Artículos

15.07.11

El asco de Fito Páez: el autoritarismo “ilustrado” y el delirio de superioridad moral de la izquierda argentina

Por Pablo Díaz de Brito

El lunes postelectoral al triunfo de Mauricio Macri en la primera vuelta para elegir Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sobre el candidato de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner (CFK), Daniel Filmus, con un contundente 47% a 28% en favor del líder del PRO que busca su reelección, dejó al postulante kirchnerista al borde de retirarse antes del ballottage.

Ese lunes 11 de julio fue todo para Macri en los medios argentinos, y ahí nomás empezó la descalificación del electorado porteño desde la cima misma del gobierno nacional. Era evidente que la presidenta argentina no había digerido las imágenes del domingo a la noche, con Macri y su gente bailando por TV en medio de una lluvia de globos. El jefe de gabinete, Aníbal Fernández, comentó ese lunes que “los pueblos votan a gobernantes que se les parecen”, parafraseando a Bertold Brecht. El comentario se ganó los titulares, pero el plato fuerte vino al día siguiente: El que dio la nota fue el músico Fito Páez.

En la contratapa de Página 12, Páez no tuvo mejor idea que insultar a los electores de Macri. En su peor párrafo, Páez afirma: “A la mitad de los porteños les gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños les encanta más aparentar que ser. No porque no puedan. Es que no quieren ser, Lo que esa mitad está siendo... repugna... Da asco la mitad de Buenos Aires”.

Páez reduce a la nada a esos despreciables votantes, que cuando pasan a ser, a existir, literalmente le “dan asco”. Si el sujeto fuera un grupo social específico, Páez habría incurrido en un delito claro de incitación al odio, similar al que existe para los casos de racismo. A tal punto llega su desprecio ideológico.

La figura a odiar, objeto de su asco, la construye a partir del mismo clisé que el antisemitismo: la avaricia, el afán de dinero por encima de cualquier otra consideración, achacados al Otro para, una vez despojado de todo valor moral, se hace depositario de algo más que mi desprecio: el asco, o sea una repulsión física compulsiva, un rechazo corporal además de moral.

En otro plano, vale la pena detenerse en el párrafo del dinero,  en esa referencia a los “bolsillos llenos, no importa cómo”. Páez ha dejado atrás hace ya al menos 10 años sus tiempos de oro, cuando llenaba estadios, hacía giras apoteósicas y sus discos se vendían a gran escala. En esa época no evitó nunca las visitas a Cuba, donde llegó a cantar en la Plaza de la Revolución. Jamás tuvo allí un asomo crítico hacia la dictadura castrista, tan acogedora con él. Pero el caso es que desde 1999 sus obras ya no “prenden” entre el público masivo. Demasiado ambiciosas y musicalmente anodinas, las nuevas canciones carecen de eso que justifica la existencia y la riqueza de los cantantes populares: letras y melodías logradas, con las que esas mayorías puedan identificarse de inmediato. Así que sus discos ya no se venden y sus recitales masivos son definitivamente cosa del pasado. Y Páez, para sostener su alto tren de vida en el coqueto barrio porteño de Palermo, debió sustituir aquellos ingresos que supo ganarse. Y como muchos artistas argentinos en tiempos kirchneristas, se aproximó sin pudor alguno al calor y la billetera del poder.

Páez se volvió tal vez el músico más cotizado de la corte artística de los Kirchner. Su actuación cerró, por ejemplo, el recital gratuito que organizó el gobierno el 25 de mayo de 2010, para celebrar el Bicentenario de la independencia. Se afirma que tanto él como los otros participantes cobraron cachets muy por encima de los valores de mercado. Así que Páez se llena los bolsillos y no le importa cómo, a costa del erario público.

La columna de Páez sigue, y llega otro núcleo del pensamiento descalificador y autoritario de su autor: los votantes derechistas de Macri, dice, son “simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la ignorancia y la hipocresía”. Una perfecta aunque pretenciosa síntesis del pensamiento conspirativo de la izquierda argentina. Esos derechistas “manejan las riendas del dolor”. Porque si hay dolor, o sea, pobreza y marginalidad, es porque ellos lo desean, es más, lo necesitan. Son esas “fuerzas inmanentes de la Argentina”.

