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17.02.12

Populismo, estatismo autoritario y pobreza crónica

(Análisis Latino) El mismo carácter del régimen nacional-populista crea las condiciones para cronificar la pobreza al alejar a los capitales necesarios para dinamizar a la economía y aumentar la tasa de inversión, muy baja respecto al publicitado crecimiento del PBI. Este, logrado en gran medida gracias a un hiper-expansionismo fiscal, al alto precio de los commodities exportables y a la lisa y llana impresión de papel moneda sin respaldo, junto con la hostilidad frontal a los inversores y en general a los empresarios, crean las condiciones objetivas para este estancamiento económico y social. En los años de la Argentina kirchnerista sólo puede detectarse cierta movilidad social en aquellos sectores de trabajadores calificados que tienen convenios colectivos ventajosos y poder de negociación sindical ante las patronales. Pero se trata de una élite de trabajadores. Por eso en la Argentina K la deuda social sigue casi intacta a 9 años de la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia.
Por Pablo Díaz de Brito

(Análisis Latino) Como ya está más o menos comprobado, los modelos populistas autoritarios de moda en la región congelan la pobreza, incluso la "perfeccionan" mediante planes clientelistas, pero jamás la disminuyen sustancialmente.

En gran parte, esto se debe a su sistemático ataque a la propiedad privada, que aleja a inversores propios y ajenos, generando un efecto pobreza. El clima de negocios completamente hostil que hoy existe en Venezuela explica en gran medida la situación social del país. A su vez, la expansión sin pausa del gasto público y en consecuencia de la inflación (26% oficial en Venezuela en 2011, un nivel similar al de la Argentina)  castiga sobre todo a los sectores bajos y medio-bajos, potenciando el nivel de pobreza que oficialmente se combate.

Este conjunto de políticas públicas tiene como efecto la cronificación o congelamiento de la pobreza, que combina a la perfección con altos niveles de adhesión a esos regímenes, y precisamente de parte de estos sectores pobres, presuntos grandes beneficiarios de los gobiernos de signo populista.

En el caso venezolano, las estadísticas oficiales indican una caída muy fuerte de la pobreza desde que Chávez llegó al poder en 1999. Está claro que el cuadro real dice que los pobres de los "cerros" han mejorado su situación, pero no han dejado de ser pobres y no tienen perspectivas de dejar de serlo. El ciudadano pobre de los cerros tiene gracias a Chávez algo de asistencia médica en su barrio, acceso a alimentos subsidiados y no mucho más. Es un avance respecto de su situación bajo los agonizantes gobiernos finales del Punto Fijo, y eso explica los persistente triunfos electorales de Chávez, pero de ninguna manera se pueda hablar en la Venezuela chavista de movilidad social ascendente significativa. Existe al contrario un estancamiento de esa movilidad, que se frena paulatinamente, como un motor que se apaga. Es típico de estos modelos populistas contemporáneos (en agudo contraste con, por ejemplo el peronismo original, que logró efectivamente un ascenso social masivo, aunque basado en un modelo económico intrínsecamente deficiente).

Algo muy parecido se percibe en la Argentina contemporánea, donde las estadísticas serias, o sea, las privadas, indican niveles de pobreza muy altos, que poco se compadecen con los años de crecimiento a "tasas chinas" que exhibe el kirchnerismo como su mayor logro.

El truco, en ambos casos, es lograr consenso y votos fuertemente clientelares de los sectores bajos con esas pequeñas mejoras y a la vez encapsular a esa gente en su nivel social, compartimentarla, sin perspectivas serias de progreso social. Sólo así se puede asegurar la cautividad de su voto.

De aquí proviene la tesis, muy popular entre las clases medias opositoras a estos regímenes, de que la pobreza se mantiene "a propósito", para tener a esas masas atadas al voto clientelar. Como hemos visto, es así, pero el proceso en su conjunto es menos unilateral y más intrincado. Ante todo, como se dijo al inicio, el mismo carácter del régimen nacional-populista crea las condiciones para cronificar la pobreza al alejar a los capitales necesarios para dinamizar a la economía y aumentar la tasa de inversión, muy baja respecto al publicitado crecimiento del PBI. Este, logrado en gran medida gracias a un hiper-expansionismo fiscal, al alto precio de los commodities exportables y a la lisa y llana impresión de papel moneda sin respaldo, junto con la hostilidad frontal a los inversores y en general a los empresarios, crean las condiciones objetivas para este estancamiento económico y social.

En la Argentina K hubo hasta 2011 un boom de consumo de bienes durables pagados en cuotas. Se trató de un consumo deseado pero a la vez forzado: como la inflación superó el 25%, resulta imposible el ahorro popular, ya sea con una cuenta en el banco o en una cooperativa.

Entre descapitalizarse y consumir bienes durables, el argentino medio ha elegido esto último. Esto ha ocurrido en todos los niveles sociales: desde el empresario que cambió su modelo de Audi al habitante de las periferias que "se dio el gusto" y compró zapatillas de marca o algún pequeño electrodoméstico.

Pero este consumismo forzado no ha hecho nada para estimular la movilidad social, como es obvio. Al contrario, es una radiografía de como cada cual sigue en su casillero.

En los años de la Argentina kirchnerista sólo puede detectarse cierta movilidad social en aquellos sectores de trabajadores calificados que tienen convenios colectivos ventajosos y poder de negociación sindical ante las patronales. Pero se trata de una élite de trabajadores. Por eso en la Argentina K la deuda social sigue casi intacta a 9 años de la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia. Por eso, las villas miseria, equivalentes argentinas de los "cerros" venezolanos y las favelas brasileñas, no han cesado de crecer en los años kirchneristas (acá lo prueban con Google Earth).

Que el régimen populista haga que al menos un 40% de la población esté permanentemente en la pobreza o en sus cercanías, parece a la vez un objetivo político maquiavélico (ampliamente logrado) y una consecuencia inevitable de los mecanismos estatistas autoritarios que aplica.