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11.06.15

En cámara lenta

Se acercan, no obstante, tiempos difíciles. La discusión del Presupuesto quinquenal en un entorno de enfriamiento de la economía acentuará las tradicionales pujas redistributivas. Si además el Presupuesto alojara reformas importantes, la tensión inevitablemente subirá todavía más. Cuando se aproxime el momento de las definiciones en materia de política comercial (TISA y TLC con UE), la interna del FA se sacudirá (las diferencias ideológicas en este tema están lejos de ser triviales).
Por Adolfo Garcé

Alguien tocó una tecla y modificó la configuración del sistema. Veníamos de muchos años de vértigo y emociones fuertes. Pero, sin previo aviso, la política uruguaya cambió de velocidad. Hay pocas jugadas de riesgo, poca adrenalina.

Me pregunto cuándo, en estos 30 años de democracia, tuvimos 100 días de gobierno tan anodinos como estos. Me cuesta mucho encontrar un antecedente comparable. El arranque de la primera presidencia de Julio María Sanguinetti estuvo marcado por el entusiasmo y los múltiples hitos de la transición (desde la legalización del Partido Comunista a la liberación de los presos políticos, pasando por la reaparición pública de líderes como Wilson Ferreira, Jorge Batlle y Raúl Sendic).

Luis Alberto Lacalle también comenzó acelerando a fondo, poniendo toda la energía en su programa de liberalización de la economía. Sanguinetti inició su segundo mandato ajustando su agenda de reformas (seguridad social, educación, sistema electoral) y construyendo una sólida coalición con el Partido Nacional. Batlle, en pocos días, conmovió al país con el "caso Gelman" y la Comisión para la Paz. Tabaré Vázquez inauguró su primer mandato tomando iniciativas audaces en los planos más diversos (desde excavaciones en cuarteles al Plan de Emergencia). Sobró la emoción también al inicio de la presidencia de José Mujica: discursos atinados, gestos arriesgados, acuerdos políticos inesperados.

No hay discursos inspirados (no los hubo el 1º de marzo). No hay gestos políticos sorprendentes. No hay iniciativas llamativas. Pocos, muy pocos conflictos serios (dentro del gobierno o con la oposición). El gobierno no se agita. El contraste es especialmente notorio con la presidencia de Mujica. Desapareció el presidente ansioso y omnipresente. Volvió el presidente sereno y remoto. El reposado trotecito presidencial parece haber impregnado a todo su equipo. La mayor parte del elenco de gobierno frenteamplista se mueve con discreción y cautela. Solamente dos ministros tienen perfil alto.
El canciller, Rodolfo Nin Novoa, se muestra muy decidido a patear el tablero. Primero ventiló el TISA logrando que, de inmediato, sonaran las alarmas en el extenso arco político y social de adversarios del libre comercio (PIT-CNT, académicos, intelectuales, neodesarrollistas varios). Luego, puso proa hacia el TLC con la Unión Europea, apurando una alianza con Brasil mientras mira de reojo las elecciones presidenciales en Argentina.
Por su parte, el ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, una vez más logró fastidiar a los frenteamplistas más comprometidos con los viejos reclamos de verdad y justicia (su apoyo en la interna del FA sigue disminuyendo). Los demás integrantes del gabinete, en cambio, parecen haber pasado a la clandestinidad. A tono con la morosidad del Ejecutivo, como argumenté en otra oportunidad, el Parlamento legisla sin apuro.

La oposición, por su parte, tampoco aporta demasiada emoción. Le ha llevado mucho tiempo lamerse las heridas de un ciclo electoral que le dejó muchas más penas que glorias. Ambos partidos, de todos modos, tomaron algunas iniciativas para marcar presencia. Las dos más resonantes transcurrieron en el parlamento. En el Senado, Luis Lacalle Pou, que emergió como el principal líder del Partido Nacional, como si lentamente quisiera ir subiendo los decibeles de sus críticas al Frente Amplio, llamó a sala al ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, para cuestionar el manejo de la macroeconomía.
En la Cámara de Representantes, el colorado Germán Cardoso interpeló a la ministra de Vivienda por el grave problema de la calidad del agua en el departamento de Maldonado. Llama la atención, por otro lado, la baja participación en el debate público de los senadores Pedro Bordaberry y Jorge Larrañaga, los dos líderes opositores que más protagonismo tuvieron durante los primeros 10 años de la Era Progresista. Bordaberry la tiene muy difícil porque enfrenta fuertes críticas en su partido, dentro y fuera de su propia fracción (la derrota de Germán Coutinho en Salto agregó más leña al fuego).

Larrañaga no tiene ese tipo de problemas. Es cierto que perdió la primaria presidencial y no logró que su gente retuviera la Intendencia de Paysandú, un bastión emblemático. Pero conserva mucho apoyo en su partido. Me lo imagino pensando en la revancha. Supongo que por eso viene a rienda corta, como si quisiera que su principal rival, Lacalle Pou, asuma el costo de desgastarse liderando la relación de los blancos con el gobierno frenteamplista.

Se acercan, de todos modos, tiempos más difíciles. La discusión del Presupuesto quinquenal en un entorno de enfriamiento de la economía acentuará las tradicionales pujas redistributivas. Si, además, el Presupuesto alojara (como ha pasado en otros gobiernos) reformas importantes (por ejemplo, innovaciones en el sistema educativo), la tensión inevitablemente subirá todavía más. Cuando se aproxime el momento de las definiciones en materia de política comercial (TISA y TLC con UE), la interna del FA se sacudirá (las diferencias ideológicas en este tema están lejos de ser triviales). Cuando Mujica se canse de los viajes y extrañe ser también protagonista en la política doméstica, la gobernabilidad se resentirá.

La competencia política, como siempre, hará el resto. Tarde o temprano Larrañaga volverá a plantarse firme. A medida que pase el tiempo, los (y las) que piensan en competir por la candidatura presidencial en el FA tendrán que arriesgar y levantar el perfil. Por ahora no pasa nada. Por ahora.