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18.06.20

DDHH, Covid-19 y tres Presidentes incapaces

La mayor responsabilidad en lo atinente a salvaguardar los derechos humanos a la vida y a la salud, le cupo, y le cabe, a quienes están al frente de las administraciones nacionales. Los casos de Trump, López Obrador y Bolsonaro.
Por Hugo Machín Fajardo

En la segunda quincena de marzo 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS), más allá de sus idas y venidas respecto al Covid-19, declaró que este virus era una pandemia lo que suponía la obligación gubernamental para todos los países de adoptar “medidas urgentes y agresivas”, a efectos de detener en lo posible la propagación de lo que los científicos, que intentaban caminar derecho por renglones torcidos, eran contestes en asumir el enorme riesgo para la salud humana.

En algunos países latinoamericanos, en una muestra de la irresponsabilidad con que actúan algunos dirigentes políticos —sobre todos entre quienes son opositores— hubo quienes quisieron sacarle punta partidaria a las decisiones adoptadas por sus respectivos Gobiernos.

Pero obviamente la mayor responsabilidad en lo atinente a salvaguardar los derechos humanos a la vida y a la salud, le cupo, y cabe, a quienes están al frente de las administraciones nacionales.

Trump: de una gripe a fosas comunes en N. York. Ante una pregunta formulada el 22 de enero de 2020 sobre el Covid-19, el presidente Donald Trump respondió: “lo tenemos totalmente bajo control”. A fines de enero, Trump había elogiado la tarea del gobierno liderado por Xi Jinping: “China ha estado trabajando muy duro para contener el coronavirus. Estados Unidos aprecia enormemente sus esfuerzos y transparencia”.

Según informó el 20 de marzo The Washington Post, en enero y febrero las agencias de inteligencia de EEUU emitieron informes clasificados sobre la urgencia que representaba el Covid-19.

“Puede preguntar sobre el coronavirus, que está muy bien controlado en nuestro país”, reiteró el Presidente en conferencia de prensa del 25 de febrero. Dos días después aseveraba, sin ninguna base científica, que el virus desaparecería con los calores de abril boreal. “Va a desaparecer. Un día, es como un milagro, desaparecerá”.

“Cualquiera que necesite una prueba, se hace una prueba. Están ahí. Tienen las pruebas. Y las pruebas son hermosas”, pregonaba en Atlanta el 6 de marzo y agregaba que el Covid-19 era una “gripe”. No obstante, sobre la segunda mitad de marzo, inició una serie de medidas tendientes a aislar a su país del resto del mundo: cancelación de los vuelos a Europa y prohibición del ingreso de viajeros procedentes del espacio Schengen, o sea 26 países del viejo continente.

A principios de abril, ya plenamente instalado el debate entre proteger el derecho a la vida de los ciudadanos o reactivar la economía —se contabilizaban seis millones de desempleados y había gobernadores en rebelión contra las exigencias de Trump—  el columnista Tomas Friedman del New York Times, escribía que “el Partidos Republicano se ha convertido en un partido estúpido, contra la ciencia, sin columna vertebral, que transmite todo eso por Fox News y vuelve más estúpida la gente”.

El 11 de abril, Nueva York, para muchos la capital del mundo, comenzó a vivir escenas de guerra: el entierro de cadáveres en una fosa común en la isla de Hart, en el extremo noroeste de la Gran Manzana.

A mediados de abril, EEUU registraba 26.000 muertes, 79 cada un millón. En Corea del Sur, por el contrario, se registraron 225 muertes, sólo cuatro por millón. El número de muertos en Taiwán era sólo de seis, es decir 0,3 por millón. Y el de Singapur era de diez, dos por millón. Trump fracasaba. Sin embargo, contra la opinión de los gobernadores, presionaba para reiniciar las actividades deportivas. Asimismo, intentaba desviar la atención ciudadana de su pésima gestión ante la pandemia con el anuncio de que discontinuaba la financiación de la OMS, acusándola de “mala gestión y encubrimiento”; y de que “sus errores han causado muchas muertes”.

