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20.02.13

De retornado a emigrante, una vez más

(Búsqueda) Si bien Uruguay ha vivido varios años de bonanza y los niveles de desempleo son bajos, ello no alcanza para cubrir las expectativas de quienes se fueron al exterior y supieron hacerse un lugar ahí. La bonanza será la bonanza y el desempleo será el desempleo, pero eso no significa que en Uruguay la gente esté ganando sueldos que marquen una diferencia.
Por Tomas Linn

(Búsqueda) Los uruguayos que regresaron al país, quieren volver a los mismos lugares adonde habían emigrado tiempo antes. Un informe publicado por El País hace un mes atrás, daba a entender que este era un fenómeno creciente, una tendencia que se robustecía, más allá de si era o no el estado anímico predominante.

Un factor que impulsó al retorno de mucha gente fue la crisis en los países en que se habían establecido. Huyendo de los sucesivos sobresaltos locales, encontraron allí el bienestar que les faltaba acá, hasta que nuevamente la inestabilidad y el desempleo en Europa y Estados Unidos les hizo rever la decisión y buscar en Uruguay lo que tras haber logrado allá, les empezaba a faltar una vez más.

Esta realidad se dio con mucha dureza en España y también en Estados Unidos. Sin embargo, tras probar suerte de vuelta en Uruguay, varios de los retornados ahora reniegan de su decisión y parecen decididos a retractarse y volver a los lugares donde se habían aquerenciado. Para algunos, la decisión es irreversible y saben que no volverán a tener los ataques de nostalgia de la experiencia previa. El frustrado retorno ayudará a saber que el arraigo al lugar adoptivo será definitivo en esta segunda emigración.

Más allá de cuales son las dimensiones de este fenómeno, éste no debería sorprender. Es que si bien Uruguay ha vivido varios años de bonanza y los niveles de desempleo son bajos, ello no alcanza para cubrir las expectativas de quienes se fueron al exterior y supieron hacerse un lugar ahí. La bonanza será la bonanza y el desempleo será el desempleo, pero eso no significa que en Uruguay la gente esté ganando sueldos que marquen una diferencia. A ningún nivel. Más bien se trata de ingresos bajos, sea cual sea la función, tarea o profesión que se desempeñe. Un obrero gana poco, un profesional también gana poco en comparación a sus pares en otras sociedades, y lo mismo sucede con alguien con cargo gerencial en relación a lo que se paga por igual tarea en simular tipo de empresa en otros países.

De eso se dieron cuenta los que regresan: que los empleos no sobran, que ellos no son desafiantes ni estimulantes y, por supuesto, que no pagan nada parecido a lo que ganaban en los países donde estaban. Para colmo, como bien se sabe, vivir en Uruguay es caro.

El presidente Mujica reacciona con cierto desenfado. Para él, el mundo ideal es uno de gente capaz de vivir con lo indispensable, lejos del consumo que caracteriza la época. Pero no todos están dispuestos a vivir como él y no siempre es por un ansia de consumismo desmedido. Tan solo se busca un adecuado confort y un moderado contacto con las últimas tendencias del mundo.

A eso hay que agregar otra cosa que buscan los que se van, más allá de que no siempre lo encuentran: tener un empleo que de cierta satisfacción, que sea desafiante y tenga recompensa, no solo material sino emocional o intelectual. Esto ocurre en particular con un tipo de emigrante, los que componen la “fuga de cerebros”. Aunque también mucha gente de clase media, con buenos oficios y talentos, descubre que es bien valorada en el exterior y empieza a sentirse estimulada como no ocurre en su propio país.

Más allá de si son muchos o pocos de los retornados que plantean estos cuestionamientos, el problema es la calidad del trabajo disponible acá. No paga bien y la oferta abarca un abanico limitado. La queja de los repatriados se escucha, pero comparado con otros países de la región que vive igual bonanza, el nuestro ni siquiera ha logrado atraer, por ejemplo, a un número ya no alto pero al menos significativo de inmigrantes. Gente de otros países que busca nuevos horizontes, no se ve seducido a venir a Uruguay, pese a que el país cuenta con otros factores que lo harían interesante. Basta hacer una pequeña investigación en Internet desde cualquier lugar del mundo para saber que acá, las perspectivas de una lenta pero segura mejora en los ingresos no es posible. El piso es muy bajo y el techo está ahí nomás. Una cosa es que los uruguayos se resignen a ello, otra cosa es que lo hagan nuevos inmigrantes o los retornados que ya probaron el sabor de otras experiencias.

En eso, el país sigue aferrado a una situación ajustada. Los márgenes son escasos y las posibilidades de movilidad social —que fueron tan distintivos en un Uruguay de mediados del siglo XX— son escasas. Es el país de la frazada corta, para usar una imagen que con frecuencia repite Luis Alberto Lacalle. Esa manta abriga, pero siempre queda alguno afuera. Y si para cubrir a alguien que pasa frío hay que correrla hacia una punta, otro quedará destapado en el extremo opuesto. Está, protege, pero nunca alcanza para todos.

Lo curioso es que si bien lo económico importa en algunos de estos retornos, también pesan otros aspectos vinculados a la convivencia social. Algunos de los que fueron entrevistados por el diario El País sostienen algo que muchos venimos observando desde hace tiempo y que incluso he comentado en anteriores columnas: la hostilidad que afecta la convivencia en Montevideo. La población no se da cuenta en cuanto cambiaron, para mejor, otras ciudades (incluso algunas no tan lejanas) en la forma que se relaciona la gente que vive en ella. Incluso algunas ciudades a las que se le adjudica una idiosincrasia “fría y distante”, se destacan por la cordialidad y la buena disposición de la gente, lo cual por supuesto fascinó a tantos uruguayos que se asentaron en esos lugares. A su regreso, les sorprende la agresividad, el mal talante, la desconsideración y descortesía que se ve en muchos lugares: a bordo de un ómnibus, en una tienda, en la calle, en un café. Como me decía una uruguaya que hace un tiempo se fue del país y anduvo por varios continentes, algunos muy ajenos a nuestra cultura: “acá alguien tendría que dar clases de buenos modales”.

Retornan estos uruguayos creyendo que el momento es bueno y encuentran que las ofertas de trabajo son escasas y poco estimulantes, las pagas magras y el contexto en que viven es hostil. Comparan y concluyen que, aún con crisis, su calidad de vida era mejor donde estaban antes. Los que dejaron puertas abiertas vuelven. Y una segunda emigración es para siempre. Ya no hay tironeos emocionales, el arraigo al lugar de adopción se torna definitivo.

Fuente: www.busqueda.com.uy