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08.05.13

Democracia y parlamento en Venezuela

(Infolatam) Dentro de Venezuela la dura respuesta gubernamental se entiende a partir de la necesidad de consolidar una victoria sobre la que existen grandes dudas y de mantener cohesionados detrás de la figura de Maduro a los sectores más radicalizados. Lo que se entiende menos es la postura de aquellos gobiernos latinoamericanos que ni siquiera han aludido públicamente a la ruptura de la legalidad parlamentaria.
Por Carlos Malamud

(Infolatam) América Latina tiene la mayor densidad mundial de parlamentos regionales. Una rápida enumeración incorpora el Parlamento Latinoamericano o Parlatino, el Parlamento Centroamericano o Parlacen, el Parlamento Sudamericano, el Parlamento del Mercosur y el Parlamento Andino. Todo proyecto de integración regional que se precie debe tener su propio parlamento para ser considerado seriamente. Parecería que las sociedades latinoamericanas estiman tanto la vida parlamentaria que no pueden vivir sin asambleas legislativas, no sólo nacionales sino también regionales o subregionales. La constatación de esta idea supondría una altísima valoración de la democracia y los parlamentos por parte de los gobiernos y los políticos latinoamericanos.

En este caso no se entenderían las mínimas reacciones y el silencio casi generalizado tras los lamentables episodios vividos la semana pasada en la Asamblea Nacional (AN) venezolana. Sin embargo las cosas son de otra manera. Por eso hubo escasos pronunciamientos sobre unos enfrentamientos saldados con varios diputados heridos de consideración, principalmente de la oposición, pero también del oficialismo. No se trata aquí de valorar si los parlamentarios de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática) se autolesionaron, como señala el partido gobernante, o fueron agredidos en el hemiciclo. Si bien estos hechos son de extrema gravedad, no son los más importantes. Hay otros que atentan directamente contra la democracia y la vida parlamentaria del país.

Según el presidente de la AN Diosdado Cabello todo lo ocurrido en el parlamento fue un montaje de la oposición. Y si bien lamenta las heridas del diputado Julio Borges “el hecho de que él tenga un golpe no significa que él no haya sido el agresor”. Por eso Cabello cuestiona la identidad de los responsables de la violencia: “Hay ánimos caldeados, pero los ánimos caldeados tienen que ver con el desconocimiento de las instituciones de parte de los señores de la oposición”, en alusión a su decisión de no reconocer la victoria de Nicolás Maduro.

En realidad todo esto fue continuación de unos hechos iniciados el 16 de abril en la misma AN, sólo dos días después de la elección presidencial. Entonces, cuando resulto herido el diputado opositor Williams Dávila, Cabello retiró la palabra a todo los parlamentarios que no reconocieran la victoria de Maduro. En un tono entre prepotente y violento exclamó: “En esta Asamblea Nacional, mientras yo sea presidente, si no reconocen a Nicolás, si no reconocen la institucionalidad (del estado) no tendrá derecho de palabra ningún diputado”.

Simultáneamente removió a los presidentes de las comisiones legislativas de la oposición. Como señaló en twitter, que parece ser la nueva forma de democracia directa y participativa: “Nombrar a los presidentes de comisiones en la AN es competencia exclusiva de la directiva, si no reconocen a Maduro aplico reciprocidad”. También amenazó con no pagar los salarios a los diputados que mantuviesen su actitud. Lo paradójico del caso es que sus decisiones no se basan en la Constitución de Venezuela, en ninguna ley nacional ni en el reglamento de la AN. Tampoco tuvo en cuenta que el Consejo Nacional Electoral no hubiera proclamado los resultados definitivos. Pensemos en el escándalo que se habría producido en México si a los diputados y senadores del PRD que en 2006 no reconocieron el triunfo de Felipe Calderón les hubieran quitado la palabra y sus prerrogativas parlamentarias. ¿Alguien se imagina a Andrés Manuel López Obrador satanizado como fascista o golpista por no reconocer la legitimidad de su derrota?

En la última sesión de la AN el presidente Cabello retiró los micrófonos a los diputados de la oposición, intentando aplicar su peculiar interpretación de las normas parlamentarias y del funcionamiento de la democracia como si de órdenes cuarteleras se tratara. El problema de Cabello y de muchos de sus seguidores es que su legitimidad proviene de una revolución inexistente, ya que la única fuente que pueden presentar ante Venezuela y la comunidad internacional es producto de las urnas. Sin elecciones el chavismo no existiría.

Dentro de Venezuela la dura respuesta gubernamental se entiende a partir de la necesidad de consolidar una victoria sobre la que existen grandes dudas y de mantener cohesionados detrás de la figura de Maduro a los sectores más radicalizados. Lo que se entiende menos es la postura de aquellos gobiernos latinoamericanos que ni siquiera han aludido públicamente a la ruptura de la legalidad parlamentaria. Una de las pocas excepciones fue el ministro peruano de Exteriores, Rafael Roncagliolo, preocupado por la crispación, a la vez que hacía un llamado al diálogo. Su exhortación fue duramente criticada por Maduro quien volvió a insistir en que nadie tiene derecho a meter sus narices en los asuntos venezolanos.

En apenas 24 horas Maduro decidió restituir a su embajador en Lima, de donde lo había retirado con ostensibles aspavientos. No sería de extrañar que alguien, reservadamente, le llamara la atención sobre sus excesos verbales. Sin embargo, como señala Moisés Naím respecto a Brasil, sería de agradecer, de vez en cuando, una manifestación pública de apoyo a la democracia que aumentara el costo de ciertas conductas autoritarias. A este paso Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, con sus reacciones extemporáneas, podrían convertirse en los mayores enemigos de la supervivencia del onírico proyecto de Hugo Chávez.

Fuente: Infolatam