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23.02.15

Tras Nisman y el #18F, ¿tienen los kirchneristas vuelta atrás?

(TN) el kirchnerismo hace daño, y a veces un daño especialmente agudo, también a los propios kirchneristas. No es que se va a despejar su mente como si salieran de un mal sueño una vez que Cristina deje el poder, si es que lo deja, claro. Pero es indudable que personas más o menos normales hacen y dicen cosas por completo anormales, y cada vez más anormales, bajo su influjo.
Por Marcos Novaro

(TN) Tras la muerte de Nisman, y peor todavía con la masiva manifestación del 18 de febrero, el oficialismo pasó a un nivel muy superior de brutalidad al ya elevado que venía practicando. Ante todo, porque él mismo sospecha que alguno de sus integrantes esté detrás del crimen. Y lo desespera la posibilidad de que éste signe el recuerdo final de su periplo en el poder. También porque su cúpula interpretó que la polarización ante esta crisis tal vez pueda servirle para hacer de ella una oportunidad, la de victimizarse, politizar y deslegitimar las muchas causas judiciales en su contra y forzar una vez más al peronismo y a sus votantes remanentes a cerrar filas.

Con todo ello se ha vuelto a hablar de “la brecha”, los “dos países enfrentados”, la irreconciliable oposición entre chavistas y republicanos. Lo que supone darle en alguna medida la razón a la perspectiva oficial: la muerte, cuyas causas y consecuencias se debatirán por años seguramente, podría dar al menos aparente vitalidad a debates polares por otro lado bastante ridículos e inconducentes sobre las relaciones internacionales y el imperialismo, sobre la división de poderes, la imparcialidad y la voluntad popular, todo más o menos como cuando se discutía la ley de medios, pero peor, con mucho peor ánimo.

El kirchnerismo persigue, y perseguirá hasta su último aliento, frustrar cualquier alternancia y succionar la savia de la democracia hasta dejarnos sólo su cáscara vacía.

¿Qué hacer frente a esta nueva “ola polarizadora”? La tentación para los opositores de montarse en ella y demostrar que esta vez sí indiscutiblemente la moral está de su lado, y también la mayoría, es muy grande. Y por cierto que tienen algunos cuantos datos a su favor para dejarse llevar. La sociedad salió de la pasividad en que había caído en los últimos tiempos, abandonando la idea de la transición tranquila, de que es posible conciliar la expectativa de que “Cristina termine lo mejor posible” con un cambio positivo para el país, porque es ya irrebatible que el kirchnerismo persigue, y perseguirá hasta su último aliento, frustrar cualquier alternancia y succionar la savia de la democracia hasta dejarnos sólo su cáscara vacía.

Así las cosas, hay motivos para pensar además que los mayores desafíos que nos plantea el kirchnerismo no han quedado atrás; lejos de haber sido superados exitosamente, están recién por venir. Lo que no debería asombrarnos: el populismo radicalizado es un cáncer que carcome la democracia desde sus entrañas, por ello suele ser más sutil y difícil de combatir que el abierto y manifiesto autoritarismo, y es mucho más difícil salir que entrar en él.

¿Cómo se lo combate? Los opositores también creen saberlo, porque él ha caído en las urnas, al menos en legislativas nacionales en dos oportunidades, porque ha perdido popularidad y apoyos sectoriales y políticos en los últimos tiempos, y se han frustrado algunas de sus iniciativas más abusivas. Y al respecto podríamos creer que el 18F viene a alentar el optimismo, confirmándonos que la sociedad no tolerará que se cruce el límite de la muerte, ni que el poder se provea de un manto de impunidad y mentiras a prueba de toda crítica.

Cuando en verdad en ello hay por lo menos algo de exageración: lo cierto es que, aunque hoy podamos reconocer el daño que causan, tal vez no sepamos muy bien cómo superar amenazas como la que el kirchnerismo nos plantea; que no por nada vuelven cada tanto a planteársenos y que, al menos en esta ocasión, fracasan no porque se les opongan fuertes resistencias y proyectos más sólidos, sino por la acumulación de errores y desórdenes propios.

Es oportuno recordar la afirmación del intelectual español que recomendaba no combatir a los fascistas sino al fascismo.

Si queremos dejar atrás el kirchnerismo, y es cierto que la gran mayoría no se conforma con lo que él ofrece ni con la imagen que nos devuelve, es hora de preguntarnos si sabemos realmente cómo hacerlo. Abandonar la pasiva espera fue un paso en la dirección correcta, pues no era buena idea dejar que se consumiera solo, mucho menos apostar a que sus defectos se diluyeran despejando el camino para aprovechar sus logros. La bendita ola naranja era una idea que iba a fracasar igual, aunque la muerte de Nisman no viniera a aguarla anticipadamente. ¿Pero alcanza con ello para superarlo, para aprender de la experiencia y hacer un país mejor? ¿Siquiera alcanza para antagonizarlo seriamente además de esperar a que siga hasta el final con sus metidas de pata?

