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03.01.20

Mis razones para votar que no (I)

(El Líbero) Ni Chile se va a acabar si gana el «Rechazo», ni va a ser indiscutiblemente mejor si gana el «Apruebo». Pero, evidentemente, el país va a ser diferente si triunfa una u otra opción. Es más, es razonable creer que tomará caminos muy distintos según la visión que se imponga. Por eso el plebiscito del 26 de abril es tan importante.
Por Patricio Navia

(El Líbero) 

En democracia, cuando se realizan elecciones, los ganadores celebran y pueden acceder al poder, mientras que los perdedores aceptan la derrota y se preparan para la próxima elección. En la medida que los ganadores no abusen del poder que les confirió la mayoría y los perdedores no se dediquen a obstruir el mandato de los ganadores, la democracia sobrevive.

Una buena razón para votar «Rechazo» en el plebiscito del 26 de abril es que los defensores del proceso constituyente no han expresado su voluntad a aceptar —sin cuestionamientos y de buena fe— un resultado desfavorable. Al dar por hecho que el plebiscito ya está ganado —o al advertir que una victoria del No generaría inestabilidad y un peor estallido social—, los defensores del proceso constituyente no han pasado aún el test básico que requiere todo demócrata: estar dispuesto a aceptar una derrota.

En los 114 días que faltan para el plebiscito, escucharemos múltiples razones para votar por las opciones “Apruebo” y “Rechazo”. Algunas de ellas se basarán en argumentos normativos, otras en argumentaciones lógicas, y no pocas se basarán en expectativas o temores. Si bien en cada contienda democrática deben existir, al menos, dos opciones legítimas y válidas —de lo contrario, la gente no tendría la posibilidad de escoger—, en la campaña para el plebiscito de abril muchos intentarán hacer creer que en realidad hay una opción mejor y otra peor para el bien del país. Eso es comprensible, en tanto un componente esencial de cualquier contienda democrática es la campaña —esto es, el proceso a través del cual los defensores de distintas posturas intentan convencer a una mayoría de que el camino que ellos defienden es el que más conviene a Chile.

De hecho, en las semanas que se vienen, dedicaré mis columnas semanales a presentar una serie de razones a favor de la opción «Rechazo». Los innegables argumentos respecto a la ilegitimidad de origen de la constitución de 1980 y los mucho más discutibles argumentos respecto a las falencias, debilidades, omisiones o insuficiencias de la constitución modificada más de 40 veces en democracia ya han generado un amplio debate público en semanas recientes —y, para los que se han dedicado a estos temas, por varios años. Pero el hecho que los chilenos estén llamados a las urnas este 26 de abril obliga a repetirlos y también a repensarlos, dado el contexto social y político en el que se ha producido esta oportunidad para iniciar un proceso constituyente.

Como en todo proceso democrático, las opciones que tienen los ciudadanos deben ser legítimas y válidas. Cuando la gente se ve obligada a escoger entre ‘yo o el caos’, entonces difícilmente podemos hablar de que se puede elegir. Si una opción es evidentemente superior a la otra desde una perspectiva objetiva —por ejemplo, ¿prefiere su statu quo de satisfacción con la vida o una satisfacción mucho menor?— el proceso eleccionario se convierte en una trivialidad. Nadie en su sano juicio votaría por la segunda alternativa. Luego, no habría elección.

Uno puede creer que el país estará mejor en caso de que gane el «Sí». Es más, probablemente muchos están convencidos de que será así. Pero es falaz aseverar que es demostrable que el país va a estar mejor si gana el apruebo o el rechazo. Primero, porque lo que es bueno o deseable para algunos no lo es para otros. Luego, siguiendo el teorema de imposibilidad de Arrow, resulta lógico alejarnos de esas posiciones maximalistas. Ni Chile se va a acabar si gana el «No», ni el país va a ser indiscutiblemente mejor si gana el «Sí#. Por eso, debemos alejarnos de presentar las opciones del plebiscito en blanco y negro.

Pero, evidentemente, el país va a ser diferente si gana una u otra opción. Es más, es razonable creer que el país tomará caminos muy distintos según la que se imponga. Por eso el plebiscito del 26 de abril es tan importante.

Por lo pronto, anticipo una poderosa razón para votar «Rechazo». En democracia, los que compiten deben estar preparados para ganar y para aceptar perder. Si no se satisface esa condición, difícilmente podrá funcionar el sistema. Si yo amenazo con estallido social o con un apocalipsis económico en caso de que mi opción sea derrotada, estoy reconociendo implícitamente que no estoy dispuesto a perder. En eso, los defensores de la opción «No» han dado señales más claras de compromiso democrático que los defensores de la opción «Sí».

Por eso, en tanto los defensores del proceso constituyente no expliciten formalmente que aceptarán democráticamente la decisión de la mayoría en caso de que su opción sea derrotada, y renunciarán a su esfuerzo de iniciar un proceso constituyente —limitándose a impulsar solo reformas a la constitución actual—, aquellos que valoran la democracia como un conjunto de reglas que nos permite vivir en orden y tener mecanismos pacíficos para la resolución de conflictos tenemos una buena razón para votar por el «No».

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)