
La tentación Latinoamericana
La Argentina es un país ciclotímico. Cuando se siente eufórica, cree estar a punto de recuperar un lugar en el "primer mundo", hazaña que celebra anticipadamente tomando prestado dinero en cantidades fenomenales, pero cuando todo le parece sombrío.Por James Neilson
La Argentina es un país ciclotímico. Cuando se siente eufórica, cree estar a punto de recuperar un lugar en el "primer mundo", hazaña que celebra anticipadamente tomando prestado dinero en cantidades fenomenales, pero cuando todo le parece sombrío se consuela asegurándose de que por lo menos ha asumido su destino latinoamericano, que en adelante será mucho más auténtica, más fiel a sí misma, de lo que era en los tiempos en que estaba llena de ilusiones absurdas. No sorprende en absoluto, pues, que el colapso espectacular económico y, no lo olvidemos, institucional de fines de 2001 se haya visto seguido por una nueva ola de entusiasmo por América latina y hostilidad hacia los Estados Unidos, o sea, de orgullo por "lo nuestro" y desprecio por lo ajeno y por lo moderno si por eso uno quiere decir "neoliberalismo" y "globalización".
En el fondo. se trata de un pretexto para abandonar el esfuerzo por impulsar los cambios profundos que serían necesarios para hacer de la Argentina un país que sea plenamente capaz de aprovechar las muchas oportunidades brindadas por el orden internacional cada vez más competitivo que, nos guste o no nos guste, está configurándose con rapidez. En buena lógica, el haber perdido tanto terreno en un lapso tan corto debería haber servido para estimular grandes cambios, pero lo que proponen los que presentan la caída como una forma un tanto violenta de reencontrarse con las raíces es resistirse a cambiar. Hasta ahora, quienes piensan de esta manera, políticos conservadores como Eduardo Duhalde que no quieren saber nada de herejías extranjeras, han llevado la voz cantante. No hay señal alguna de que el presidente Néstor Kirchner discrepe con su análisis. Antes bien, parece decidido a "profundizar" la contrarreforma que inició su padrino.
El latinoamericanismo militante en que el santacruceño aspira a basar su estrategia significa mucho más que el mero deseo de privilegiar las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con los vecinos por suponer que nos convendría contar con su apoyo, política que dadas las circunstancias sería muy sensata. También refleja una actitud determinada frente a los problemas gravísimos que plantea el atraso. Dicha actitud se caracteriza por la falta de ambición y por la voluntad de atribuir los fracasos propios a la maldad ajena, lo que es una forma de decir que sería inútil pensar que reformas internas drásticas podrían producir resultados positivos. Así las cosas, es natural que en tiempos difíciles sean muchos los políticos que se sienten atraídos por el espejismo de la "unidad latinoamericana": acaso no ayudaría a solucionar nada porque la gran crisis de la región tiene muy poco que ver con las dimensiones de los países que la conforman, pero es innegable que suena grandiosa, para no decir épica.
Puede que no lo entienda exactamente así Kirchner, político que ha aprendido el oficio de gobernar en una provincia relativamente rica de fisonomía canadiense que por lo común ha contado con los recursos financieros que por desgracia son imprescindibles si lo que uno tiene en mente es poner en marcha programas de obras públicas, pero no cabe duda de que entre sus colaboradores abundan los dispuestos a reivindicar lo que distingue América latina de otras regiones del planeta sin preocuparse si las particularidades que exaltan - sobre todo las supuestas por los fuertes prejuicios de origen más religioso que ideológico contra el capitalismo en cualquiera de sus variantes -, han contribuido a su trágico atraso.
De por sí, no hay nada malo en "la integración latinoamericana" o en una "alianza estratégica con el Mercosur", pero tal proyecto no puede considerarse una "alternativa" a la multitud de cambios políticos, económicos, jurídicos y culturales nada sencillos que serán necesarios para que los países de la región se hagan lo bastante productivos como para poder satisfacer las expectativas materiales mínimas de los centenares de millones de personas que los habitan. Sin embargo, tanto Kirchner como otros que se las han arreglado para convencerse de que el Mercosur o, tal vez, América latina en su conjunto, serán "la solución", parecen compartir con el locuaz dictador caribeño Fidel Castro la noción de que la región debería erigirse en un bastión anticapitalista o, dirían, "antineoliberal" inexpugnable. Según el punto de vista castrista, la implosión económica que depauperó a medio país no fue una calamidad sin atenuantes sino, por el contrario, un triunfo magnífico, "un golpe colosal" asestado contra los "neoliberales" satánicos. Como dijo un par de milenios atrás el rey Pirro II de Epiro después de derrotar una vez más a los romanos a costa de buena parte de su propio ejército, con más victorias de este tipo quedaremos eliminados para siempre.