El 25 de abril, Trump sugirió a los científicos estadounidenses inyectar “desinfectante” en los pacientes para “limpiar los pulmones” o haces de luz,  ya que los estudios indican que el patógeno muere más rápidamente en ciertas superficies y en el aire al ser expuesto a la luz del sol.

El 30 de abril se supo que la Inteligencia de EE.UU. rechazó que el coronavirus sea una creación artificial, al tiempo que hubo filtraciones a la prensa de que funcionarios de Trump habrían presionado a los servicios de espionaje para que busquen pruebas de que fue originado en un laboratorio en Wuhan y justificar nuevas sanciones contra China.

El 18 de mayo, Trump afirmó que tomaba hidroxicloroquina para prevenir el Covid-19, aunque los científicos advertían sobre los riesgos y ausencia de evidencia respecto a la eficacia de esa droga que se utiliza en el tratamiento contra la malaria, el lupus y la artritis aguda. En la cadena Fox News entretanto se hablaba del supuesto milagro de la resurrección de Lázaro, narrado en textos cristianos, para potenciar los hipotéticos beneficios de la hidroclororquina.

Trump sugirió este jueves 18 de junio que el Gobierno chino contribuyó a expandir el virus a nivel internacional de forma "intencional" con el objetivo de "desestabilizar" economías competitivas.

Al cierre de esta columna, EEUU presentó 117.559 muertes; 1.157.026 casos y un porcentaje de mortalidad de 35,9 por 100.000 habitantes.

Consecuencias. El Covid-19 dejó en evidencia que EEUU es un barco con un imprevisible timonel y comienzan a verse los resultados de tanta insensatez. La Corte Suprema de EEUU calificó de “capricho” la interrupción del programa DACA implementado por Barak Obama en 2013 con consecuencias para 700 mil jóvenes indocumentados que corrían un riesgo de ser deportados. El miércoles 17 de junio  de junio también se conoció una encuesta de intención de voto a nivel nacional que ubicó a Trump 13 puntos por debajo del candidato demócrata a las elecciones Joe Biden. Suman 20,5 millones los desocupados en el país.

México. “Hay que abrazarse, no pasa nada”, era el mensaje de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dos semanas antes de que la OMS dijera que era una pandemia. Luego del anuncio de la OMS, el Presidente mexicano siguió visitando municipios y repartiendo besos y abrazos a sus seguidores, e hizo propaganda de esa actividad con videos donde besaba reiteradamente en la mejilla a una niña.

La irresponsabilidad de López Obrador, mezclada con invocaciones suyas a poderes mágicos que le protegían del Covid-19, se mantuvo hasta el 24 de marzo: “Vayan a restaurantes y fondas, vivan como siempre que yo les voy a decir cuando hay que tomar precauciones”. La evidencia de que AMLO se manejaba con desprecio por los derechos de la salud de sus compatriotas la aportó la Secretaría de Salud de ese país con sus exhortaciones —paralelas a los desatinos presidenciales— a no saludar de besos y abrazos, incluso, presentando un plan que incluye la suspensión temporal de actividades del sector público, privados y la suspensión de eventos masivos.

El 31 de marzo AMLO decretó el estado de emergencia sanitaria hasta el 30 de abril en el país y el 4 de abril ya se jactaba de que daba “lección al mundo” en su lucha contra el coronavirus. Y celebraba: “es realmente ejemplar el comportamiento de la mayoría de mexicanos” al cumplir el exhorto de las autoridades a quedarse lo máximo posible en casa hasta el 30 de abril.

Según AMLO, el principal objetivo de su gobierno en esta crisis es el de “salvar vidas” y “después vendrá el tiempo de la recuperación en lo económico”.  Según el Presidente, su gobierno entregó apoyos económicos a ocho millones de adultos mayores para que se queden en casa y no se expongan a la enfermedad. El plan económico de López Obrador para enfrentar la crisis ha sido criticado por el sector privado: se basa en la entrega de apoyos a las personas vulnerables en lugar de ayudar a las empresas a mantener los empleos, se sostiene.

