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08.05.13

Sobredosis de Bolívar, déficit de Artigas: La herencia de los próceres en los procesos políticos actuales

(El Observador) Artigas era, probablemente, menos ingenioso como militar que Bolívar. Es evidente, además, que era menos refinado y versado que él. Sin embargo, en un punto fundamental, fue mucho más sabio. Nunca se le cruzó por la cabeza que lo que precisaba nuestra América era, como recomendó Bolívar en mala hora, “reyes con el nombre de presidentes”. Siempre estuvo más cerca del constitucionalismo norteamericano y de la tradición participativa de los cabildos españoles, que de las fórmulas institucionales inspiradas en la monarquía.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La visita del presidente Nicolás Maduro al Uruguay desató una fuerte polémica entre la oposición y el gobierno. Como siempre, una parte del escándalo se explica, simplemente, por los cálculos de los actores. En este caso, es evidente que los líderes de la oposición han encontrado un nuevo motivo para confrontar con el gobierno del Frente Amplio, en general, y su política exterior, en particular. Este nuevo choque me parece perfectamente racional desde el punto de vista de la competencia política: he dicho, y aprovecho a reiterar, que las oposiciones prosperan más cuando, en su relación con el gobierno, predomina la confrontación sobre la cooperación. No creo, por tanto, que valga la pena analizarlo en términos de cálculos electorales. Sin embargo, me gustaría aprovechar la polvareda para alejarme un poco de la coyuntura nacional y comparar dos tradiciones políticas bicentenarias, la artiguista y la bolivariana.

No es poco lo que José Artigas y Simón Bolívar tienen en común. Integran, nada más y nada menos, la selecta nómina de líderes que encabezaron en nuestra América la lucha por la independencia y por la instauración de autoridades políticas legitimadas por el voto popular. Además, ambos fueron, como perfectamente apuntó nuestro José Enrique Rodó, caudillos populares arquetípicos: lograban canalizar el instinto de libertad de los habitantes, de los llaneros venezolanos, uno, y del gaucho del Río de la Plata, el otro. Sin embargo, eran muy diferentes entre sí. Bolívar, siempre según Rodó, era un líder más complejo que Artigas. Además del encanto del caudillo, se distinguía por su “genio militar” y por la “originalidad” de su pensamiento político.

“Artigas más San Martín: eso es Bolívar. Y aún faltaría añadir los rasgos de Moreno para la parte del escritor y del tribuno”, escribió Rodó en su Bolívar. Pero lo que más lo conmovía de la “personalidad” y del “entendimiento” políticos de Bolívar era que encarnaba mucho mejor que los demás héroes de la independencia la visión de una América Latina unida en una gran confederación. La Liga Federal de Artigas era una propuesta mucho menos profunda y ambiciosa que la confederación latinoamericana con la que especulaba Bolívar. Artigas era, desde ese punto de vista, apenas un “caudillo regional”. Bolívar, en cambio, “será siempre el héroe por excelencia, representativo de la eterna unidad hispanoamericana”. Por eso mismo, deslizándose de la semblanza a la profecía, escribió Rodó: “Con más o menos dilación, en una u otra forma, un lazo político unirá a los pueblos de la América nuestra, y ese día será el pensamiento del Libertador el que habrá resurgido y triunfado”.

La figura de Bolívar, él mismo lo admite, lo “apasiona” y “subyuga”. Pero no solamente por encarnar la visión de una América unida. Además, sentía una profunda admiración por su esmerada formación francesa, por su amplísima cultura política y por “la elocuencia ardiente y pomposa de sus proclamas, las más vibrantes, sin duda que hayan escuchado, en suelo americano, ejércitos y multitudes”. De todos modos, su fascinación no le impidió tomar distancia, y volver a Artigas, en un punto central. Cuestionando el régimen de consultado vitalicio propuesto por Bolívar (“un desvirtuado simulacro de república”) dijo con toda claridad: “La república íntegra y pura tuvo en la América revolucionaria, y desde el primer momento de la Revolución, un partidario fidelísimo y un mantenedor armado, nada más que uno, y éste fue Artigas (…)”.

Artigas era, probablemente, menos ingenioso como militar que Bolívar. Es evidente, además, que era menos refinado y versado que él. Sin embargo, en un punto fundamental, fue mucho más sabio. Nunca se le cruzó por la cabeza que lo que precisaba nuestra América era, como recomendó Bolívar en mala hora, “reyes con el nombre de presidentes”. Siempre estuvo más cerca del constitucionalismo norteamericano (lo mejor del pensamiento político de la época) y de la tradición participativa de los cabildos españoles (lo mejor de la tradición política heredada de la colonia) que de las fórmulas institucionales inspiradas en la monarquía.

Este punto tiene una enorme importancia. No hace falta comulgar con Platón para admitir que las ideas tienen consecuencias. Las tradiciones ideológicas artiguista y bolivariana, para bien y para mal, dejaron una huella muy profunda. Para explicar el éxito de la democracia uruguaya no alcanza, desde luego, con remontarse al legado ideológico inaugural. Pero ninguna explicación seria puede prescindir de esta configuración inicial, con su fuerte énfasis en la soberanía popular. En la trama multicolor de la recurrente tentación autocrática del chavismo se mezclan, obviamente, hebras leninistas, castristas y hasta peronistas. Pero es evidente, y anterior en términos históricos, la herencia del pensamiento de Bolívar. Estoy convencido de que nosotros tuvimos mucha suerte. En la hora de la independencia, en el reparto de héroes, nos tocó el único verdaderamente republicano. Una parte de los problemas del recurrente autoritarismo militar, de derecha e izquierda, que ha martirizado a los pueblos latinoamericanos durante tantos años tiene que ver, lisa y llanamente, con esto. Exceso de Bolívar. Déficit de Artigas.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)