La breve visita del idolatrado "Fidel" a Buenos Aires fue todo un acontecimiento. Además de ser adulado por los sujetos que fantasean con reeditar aquí las proezas siniestras que le han permitido reinar sobre Cuba como un monarca absoluto desde mediados del siglo pasado, el último de los dictadores latinoamericanos fue festejado con unción por una proporción notable de la clase política nacional, incluyendo al presidente Kirchner y el jefe del gobierno porteño Aníbal Ibarra que por vaya a saber cuáles servicios al género humano lo condecoró. Para colmo, en una entrevista con el diario español ABC, el flamante canciller, Rafael Bielsa, miembro clave de un gobierno que acababa de pasar a retiro a las cúpulas castrenses por creerlas demasiado comprometidas con la represión ilegal, se dio el lujo de afirmar que "no me atrevo a decir abiertamente que se violan los derechos humanos en Cuba", lo que podría tomarse por una forma cortés de advertirnos que el gobierno nacional está integrado por individuos que consideran meramente anecdóticos la censura rígida, la encarcelación sistemática de disidentes y los fusilamientos después de procesos sumarísimos, para mencionar únicamente a los atropellos más recientes perpetrados por el brutal dinosaurio antillano, siempre y cuando con un poco de ingenio tales violaciones flagrantes de los derechos humanos puedan ser encuadradas en "la lucha" contra Estados Unidos y, claro está, contra el horror neoliberal. ¿Es un demócrata genuino Bielsa, o, como tantos, será otro oportunista "converso", para emplear la palabra que usaba el senador Eduardo Menem cuando se sentía constreñido a aludir a su propia evolución política?
Por qué aman tanto a "Fidel"? ¿Porque el gobierno yanqui lo odia? ¿Porque admiran a un colega que ha hecho de la "rerreelección" una rutina vitalicia? ¿Porque sienten nostalgia por los buenos viejos tiempos en los que la política era menos complicada de lo que es hoy en día por ser cuestión de una lucha armada entre guerrilleros románticos y militares vendidos a la reacción? ¿O será porque creen que a pesar de todo "Fidel" ha tratado de crear una alternativa entrañablemente latina al capitalismo liberal sajón que, lo mismo que Karol Wojtyla, ven como una fuerza maligna e inhumana que está apoderándose del mundo? Sea como fuere, el que en ciertas circunstancias una parte muy significante de la clase política nacional más sus acompañantes intelectuales "progresistas" no titubee en pasar por alto la naturaleza férreamente antidemocrática de su caudillo favorito no puede ser sino inquietante. Después de todo, la transformación de la Argentina en una democracia fue un episodio más en una gran metamorfosis política internacional en la que docenas de países habituados a tiranías decidieron probar suerte celebrando elecciones. ¿Qué sucedería aquí si un día el clima planetario cambiara y la democracia dejara de estar en boga?
De todos los candidatos presidenciales significantes, Kirchner era el menos conocido y, con la excepción de Elisa Carrió, el menos preparado para gobernar, razón por la que incluso las líneas generales de su "proyecto" siguen siendo borrosas. Por lo pronto, la mayoría está dispuesta a darle el beneficio de la duda, haciendo hincapié en lo que le gusta de sus mensajes, medidas y nombramientos y minimizando la importancia de aquellos detalles que podrían resultarles incómodos, pero si resulta que el clima camporista de la inauguración de su período en la Casa Rosada y el tenor alfonsinista de su retórica presagian lo que procurará hacer en los más de cuatro años que le esperan, Kirchner no tardará en verse en problemas, con la derecha acusándolo de ser una versión local de Hugo Chávez y la izquierda atacándolo con vehemencia similar por dejarse intimidar por las "corporaciones" financieras, los acreedores, el FMI y, huelga decirlo, el ubicuo imperio estadounidense.
