor de los ánimos: acorralado, enojado con los votantes y temeroso de terminar de la peor manera, repudiado por la gente y sirviendo de excusa para que su sucesor desatara, antes de llegar y “hacerse cargo”, es decir responsable, un ajuste mucho más salvaje que el que él se atrevió a intentar en el último año.

Las palabras de Macri hicieron pensar a algunos analistas que estaba fuera de sí, alguien dijo incluso “alienado”. Y ese fue un riesgo real: no se trata sólo de que el curso que parecía desprenderse de sus palabras era el más peligroso para el país y la gente, también era probablemente la vía hacia un fracaso mayor al que ya pesa sobre su gestión. Si la crisis se agrava, no muchos van a creer que es todo culpa del populismo peronista que vuelve, a él como candidato y a sus listas podía irles en octubre aún peor que ahora y la crisis podía seguir escalando.

Afortunadamente, dio un giro a tiempo y evitó la autodestrucción. Pidió disculpas, aceptó que los costos de sus medidas de ajuste fueron más allá de lo tolerable, y anunció medidas de alivio. También él se mostró aliviado: finalmente entendió que la presión ya no cae solo sobre sus espaldas, otros están obligados a atender también las urgencias del momento. Con ese mejor ánimo insistió en que buscará conversar con los opositores. Así, inaugura un juego, que seguramente tendrá idas y vueltas, pero que si lleva a un acercamiento con Alberto Fernández, aunque sea mínimo, puede evitar que la crisis se convierta en estallido.

Para eso, también le sirven a Macri las medidas de alivio anunciadas. Que todos, incluidos Fernández y sus economistas, saben que significan abandonar la meta del déficit cero, gastar muchas reservas del Central para contener al dólar y, eventualmente, entregar el poder en diciembre en un contexto de nuevo explosivo. Esa es una amenaza implícita para su casi seguro sucesor, y parte de un juego de amenazas y presiones que puede ser mucho más efectivo para los objetivos de Macri de sobrevivir, como candidato y como presidente de salida, que lo intentado hasta aquí: él tiene que convencer primero a la contraparte, a Alberto, que le conviene sentarse a la mesa, porque si no las cosas también se van a complicar para él.

En ese terreno, tiene una carta importante que ni Alfonsín ni De la Rúa tenían, mucho más importante que algunos funcionarios memoriosos (y rencorosos): puede consumir de acá a diciembre una gran cantidad de reservas, con las que evitar una devaluación mucho mayor a la que ya tuvimos el lunes. Y entregarle a su sucesor el Banco Central en cero. Algo que sería bastante justo, finalmente, porque así lo recibió (y encima con el cepo en plena vigencia, así que en verdad estaba entonces, diciembre de 2015, en rojo furioso). Si Macri hace eso, no le irá tan mal en octubre, ni tal vez tampoco desde entonces hasta el 10 de diciembre, pero después atajate.

Seguramente Alberto y su gente lo saben. Porque han hecho la misma cuenta que el presidente. Así que tal vez Alberto (de nuevo, es una hipótesis, casi una expresión de deseo) dice las cosas que dice sobre Macri pero sólo para sobreactuar su inflexibilidad. Por ejemplo, cuando en el discurso de la victoria dijo que “ellos siempre crean los problemas y nosotros, los peronistas, venimos a hacernos cargo y resolverlos”, no quiso decir que Macri va a terminar como Alfonsín y que se joda porque se lo merece, sino advertirle sutilmente que eso podría suceder si no cede, y deja de acusarlo de chavista, es decir el responsable de que los mercados estén aterrados, y no le abre una instancia de negociación.

Por lo mismo, cuando se reunió con Lammens casi en simultáneo a la conferencia de Macri del lunes, Alberto quiso mostrar no un personal interés en el gobierno porteño, no su propia versión del “vamos por todo”, si no lo que podría costarle al PRO no ayudarlo a empezar medianamente en orden su mandato.

También saben Alberto y su gente que hay un punto de equilibrio medianamente aceptable para ambos: las reservas van a disminuir inevitablemente de acá a diciembre, pero podrían alcanzar para bastantes meses más después de esa fecha si la incertidumbre de los mercados es menor. Y hacer que baje no es tan difícil: que algunos economistas de uno y otro lado digan que todo se va a negociar, sin dar detalles.

Lo fundamental es que hay un número factible y tentador de “reservas restantes” para que Macri le entregue a su sucesor junto con la banda presidencial. Ese es, más que las reservas netas, el más importante instrumento de gobernabilidad con que contamos (gracias al FMI, alabado seas), y ojalá los dos protagonistas de este enredo lo estén priorizando cuando se hacen los locos y se tiran misiles por la cabeza para la tribuna.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)