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21.08.13

Las opciones de Cristina: combatir, negociar, abdicar

(TN) Si se concluyera que la única o la mejor salida es una renuncia heroica, porque evitaría un final humillante, la ocasión oportuna debería buscarse no mucho después de octubre. Tal vez en coincidencia con la previsible crisis de las bancadas oficialistas o el esperable conflicto por la renovación de autoridades de las cámaras. O la que se pueda generar adrede, presentando proyectos que sean inaceptables para una parte importante de los legisladores hasta aquí oficialistas.
Por Marcos Novaro

(TN) Que el ciclo kirchnerista concluye es ya inevitable. La idea de que puede revivir como lo hizo después del 2009 es tan irrealista como la comparación en la que se asienta: hay pocas semejanzas entre aquel momento y este, salvo en los números de la votación, y aun es probable que esta similitud no sobreviva a octubre, cuando el oficialismo tendrá problemas aun más serios que en las PASO.

Lo que es difícil decir todavía es cómo será su final. Es algo que ya desvela a sus competidores, y debería también preocupar a la sociedad. La experiencia argentina en transiciones de un ciclo político a otro no da para ser demasiado optimistas. La única ventaja es que esta vez hay tiempo, y que objetivamente la situación económica no es tan mala. La desventaja, que pocas veces hemos tenido al frente del gobierno un equipo tan irresponsable y propenso al error.

Hay de todos modos también muchos interesados en que las cosas no pasen a mayores y se llegue a un acuerdo, tanto dentro del partido de gobierno como fuera de él. Los moderados se han fortalecido en casi todo el país tras las PASO (las parciales excepciones son la ciudad de Buenos Aires y Neuquén), y no sólo en los partidos, también en los gremios, gracias a que Moyano, de nuevo, salvo en Neuquén, hizo un flaco papel.

La gran incógnita es entonces qué va a hacer el gobierno y en particular qué piensa de todo esto la presidente. Imposible saber qué pasa en estos días por su cabeza, aunque sí se pueden imaginar los cálculos que debe estar haciendo. Que irán cambiando en los próximos meses según cómo evolucionen las chances de sus candidatos, la situación económica y la interna del peronismo. Y en reacción también a lo que ofrezcan sus adversarios. En base a ello podemos estimar que tiene delante tres vías alternativas y que de aquí a que se terminen de contar los votos de las legislativas es probable que una de ellas se haya impuesto.

La primera es combatir. Es la consigna que parece imperar por ahora. Los discursos del mismo domingo 11 de agosto y del miércoles siguiente lo demuestran. Es además la más acorde a lo que se venía haciendo ya desde antes y la que en el núcleo que rodea a la presidente estiman los sacó de los problemas sufridos entre 2008 y 2010 y les puede volver a asegurar la sobrevivencia en un contexto de escasez económica y asedio político.

En concreto ello significa aislarse para resistir las presiones del entorno y privilegiar a los fieles. En la campaña en curso consistiría en nacionalizar y polarizar, como se venía haciendo hasta que fracasó la reforma de la justicia. Por lo que, de retomarse ahora ese camino, el trato con los poderes territoriales y sindicales del peronismo tendería a endurecerse: menos autonomía y gravitación pública para Scioli (porque para Cristina el peor escenario en la provincia no sería ya perder, sino que se diga que los votos del que perdió tampoco son de ella), más discriminación fiscal entre los fieles y los dubitativos, etc.

Puede que esta no sea la opción adecuada para maximizar el voto, pero podría fidelizar el que se conserva, monopolizarlo desde el vértice y evitar nuevas fugas y muestras de autonomía entre los jefes distritales. Las grandes preguntas que plantea esta alternativa apuntan a si no refuerza las chances del massismo, no sólo en las urnas si no en la interna peronista, y si el gobierno tendrá los recursos para sostenerse por este camino dos años más, sin hacer un ajuste ni desatar una crisis que lo haga a pesar suyo. Es decir, si puede llegar a 2015 sin ceder en nada o casi nada, y si el resto de los peronistas permitirán que entregue un legado envenenado a su sucesor para que se las apañe como pueda.

Al endurecerse, el gobierno puede acelerar el proceso interno de reemplazo del liderazgo, con lo que perdería los mínimos respaldos territoriales, legislativos y sindicales que necesita para sostener el rumbo. Cristina podría descubrir tarde que, en el afán de aislarse y resistir lo inevitable, pasa de pato cojo a pato de la boda.

Negociar es la segunda alternativa y podría servir para evitar esa encerrona. Aunque también puede terminar siendo la vía para caer aun más rápidamente en ella. Porque lo cierto es que el tiempo para correcciones incruentas y rápidas de la política económica ya pasó, y lo más probable es que cualquier cambio signifique ahora costos inmediatos y beneficios que lleguen demasiado tarde para que pueda aprovecharlos Cristina, lo que desalentaría a sus seguidores remanentes sin permitirle recuperar a los que ya perdió, ofreciendo ventajas suplementarias a quienes la están desafiando.