James Neilson es periodista y analista político. Ex Director del diario "The Buenos Aires Herald".
Este artículo fue originalmente publicado en la revista Noticias www.noticias.uol.com.ar
La Argentina es un país ciclotímico. Cuando se siente eufórica, cree estar a punto de recuperar un lugar en el "primer mundo", hazaña que celebra anticipadamente tomando prestado dinero en cantidades fenomenales, pero cuando todo le parece sombrío se consuela asegurándose de que por lo menos ha asumido su destino latinoamericano, que en adelante será mucho más auténtica, más fiel a sí misma, de lo que era en los tiempos en que estaba llena de ilusiones absurdas. No sorprende en absoluto, pues, que el colapso espectacular económico y, no lo olvidemos, institucional de fines de 2001 se haya visto seguido por una nueva ola de entusiasmo por América latina y hostilidad hacia los Estados Unidos, o sea, de orgullo por "lo nuestro" y desprecio por lo ajeno y por lo moderno si por eso uno quiere decir "neoliberalismo" y "globalización".
En el fondo. se trata de un pretexto para abandonar el esfuerzo por impulsar los cambios profundos que serían necesarios para hacer de la Argentina un país que sea plenamente capaz de aprovechar las muchas oportunidades brindadas por el orden internacional cada vez más competitivo que, nos guste o no nos guste, está configurándose con rapidez. En buena lógica, el haber perdido tanto terreno en un lapso tan corto debería haber servido para estimular grandes cambios, pero lo que proponen los que presentan la caída como una forma un tanto violenta de reencontrarse con las raíces es resistirse a cambiar. Hasta ahora, quienes piensan de esta manera, políticos conservadores como Eduardo Duhalde que no quieren saber nada de herejías extranjeras, han llevado la voz cantante. No hay señal alguna de que el presidente Néstor Kirchner discrepe con su análisis. Antes bien, parece decidido a "profundizar" la contrarreforma que inició su padrino.
El latinoamericanismo militante en que el santacruceño aspira a basar su estrategia significa mucho más que el mero deseo de privilegiar las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con los vecinos por suponer que nos convendría contar con su apoyo, política que dadas las circunstancias sería muy sensata. También refleja una actitud determinada frente a los problemas gravísimos que plantea el atraso. Dicha actitud se caracteriza por la falta de ambición y por la voluntad de atribuir los fracasos propios a la maldad ajena, lo que es una forma de decir que sería inútil pensar que reformas internas drásticas podrían producir resultados positivos. Así las cosas, es natural que en tiempos difíciles sean muchos los políticos que se sienten atraídos por el espejismo de la "unidad latinoamericana": acaso no ayudaría a solucionar nada porque la gran crisis de la región tiene muy poco que ver con las dimensiones de los países que la conforman, pero es innegable que suena grandiosa, para no decir épica.
Puede que no lo entienda exactamente así Kirchner, político que ha aprendido el oficio de gobernar en una provincia relativamente rica de fisonomía canadiense que por lo común ha contado con los recursos financieros que por desgracia son imprescindibles si lo que uno tiene en mente es poner en marcha programas de obras públicas, pero no cabe duda de que entre sus colaboradores abundan los dispuestos a reivindicar lo que distingue América latina de otras regiones del planeta sin preocuparse si las particularidades que exaltan - sobre todo las supuestas por los fuertes prejuicios de origen más religioso que ideológico contra el capitalismo en cualquiera de sus variantes -, han contribuido a su trágico atraso.
De por sí, no hay nada malo en "la integración latinoamericana" o en una "alianza estratégica con el Mercosur", pero tal proyecto no puede considerarse una "alternativa" a la multitud de cambios políticos, económicos, jurídicos y culturales nada sencillos que serán necesarios para que los países de la región se hagan lo bastante productivos como para poder satisfacer las expectativas materiales mínimas de los centenares de millones de personas que los habitan. Sin embargo, tanto Kirchner como otros que se las han arreglado para convencerse de que el Mercosur o, tal vez, América latina en su conjunto, serán "la solución", parecen compartir con el locuaz dictador caribeño Fidel Castro la noción de que la región debería erigirse en un bastión anticapitalista o, dirían, "antineoliberal" inexpugnable. Según el punto de vista castrista, la implosión económica que depauperó a medio país no fue una calamidad sin atenuantes sino, por el contrario, un triunfo magnífico, "un golpe colosal" asestado contra los "neoliberales" satánicos. Como dijo un par de milenios atrás el rey Pirro II de Epiro después de derrotar una vez más a los romanos a costa de buena parte de su propio ejército, con más victorias de este tipo quedaremos eliminados para siempre.
