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03.09.14

Marina Silva y Lacalle Pou

(El Observador) A pesar de notorias diferencias sociales, en estas elecciones, Silva es a Brasil lo que Lacalle Pou a Uruguay. Ella, como el candidato del Partido Nacional, es el “factor sorpresa” de la elección. Como la de acá, la campaña brasileña gira todo el tiempo en torno a la más nueva de las candidaturas presidenciales. Tanto el FA como el PT, desde el gobierno, acusan a su principal desafiante de traficar con disimulo contenidos “neoliberales” y de tener propuestas contradictorias. Silva contesta, como Lacalle Pou, diciendo que gobernará con los “mejores” y reivindicando el esfuerzo realizado por la izquierda gobernante en el plano de las políticas sociales.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La semana pasada, durante mi breve visita a la Universidad de San Pablo, no escuché dos opiniones: “la elección cambió”. La muerte de Eduardo Campos, candidato a la Presidencia por el Partido Socialista de Brasil (PSB) generó, como es sabido y resultará obvio, una enorme conmoción en la opinión pública. Marina Silva, su compañera de fórmula, a último momento, optó por modificar sus planes y no abordar el jet privado que terminó estrellándose. “No subí a ese avión por providencia divina”, afirmó luego de la tragedia, acoplándose con toda naturalidad a la profunda religiosidad del pueblo brasileño. Más tarde, aceptó el reto de sustituir a Campos en la candidatura presidencial del PSB.

A partir de ese momento el escenario político dio un vuelco espectacular. El PSB trepó rápidamente en las encuestas. Del tercer lugar en el ranking al segundo. De no entrar en los escenarios de balotaje más probables a disputar la elección con la presidenta Dilma Rousseff, Silva puede ganar la elección. Vale la pena analizar rápidamente su perfil político. Tiene puntos de contacto evidentes con Lula da Silva y con José Mujica. Pero también hay conexiones, acaso menos obvias, con Luis Lacalle Pou.

Silva fue ministra del presidente Lula pero renunció al PT por discrepancias con el resto del gobierno respecto a cuál debía ser la política hacia la selva amazónica. Luego se unió al Partido Verde pero también terminó renunciando. Avanza rápidamente hacia la presidencia empinada sobre una fama bien ganada de mujer de vida sufrida, de estilo principista, intransigente y frontal, comprometida con la protección del medioambiente y de los más humildes.

Su historia personal tiene obvios puntos de contacto con la de Lula (ambos llegaron muy lejos en la política a través del PT y viniendo de las entrañas mismas de pobreza). Pero, para un lector uruguayo, también son evidentes las similitudes con el perfil personal y político de Mujica. Más parecidos al pueblo gobernado que a la elite gobernante, conquistan la confianza de la ciudadanía a puro carisma. Cada uno a su manera, Marina y Pepe saben cómo despertar la emoción.

Silva no tiene perfil de “estadista”. Pero, como Mujica durante la recta final de la campaña del 2009, como Vázquez en 2004 o como el propio Lula en 2002, se las está ingeniando para comunicar que no se propone llevar adelante cambios radicales en la orientación de las principales políticas. En verdad, en términos de política económica la candidata emergente está más cerca del PSDB de Fernando Henrique Cardoso que del gobierno.

Es difícil imaginar trayectorias más distintas que las de Lacalle Pou y Silva. Desde el punto de vista social son perfectamente opuestos. Hijo del viejo “patriarcado”, como diría Carlos Real de Azúa, y de la moderna elite económica doméstica, el primero; hija de miserables recolectores de caucho (tres de 10 hermanos muertos) en el Amazonas, la segunda. Desde el punto de vista ideológico vienen también de mundos completamente diferentes. Lacalle Pou es el gajo más moderno y “centrista” del viejo tronco herrerista (nacionalista, liberal y conservador).  Silva proviene de la izquierda socialista y revolucionaria. En muchos sentidos, ella es el arquetipo del dogmatismo (no le será sencillo construir, llegado el caso, apoyos parlamentarios). Lacalle Pou, por el contrario, ya ha hecho gala del pragmatismo característico de la tradición a la que pertenece.

A pesar de estas notorias diferencias, en estas elecciones, Silva es a Brasil lo que Lacalle Pou a Uruguay. Ella, como el candidato del Partido Nacional, es el “factor sorpresa” de la elección. Como la de acá, la campaña brasileña gira todo el tiempo en torno a la más nueva de las candidaturas presidenciales. Tanto el FA como el PT, desde el gobierno, acusan a su principal desafiante de traficar con disimulo contenidos “neoliberales” y de tener propuestas contradictorias. Silva contesta, como Lacalle Pou, diciendo que gobernará con los “mejores” y reivindicando el esfuerzo realizado por la izquierda gobernante en el plano de las políticas sociales. Su discurso invoca una “nueva forma de hacer política” (no tiene empacho en elogiar tanto a dirigentes del opositor PSDB como José Serra como a figuras del gobernante PT, como Eduardo Suplicy).

También en Brasil asoma, y con impactante intensidad, la demanda de lo nuevo. El PT no puede ocultar su desgaste. En verdad, está mucho peor que el FA. Carga con tres períodos de gobierno y no dos. En Brasil, durante el 2013, hubo decenas de miles de personas manifestando contra el gobierno. En Uruguay no. La economía brasileña está oficialmente en recesión. Acá se está “enfriando” pero sigue creciendo. Las denuncias de corrupción contra gobernantes del PT son mucho más crudas que las que han aparecido contra los del FA (bastar comparar el caso Petrobras, que involucra a la propia presidencia, con el escándalo de ASSE).

Nadie que haya presenciado el despegue de Mujica hacia la Presidencia de Uruguay hace algunos años atrás debería asombrarse del de Silva en Brasil. No es cierto que la ciudadanía reclame estadistas. Espera algo mucho más simple pero al mismo tiempo más difícil de encontrar: líderes en los que realmente pueda confiar. Apenas una excusa para poder seguir creyendo en la política.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)