Y lo más importante: ¿antagonizarlo significa montarse en la polarización que él promueve todo el tiempo, para usarla en su contra, y probar que de este lado está la moral, la mayoría, y del otro una escoria irrecuperable? Al respecto es oportuno recordar la afirmación del intelectual español que recomendaba no combatir a los fascistas sino al fascismo. Porque con el kirchnerismo vamos a estar, o ya estamos, frente a un dilema similar. Y distinguir una cosa de la otra, combatiendo las acciones, las ideas y las políticas y no a las personas será la mejor forma de evitarnos males mayores.

La pregunta que cabe hacerse, de todos modos, es si no hay gente para la que ya no hay vuelta atrás, que ha cruzado la línea de lo imperdonable a raíz de la muerte de Nisman, sea por fanatismo o por desesperación. Cuando Página 12 titula “Bajo el paraguas de la muerte” e incluye en sus notas tantos insultos y agravios como el diccionario le provee, ¿no da un paso ya irreversible hacia la brutal inhumanidad y la destrucción de la convivencia civilizada? ¿No se ha degradado ya demasiado como para poder perdonárselo y esperar que vuelva a tener algún rol mínimamente decente en la esfera pública?

Cuando el colectivo de intelectuales que se pronunció contra la marcha del 18 se embanderó en todas las causas nobles habidas y por haber, la Constitución, la justicia, los derechos humanos, la verdad, etc., para simplemente decir que quienes protestan contra el gobierno y aun los que escriben en la prensa criticándolo son unos violentos terroristas y golpistas, ¿no se cruza la raya de lo racional y del más básico sentido común? Cuando un senador nacional oficialista afirma, envalentonado sin duda por las insultantes cartas que viene escribiendo la propia Presidenta, que Nisman fue víctima de su promiscuidad homosexual, ¿es posible ser razonablemente tolerante con él?

El desafío (...) será que quienes cometieron o avalaron esos actos puedan reconocerlo y perdonárselo a sí mismos.

Ante todo, lo que cabe advertir es que el kirchnerismo hace daño, y a veces un daño especialmente agudo, también a los propios kirchneristas. No es que se va a despejar su mente como si salieran de un mal sueño una vez que Cristina deje el poder, si es que lo deja, claro. Pero es indudable que personas más o menos normales hacen y dicen cosas por completo anormales, y cada vez más anormales, bajo su influjo. Y es eso lo que hay que combatir para empezar a superarlo.

El desafío del perdón será de todos modos, doble. Porque no se trata sólo de que los demás les perdonen no sólo estos insultos sino males más concretos que se han infligido a gente que perdió el trabajo, fue agredida en público y en privado, se la persiguió y perjudicó de forma adrede. Sino por sobre todo que quienes cometieron o avalaron esos actos puedan reconocerlo y perdonárselo a sí mismos.

Primo Levi decía que el principal problema de los alemanes era que nunca iban a poder perdonarse lo que habían hecho, y por tanto nunca podrían reconocerlo y vivir con eso. Si en un caso extremo de violación de los derechos ajenos como fue el nazismo es posible decir que, al menos en cierta medida, Levy se equivocó,  ¿cómo no va a ser posible desmentir un escepticismo semejante en nuestro caso?

El problema, en lo que a los demás respecta, consiste en no hacérselo más difícil. O, según como se mire, más fácil. Porque lo más cómodo para muchos opositores será descalificar a los hoy oficialistas. Y para muchos de éstos con ello bastará para sentirse en su derecho de recurrir a la cómoda autocompasión, insistir en que no hubo errores de su parte sino sólo buenas intenciones, el recurrente “quisimos hacer lo mejor para el país y no nos dejaron” que tanto daño nos ha hecho en ya demasiadas reediciones.

Ya vivimos suficientes décadas con esta maldición sobre los hombros. En particular, aunque no exclusivamente, recordemos, debido a la vengativa persecución de que fueron objeto los peronistas después de 1955. Que sirvió, como sabemos bien, para que miles pasaran frescamente de victimarios a víctimas, se disculparan a sí mismos de todas las macanas que habían hecho o avalado en la década previa, y siguiera rodando por años la rueda de la intolerancia y el faccionalismo. Estamos a tiempo de que esa historia no se repita, haciéndoselo difícil no a los kirchneristas sino al kirhnerismo, a su idea. Si a pesar de todas nuestras limitaciones, la de los ciudadanos comunes, la de los políticos y las de los fiscales, el silencio en que nos dejó la muerte de Nisman nos sirve para reflexionar y actuar responsablemente tendremos chance de lograrlo.

Fuente TN (Buenos Aires, Argentina