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07.07.14

Perón, los Kirchner y el manejo del tiempo

(TN) Los problemas inherentes a la gestión de costos y beneficios a lo largo del tiempo son básicos para toda organización social. Y los ejemplos de que no solemos ser muy duchos en nuestro país para lidiar con ellos abundan. No sólo en la última década, sino en la historia de al menos el último siglo.
Por Marcos Novaro

(TN) El kirchnerismo insiste una y otra vez en que necesita mucho más tiempo del que ya ha tenido en el poder para hacer un país institucionalmente serio, con una economía pujante, socialmente integrado y todas las otras cosas que viene prometiendo hace años.

Sin embargo, lo que ha quedado más y más a la luz en lo que va del segundo mandato de Cristina Kirchner es que el principal problema que tiene su proyecto no es que ha durado poco sino que ha estado demasiado tiempo en el Gobierno y por ello todas sus inconsistencias temporales se le volvieron en contra.

Si se hubieran ido en 2011 hubieran dejado un país que todavía crecía, los problemas con los holdouts, el Club de París y el Ciadi los hubieran tenido que resolver y empezar a pagar otros, y por tanto hubieran podido seguir diciendo que el desendeudamiento era una realidad. Entre otras cosas, ocultando que en la deuda había que contabilizar también el uso hasta la extinción de la infraestructura social, incluida la ferroviaria, porque Once le hubiera estallado en las manos no a ellos sino a sus sucesores.

Y también éstos hubieran sido los encargados de devaluar, reconocer la inflación, la necesidad de aumentar el ahorro y la inversión moderando el consumo, y administrar otra cantidad de sacrificios.

Los problemas inherentes a la gestión de costos y beneficios a lo largo del tiempo son básicos para toda organización social. Y los ejemplos de que no solemos ser muy duchos en nuestro país para lidiar con ellos abundan. No sólo en la última década, sino en la historia de al menos el último siglo.

Se observan por caso en dos instituciones básicas tanto para la economía como para la integración social: el sistema previsional y la moneda. No por nada las dos vienen funcionando muy mal en Argentina desde hace añares: casi siempre ha sido irresistible para los gobiernos, y para sus apoyos sociales, la tentación de abusar de ellas para obtener beneficios inmediatos, a costa de perjuicios que sólo se verificarían con el paso del tiempo. El otro ejemplo obvio es el ya mencionado de la deuda, claro.

Los Kirchner en ninguno de estos terrenos han sido una excepción. Sino, en todo caso, han ofrecido una versión particularmente burda y manifiesta de costumbres acendradas. Tanto porque existían condiciones objetivas mejores que nunca antes para escapar en esta ocasión de al menos algunas de estas inconsistencias temporales. Como porque su propio éxito, que les permitió durar en el poder más que ningún otro grupo gobernante en 100 años, se les volvió en contra y los llevó a enredarse patéticamente en su propia madeja.

Con ellos se ha podido verificar, por tanto, que aunque los problemas en estas y otras instituciones básicas que manejan costos y beneficios intertemporales son, para todos los gobiernos que hemos conocido y padecido, heredados, ellos los reproducen a través de sus propias decisiones. Y en particular lo hacen cuando toman decisiones críticas, es decir, cuando están frente a caminos claramente divergentes en asuntos importantes de gobierno.

Algunos ejemplos más remotos vienen a cuenta en estos días, en que se han cumplido 40 años de la muerte de Perón. Entre el Mundial, el peligro del default y los enredos de la interna peronista la fecha pasó casi desapercibida, incluso para quienes se vanaglorian de hacer de la historia una permanente fuente de inspiración.

A ellos no se les escapará seguramente que, aunque el general solía recordarles a sus seguidores que “sólo la organización vence al tiempo”, en verdad mucho esmero nunca puso en la organización. Y que muchas de sus apuestas políticas más exitosas resultaron ser terriblemente inconsistentes en términos temporales.

Desde el manejo de la economía y las inversiones en energía en su primer gobierno, al estímulo que dio a la radicalización de la juventud y la lucha armada en el final de su exilio. Pero un caso viene hoy particularmente a cuenta porque fue probablemente la última decisión crítica que debió adoptar, resultó particularmente dañina tanto para su partido como para el país, y se relaciona con la que puede ser también la última que adopte la actual presidente y es la institución política por excelencia para controlar el paso del tiempo: la fórmula sucesoria.

Cuando estaba por volver al gobierno y ya se había hecho del poder, Perón tuvo que decidir quién lo acompañaría como vicepresidente. Las opciones que más apoyo recibían eran un sindicalista, un político del PJ o un radical, en concreto Balbín. Pero como cada una de ellas tenía también contraindicaciones inmediatas, implicaba para él sacrificar parte del poder que pensaba resumir en sus manos y suponía enfrentar resistencias de quienes promovían las otras alternativas, al final se decidió por la que en principio menos problemas y sacrificio le implicaba, su mujer, Isabel Martínez, y que casi todos sus seguidores también consideraron por esos mismos motivos el mal menor.

Aunque no debió pasar mucho tiempo para que se arrepintieran: la decisión de Perón coronó un legado en demasiados aspectos explosivo para el país, le permitió a él decir “mi único heredero es el pueblo”, porque se había negado a resolver el problema de la sucesión, pero las consecuencias de semejante impostura serían inescapables y enormemente destructivas.

Las pagarían incluso, y en muchos casos particularmente, quienes más habían creído poder beneficiarse de su indudable ingenio, haciendo uso del suyo propio. Así nos fue, y así nos va.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)