Páez, desde joven lector de los pensadores contemporáneos franceses de izquierda, ha tomado nota de esa “escuela de la sospecha”, en la que siempre hay un sistema perverso llamado capitalismo detrás de todos los males de la humanidad.

Pero en el plano más general de su discurso Páez repite el dispositivo retórico construido en estos años por el gobierno K: nada de juego democrático entre oficialismo y opositores, entre izquierda democrática y derecha democrática. No: esto es una batalla entre el mal y el bien, entre “la derecha”, que conspira contra el “gobierno popular”. Y Macri, como se sabe, es el principal exponente de “la derecha” en Argentina, pese a que por una discutible opción táctica prefirió no presentarse este año a la carrera presidencial.

Desde que Macri inició su primer gobierno de la capital argentina en 2007, Néstor y Cristina Kirchner decidieron elegirlo como su principal enemigo, el blanco fijo de sus diatribas contra “la derecha”. Empresario e hijo de empresario, es la figura ideal para cumplir ese rol en esta forma de hacer política del kirchnerismo, necesitada por definición de un Enemigo del Pueblo al que denunciar y, sobre todo, derrotar.

Y la popularidad de Macri literalmente enloqueció al kirchnerismo: ¿cómo es que un derechista puede ser indudablemente popular? ¿Acaso el pueblo se ha dejado engañar? O, como se sugiere en la reacción kirchnerista al triunfo macrista, ¿se trata de una parte perversa y enfermiza de la población? El adjetivo “popular” ha sido raptado por el kirchnerismo y la izquierda periodística y académica que le dan sustento ideológico. Por esto se diseña la tesis de la podredumbre moral: sí, ganaron, los votaron millones, pero se trata de una fracción enferma moralmente de la población argentina. Esa mitad de porteños que “da asco”.

Páez y su columna ofensiva forman parte de esa lógica kirchnerista, basada en la descalificación irremontable del adversario. Su autoritarismo despectivo y aristocrático es así parte de algo más grande: un estilo político que se ejerce desde el corazón del poder. El kirchnerismo tiene la misma concepción autoritaria y mesiánica que Páez destila en su texto. El adversario nunca es un ciudadano que ve las cosas diversamente, o que tiene otros intereses, igualmente legítimos que los míos, y los defiende en la arena política. No. Es un inmoral o un idiota que se ha vendido a los poderosos, esos que manejan las “fuerzas inmanentes de la Argentina”.

Veamos un poco más del texto de marras. Páez lamenta la supuesta decadencia moral de Buenos Aires, antes ciudad generosa y vanguardista, hoy caída en el derechismo procaz de Macri. “Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular pero que no está hecha a su medida”. Dejemos de lado la mala literatura que practica el siempre pretencioso Páez (“el cuerpo celeste”) y veamos cómo la descalificación que practica es total, irrevocable.

El tono invoca el púlpito. El paseo por las calles con la “corona de oro” parece una figura lanzada por un viejo predicador protestante que condena el pecado de avaricia. La retórica de Páez es fulminante, no deja nada en frente. Por esto recibió al día siguiente una larga lista de respuestas públicas, incluyendo al propio Daniel Filmus, quien con encomiable dignidad dijo lo que todo político democrático sabe: no se descalifica a los ciudadanos porque no nos hayan votado.

El mensaje de Filmus iba más allá de Páez, se dirigía hacia el kirchnerismo más cerril que habita en el entorno de la presidenta. Es este grupo el autor intelectual de la brutal boutade de Páez, aunque a  este no le costó nada ser su autor material, dada su conocida inclinación a la soberbia y su simpatía histórica con la izquierda autoritaria latinoamericana. El resultado electoral de Macri, a su vez, es una respuesta ciudadana a ese sectarismo despótico que crece en el círculo íntimo presidencial.

El cantante termina su columna refiriéndose así a los malditos votantes de Macri: “Gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la ciudad de Buenos Aires quiere para sí misma”. De nuevo: si no se es “progresista” (en el sentido arbitrario que se le ha otorgado al término en la Argentina K) se es un derechista miserable, un egoísta. Ni siquiera se tiene “swing”, esa deliciosa facultad musical que por lo demás no aparece nunca en las reiterativas canciones de Páez, eternamente dominadas por su voz gimoteante y su piano maltratado.

Pablo Díaz de Brito es analista de CADAL y redactor especial de www.analisislatino.com