Con todo, negociar no deja de estar en el menú de opciones presidencial. Sin ir más lejos, ha sido parte de una apuesta por la moderación que fue explícita durante la campaña de las PASO, se expresó tanto en un mensaje despolitizado como en el acercamiento a Scioli, y puede también inferirse de algunos de sus discursos posteriores al escrutinio.

Cristina probablemente ofrezca algunas correcciones de política económica en los próximos días, se abstenga de rechazar abiertamente por ahora el pedido de Scioli de una interna peronista para decidir candidatos en 2015, y parece que insistirá con su invitación al diálogo a empresarios y sindicalistas. Planteada claro en lenguaje K, como una concesión de su gracia a seres deleznables, pero invitación al fin.

El problema con esta opción es que es tan o más cara que la de combatir y exige tiempo que ya el gobierno se gastó en perseguir otras ilusiones. Así que de encararla seriamente ahora puede dejarlo en una peor situación. No tanto en octubre (podría incluso en las urnas permitirle recortar pérdidas, aunque compartiendo el crédito con Scioli y otros jefes territoriales más o menos autonomizados) pero sí más claramente después. Lo que pinta muy mal en correlación con las perspectivas económicas para 2014 y 2015: si el kirchnerismo tolera que se abra la discusión sobre una competencia interna, tolera incluso que se active la mesa de gobernadores peronistas y sienta en otra mesa a empresarios y sindicalistas, deberá conceder al menos algo en cada uno de esos terrenos y muy difícilmente eso le sume apoyos si mientras tanto la economía se estanca, los dólares se acaban y las presiones cambiarias e inflacionarias se intensifican.

En términos de un posible recambio de funcionarios sucede algo parecido: si llegara a sacrificar alguno de sus peones económicos Cristina correría el riesgo de habilitar aun más presiones, exponer más directamente su responsabilidad en los desmanejos y errores en la materia y ya no poder evitar hacer concesiones.

Si la tardía oferta de una transición negociada dejara afuera, además, a sectores con peso electoral y gremial no podrá evitarse su competencia desleal contra los que acepten ser parte del acuerdo. En una situación crítica como la que se ha ido conformando puede suceder lo opuesto que en 2011: que lleven las de ganar quienes más lejos se ubiquen del gobierno y menos dispuestos estén a colaborar. También en este aspecto la oferta de ceder protagonismo a actores autónomos del peronismo podría haber llegado demasiado tarde.

Con un panorama económico complicado por delante y pocas chances de que la colaboración sea inclusiva, para los líderes del PJ puede que lo más razonable sea apostar a que surja ya, en octubre mismo, un candidato firme a la sucesión, y tomar la mayor distancia posible de la presidenta. La oferta de Scioli de dejar abierta la disputa por las candidaturas hasta 2015 y mientras tanto alinearse sólo podría seducir a algunos que dependen del dedo presidencial, como Urribarri, Capitanich o Urtubey. Y tal vez ni siquiera a ellos. Pero es claro que no interesa a los que ya dieron el salto o están por darlo, como De la Sota, Das Neves, muchos de los gremios de Caló o de los barones del conurbano. Con los que basta y sobra para formar una coalición ganadora.

Abdicar podría ser entonces la salida más tentadora. Ella también ofrecería una solución rápida, y puede que contundente ante la apuesta de porciones crecientes del peronismo por desentenderse de la suerte del gobierno o negociar con él pero imponiéndole duras condiciones. Pero lo cierto es que para abdicar también hay poco tiempo: una vez avanzado el 2014, con una economía declinante y protestas de todo tipo marcando el paso, ya no será mínimamente creíble que una conspiración “no nos deja gobernar”.

Si se concluyera entonces en el vértice oficial que la única o la mejor salida es una renuncia heroica, porque evitaría un final humillante, la ocasión oportuna debería buscarse no mucho después de octubre. Tal vez en coincidencia con la previsible crisis de las bancadas oficialistas o el esperable conflicto por la renovación de autoridades de las cámaras. O la que se pueda generar adrede, presentando proyectos que sean inaceptables para una parte importante de los legisladores hasta aquí oficialistas.

Lo bueno para Cristina es que todavía puede hacer un poco de cada cosa, llamar al combate mientras ofrece vías de negociación, con un ojo puesto en la posibilidad de desatar una última pelea que en la polvareda le permita salir de escena con un más o menos elegante paso de baile. Pero no debería llamarse a engaño. El kirchnerismo se acostumbró y nos acostumbró a que siempre podía hacer varios juegos al mismo tiempo, porque le sobraba el tiempo y el dinero, y lo cierto es que ya ninguna de las dos cosas abundan. Sus márgenes de libertad se achican aceleradamente. Es la razón por la cual todos los demás están volviendo a ser un poco más libres.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)