La breve visita del idolatrado "Fidel" a Buenos Aires fue todo un acontecimiento. Además de ser adulado por los sujetos que fantasean con reeditar aquí las proezas siniestras que le han permitido reinar sobre Cuba como un monarca absoluto desde mediados del siglo pasado, el último de los dictadores latinoamericanos fue festejado con unción por una proporción notable de la clase política nacional, incluyendo al presidente Kirchner y el jefe del gobierno porteño Aníbal Ibarra que por vaya a saber cuáles servicios al género humano lo condecoró. Para colmo, en una entrevista con el diario español ABC, el flamante canciller, Rafael Bielsa, miembro clave de un gobierno que acababa de pasar a retiro a las cúpulas castrenses por creerlas demasiado comprometidas con la represión ilegal, se dio el lujo de afirmar que "no me atrevo a decir abiertamente que se violan los derechos humanos en Cuba", lo que podría tomarse por una forma cortés de advertirnos que el gobierno nacional está integrado por individuos que consideran meramente anecdóticos la censura rígida, la encarcelación sistemática de disidentes y los fusilamientos después de procesos sumarísimos, para mencionar únicamente a los atropellos más recientes perpetrados por el brutal dinosaurio antillano, siempre y cuando con un poco de ingenio tales violaciones flagrantes de los derechos humanos puedan ser encuadradas en "la lucha" contra Estados Unidos y, claro está, contra el horror neoliberal. ¿Es un demócrata genuino Bielsa, o, como tantos, será otro oportunista "converso", para emplear la palabra que usaba el senador Eduardo Menem cuando se sentía constreñido a aludir a su propia evolución política?
Por qué aman tanto a "Fidel"? ¿Porque el gobierno yanqui lo odia? ¿Porque admiran a un colega que ha hecho de la "rerreelección" una rutina vitalicia? ¿Porque sienten nostalgia por los buenos viejos tiempos en los que la política era menos complicada de lo que es hoy en día por ser cuestión de una lucha armada entre guerrilleros románticos y militares vendidos a la reacción? ¿O será porque creen que a pesar de todo "Fidel" ha tratado de crear una alternativa entrañablemente latina al capitalismo liberal sajón que, lo mismo que Karol Wojtyla, ven como una fuerza maligna e inhumana que está apoderándose del mundo? Sea como fuere, el que en ciertas circunstancias una parte muy significante de la clase política nacional más sus acompañantes intelectuales "progresistas" no titubee en pasar por alto la naturaleza férreamente antidemocrática de su caudillo favorito no puede ser sino inquietante. Después de todo, la transformación de la Argentina en una democracia fue un episodio más en una gran metamorfosis política internacional en la que docenas de países habituados a tiranías decidieron probar suerte celebrando elecciones. ¿Qué sucedería aquí si un día el clima planetario cambiara y la democracia dejara de estar en boga?
De todos los candidatos presidenciales significantes, Kirchner era el menos conocido y, con la excepción de Elisa Carrió, el menos preparado para gobernar, razón por la que incluso las líneas generales de su "proyecto" siguen siendo borrosas. Por lo pronto, la mayoría está dispuesta a darle el beneficio de la duda, haciendo hincapié en lo que le gusta de sus mensajes, medidas y nombramientos y minimizando la importancia de aquellos detalles que podrían resultarles incómodos, pero si resulta que el clima camporista de la inauguración de su período en la Casa Rosada y el tenor alfonsinista de su retórica presagian lo que procurará hacer en los más de cuatro años que le esperan, Kirchner no tardará en verse en problemas, con la derecha acusándolo de ser una versión local de Hugo Chávez y la izquierda atacándolo con vehemencia similar por dejarse intimidar por las "corporaciones" financieras, los acreedores, el FMI y, huelga decirlo, el ubicuo imperio estadounidense.
James Neilson es periodista y analista político. Ex Director del diario "The Buenos Aires Herald".
Este artículo fue originalmente publicado en la revista Noticias www.noticias.uol.com.ar