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05.03.20

El presidente adecuado para un país con memoria corta y penuria larga

(Clarín) Al igual que Zelig, el presidente argentino cambia a menudo; es uno, ninguno y cien mil. Parece que su mayor virtud sea mantener los pies en todos los zapatos, oler el viento que gira, caminar sobre los huevos. ¿Será pragmatismo? ¿O cinismo? Ciertamente tiene memoria corta. Capaz que guste por esto.
Por Loris Zanatta

(Clarín) Alberto Fernández tiene razón en cargar contra el legado económico de Mauricio Macri. Y Macri la tenía cuando lo hacía contra el que le había dejado Cristina Kirchner. ¿Acaso se equivocaba su marido Néstor, al despotricar contra el desastre del 2001? ¿Y Carlos Menem al quejarse de la hiperinflación heredada de Raúl Alfonsín?

Quien a su vez hacía muy bien en tronar contra los militares: le habían dejado un país en ruinas. Muchas de ellas las habían causadas los cónyuges Perón, quienes culpaban a otros gobiernos castrenses que acusaban a otros gobiernos civiles y así hacia atrás, hasta Adán y Eva, o más bien Caín y Abel. Todos tienen un culpable en mente, nadie una solución.

Al inaugurar las sesiones del Congreso, el Presidente repitió el guión: pegó duro contra el pasado, fue vago sobre el futuro. ¿Le tocará la misma picota en cuatro años? La memoria corta es un mal antiguo, el presente nos absorbe. Pero causa más daño que el granizo: hace repetir los errores ya cometidos, confundir los fracasos con los triunfos.

La memoria de Alberto Fernández, según se vio, es de cuatro años, ni uno más. ¿Será que le conviene? El discurso presidencial dio muchas pruebas de ello. ¿La corrupción, por ejemplo? Nunca existió, nunca la mencionó; se convirtió en ¡abuso judicial! ¿Las tarifas? Subieron un 2.000%. Quién sabe por qué. La palabra “pobres” agitada como un garrote en campaña electoral fue proscrita. Ahora son los “últimos”, los “humildes” listos para la redención peronista. La historia de siempre. ¿La pobreza en Argentina es vasta y duradera? ¿Hace décadas que crece mientras en otros lugares cae? No: la inventaron los CEO, el nuevo cuco. Memoria corta, poco consuelo.

Para algunos, el Presidente habló como un “liberal de izquierda”; o un “socialista democrático”. El viejo sueño de ver al patito feo peronista convertirse en cisne blanco nunca muere. Al leer el discurso, anodino o prudente según el gusto, me preguntaba qué socialdemócrata diría como él: “esta es la hora de definir de qué lado va a estar cada uno; nosotros estamos del lado del pueblo”. ¿Brandt? ¿Lagos? ¿Felipe González?

El pueblo y el antipueblo. El pueblo somos nosotros y los demás no son nadie: el peronismo eterno, el fundamento ideal para la ocupación del estado. Cosas que hoy diría a lo sumo un Pablo Iglesias, un Nicolás Maduro, socialistas de Predappio, patria del Duce. ¿Acaso la tan cacareada “tarjeta alimentar” no evoca el “carnet de la patria”? ¿El anuncio de las “huertas familiares” no retoma viejas fantasías castristas?

Son paralelos equivocados, lo sé. Todos sabemos que el presidente argentino es un moderado, un sincero demócrata, un “científico” al frente de un gobierno de “científicos”. “Es pro estadounidense”, escribía la embajada norteamericana hace diez años, “lucha contra los kirchneristas dentro del peronismo”.

¿Qué vueltas extrañas da la historia, verdad? Entiendo que tiene una audiencia para complacer, unos fanáticos para saciar mientras se enfrenta a una realidad indigesta.

Pero la historia pesa, la cultura importa y la memoria ayuda; y ese es el mundo en el que creció y con el que trata. Quienes comparen su discurso con el de la toma de posesión del nuevo presidente uruguayo medirán el abismo entre una mentalidad populista y su opuesto. Convendrá recordarlo para saber qué esperar de su gobierno.

Nada lo ilustra mejor que su política exterior. Actuaremos, explicó el Presidente, con “dinamismo pragmático en un mundo de soberanías multidimensionales”. Levante la mano quién entendió de que se trata. Trató de aclararlo: “trabajaremos para fortalecer la institucionalidad democrática en la región”. Hasta aquí las palabras. Luego los hechos: Cuba, Venezuela y Nicaragua duermen tranquilos, saben que lo de la democracia es un chiste, que no tienen nada que temer del gobierno “nacional popular”. Con Rusia y China, añadió, tendremos “asociaciones estratégicas integrales”. Nada menos. Dime con quién andas y te diré quién eres. “En la Argentina de hoy”, venía de decir , “la palabra se ha devaluado peligrosamente”. Es cierto: nunca la palabra “democracia” se había usado con tanta ligereza.

Tal es la brecha entre las palabras y los hechos que llama a la mente viejos recuerdos. De cuando el general Perón arengaba a la multitud contra el imperio y mientras tanto tranquilizaba a la Casa Blanca: ¡no presten atención a lo que digo al pueblo, inviertan en Argentina!

¿Desfachatez? ¿Viveza criolla? A fuerza de tirar de la cuerda se jugó la confianza de todos y se quedó aislado del mundo. Alberto Fernández también solía pedir a Washington que invirtiera en el país, sabemos por Wikileaks. Mientras, su gobierno ovacionaba a Hugo Chávez. Ojalá, respondía el embajador de los Estados Unidos. Lástima que vuestras leyes sean tan hostiles a los inversores, que el INDEC no sea creíble. Era jefe de gabinete cuando los números, además de las palabras, eran “devaluados peligrosamente”; cuando Argentina se había quedado otra vez aislada.

Sería bueno si esta historia tuviera una moraleja, pero de moral no tiene ni rasgo. Al igual que Zelig, el presidente argentino cambia a menudo; es uno, ninguno y cien mil. Parece que su mayor virtud sea mantener los pies en todos los zapatos, oler el viento que gira, caminar sobre los huevos. ¿Será pragmatismo? ¿O cinismo? Ciertamente tiene memoria corta. Capaz que guste por esto.

Fuente: Diario Clarín (Buenos Aires, Argentina)