AMLO rectificó el rumbo, pero las consecuencias de sus errores iniciales le siguen pasando factura hasta el presente. El viernes 29 de mayo, siete gobernadores acordaron aplicar su propia estrategia para salir de la emergencia sanitaria, al margen de las medidas ordenadas por el gobierno federal. México registra 19.080 muertes; una mortalidad de 15,1 y 159.793 casos.

Brasil. “Una gripecita”. El presidente Jair Bolsonaro mantuvo su contacto masivo con la ciudadanía y auspició las concentraciones de personas. En la segunda quincena de marzo, cuando los casos llegaban a 200, Bolsonaro consideraba exagerado cancelar las concentraciones masivas y, obviamente, los partidos de fútbol. Calificaba de histeria las medidas de confinamiento que—dijo— lo único que provocarían seria “daños a la economía”.

El 15 de marzo declaraba a CNN Brasil que “Tenemos que tomar las medidas sanitarias pertinentes (ante el virus) pero no podemos entrar en una neurosis como si fuera el fin del mundo”. Ese domingo Bolsonaro —pese a estar él mismo en cuarentena por sospecha de contagio del Covid -19—   estuvo saludando a manifestantes que se concentraron frente al Palacio del Planalto, en Brasilia, en una de las protestas realizadas contra el Congreso, el Poder Judicial y en respaldo del gobierno. El Presidente agregó, sin aportar ninguna evidencia, que “con toda seguridad hay interés económico para que se llegue a esta histeria” en torno del coronavirus.

El 24 de marzo calificaba de “gripecita” al Covid-19.

En ese momento Brasil encabezaba la lista de países latinoamericanos con más fallecidos por el virus. También los gobernadores de Brasil rechazaban  la exhortación de Bolsonaro, diciendo que la propuesta del mandatario de reabrir escuelas y empresas contravenía las recomendaciones de los expertos de salud y ponía en riesgo a la población más numerosa de Latinoamérica.

El 8 de abril, con casi 16.000 casos y 800 muertes, anunció que se recibía la materia prima para producir hidroxicloroquina, droga que no tiene efectos sobre el Covid-19. Cinco días después, pese a que los casos habían trepado a 23.430 y las muertes sumaban 1.328, Bolsonaro declaró: “parece que el virus está empezando a desaparecer”. Dos meses atrás, convocaba a concentraciones masivas y sostenía que Brasil y Dios estaban por encima de todo. Se llegaba a casi 40 mil casos y las muertes a 2.462. Las escenas de fosas colectivas comenzaban a angustiar. “Espero que esta sea la última semana de esta cuarentena”, dijo a fines de abril. Interrogado sobre el número de muertos respondía: “No soy sepulturero”. Y ante la pregunta formulada el 28 de abril sobre que Brasil superaba a China en número de muertes respondía: “¿Y qué? Lo siento. ¿Qué quieres que haga? Soy un mesías, pero no hago milagros”. Sumaban 71.886 casos y 5.017 muertes.

El 6 de mayo, cuando iban 8.513 muertes dijo: “lo peor y ya paso”. Dos días después, cuando los muertos casi llegaban a 10.000 anunciaba e invitaba a una barbacoa para 800 personas: “Habrá como 3.000 personas mañana en la barbacoa”.

También cambió dos veces a su ministro de Salud y participó de actos contra el Congreso y la Corte Suprema, donde uno de los jueces comparó recientemente los riesgos del orden democrático en Brasil con la Alemania de Adolf Hitler. La confusa actitud del presidente; el desacuerdo entre Bolsonaro, gobernadores y alcaldes; noticias falsas y promesas de curas milagrosas, son tres —con directa responsabilidad de Bolsonaro—  de las siete causas anotadas como decisorias en el drama de Brasil.

Además de fosas comunes en cementerios brasileños, el viernes 12 de junio se cavaron fosas comunes en la célebre playa de Copacabana como tributo a las víctimas.

En el presente, con 46.510 fallecidos, una mortalidad por cada 100.000 habitantes de 22,2  y llegando al millón de casos           (955.377) Brasil es el segundo país después de EEUU con más muertos por Covid-19.