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23.02.15

Un nuevo síndrome latinoamericano

¿Cuál es el nombre y, más importante aún, las causas del síndrome que afecta tanto a presidentes latinoamericanos, como a ciudadanos de a pie, quienes hace décadas padecieron la violación de sus derechos humanos y hoy no pueden asumir que el presente de Venezuela, sin ser idéntico, es un proceso cada vez más parecido a lo ocurrido en los años de las crueles dictaduras del Cono Sur (1964-1990)?
Por Hugo Machín Fajardo


La recuperación de la democracia en Latinoamérica, entre otros aspectos más importantes, nos informó de la existencia del denominado Síndrome de Estocolmo: prisioneros políticos sometidos a tortura – o solamente bajo la amenaza de sufrirla- que se identificaban con sus secuestradores como forma de evitar sufrimientos personales, lo que derivaba en colaborar con su captores.

Pero esta hemiplejia intelectual que afecta a Dilma Roussef, quien de joven fuera detenida, torturada y encarcelada por los militares brasileños que en 1964 usurparon el poder en Brasil; la amnesia que hoy le impide asumir que son jóvenes venezolanas también muertas, detenidas y torturadas por manifestarse en las calles. ¿Qué causas tiene? Deben ser muy poderosas desde que no le permiten elevar su protesta cuando no hay organización humanitaria, empezando por la ONU, que no haya condenado las violaciones a los derechos humanos que a diario comete el régimen de Nicolás Maduro.

Michelle Bachelet, cuyo padre, el general de brigada Alberto Bachelet, murió en la prisión de Pinochet y ella misma, junto a su madre, fueran torturadas en 1975 en la tétrica Villa Grimaldi de Santiago, ¿no se enteró de lo que constató el ex presidente Sebastián Piñera cuando estuvo recientemente en Caracas?

Bachelet debe saber de la existencia de La tumba. Así se conoce en Venezuela a la serie de calabozos, totalmente pintados de blanco, construidos metros bajo tierra en la sede del SEBIN de Plaza Venezuela, en la capital venezolana. El SEBIN es la policía política de Maduro que el jueves 19 de febrero prácticamente secuestró a plena luz del día al alcalde Caracas Antonio Ledezma.

Los calabozos de La tumba miden dos metros por tres de largo. Allí la temperatura es baja, quizás cero grado, porque originalmente esa construcción fue pensada para situar las bóvedas de un banco. El aislamiento es total. Una luz permanece encendida las 24 horas y una cámara vigila el recinto y a su prisionero. En ellos se escucha música estridente cuando los agentes de la policía política interrogan a estudiantes opositores detenidos en la vía pública.  

Allí se viola, se golpea, se manosea a presas políticas. Se incita al suicidio. Como siempre ha sido en toda dictadura, no interesa la confesión del detenido, sino su quiebre y su colaboración para amañar cualquier expediente que involucre a un dirigente político opositor al que se le encarcelará con esas pruebas.

De allí surgen, o surgirán mañana, las evidencias a ser presentadas por Maduro que justifiquen su decimoquinta denuncia de golpe, de conspiración imperialista, de complot de la derecha fascista, o también los mensajes que el pajarito le trasmite solamente a él.

Allí se fraguan los expedientes acusatorios contra el dirigente político Leopoldo López, inconstitucionalmente encarcelado hace un año pese a las exigencias de libertad suscritas por Naciones Unidas, Amnistía internacional, Human Rights Watch, entre otras instituciones. O contra la diputada María Corina Machado; o contra cualquiera de las decenas de detenidos sin proceso judicial. En estas horas, contra Ledezma.  

Ante la pasividad de Bachelet, la presidenta del Senado chileno, la socialista Isabel Allende, hija de Salvador Allende, en las últimas horas debió reclamarle a su presidenta un gesto de preocupación ante lo que está ocurriendo en Venezuela. Es posible que la hija de Allende haya asumido el concepto del Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu: si eres neutral en situaciones de injusticia, elijes el lado del opresor.

José Pepe Mujica conoce muy bien la infame historia de la tortura y la mentira justificante que siempre la acompañó, como la sombra al cuerpo. Sabe que así fue en las cárceles estalinistas, en las de la Gestapo, en todas las cárceles de los dictadores latinoamericanos y en Guantánamo. No hay diferencias y Mujica seguramente leyó las Cartas de condenados a muerte víctimas del nazismo, recopiladas por Thomas Mann o Todo fluye, de Vasili Grossman o La balada de Abu Ghraib, de Gurevitch y Morris. ¿También él se ve afectado por este síndrome latinoamericano?

Daniel Ortega, puede tener otras razones para su amnesia. El petróleo venezolano es lo suficientemente importante para su economía.

La valija con 800 mil dólares incautada el 4 de agosto de 2007, en el aeropuerto argentino Jorge Newbery al venezolano Guido Alejandro Antonini Wilson y la posible existencia de otros 4, 2 millones en el avión en que viajó desde Caracas a Buenos Aires, son un indicio para entender las razones del silencio de Cristina Fernández de Kirchner a quien, como está probado, en los años infames de la Argentina, no solamente no sufrió ningún problema sino que, junto a su esposo, lucró al socaire de Martínez de Hoz.  

En sicología conocemos algunas de las explicaciones para no aceptar lo evidente: no se quiere reconocer una realidad comprobada, porque supone una amenaza para el yo, porque daña la autoimagen del sujeto. Sabemos lo que decía el escritor Mark Twain: Podemos soportarlo todo, excepto la verdad. Y no es difícil entenderlo aplicado a la vida personal.  

Ahora, en ciencia política, ¿cómo se denomina y a qué se debe este nuevo síndrome latinoamericano?