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05.08.15

Scioli, desesperado por esconder a Aníbal y a Axel

(TN) A Scioli se le hizo cuesta arriba esconder los trapos sucios de su acuerdo acrítico con la Presidenta. Podrá decir, como hizo ya ante problemas similares, que la culpa es de los medios. Pero en su fuero íntimo sabe que la responsabilidad es de la propia Cristina, y también suya por haber tolerado las candidaturas de Aníbal Fernández en la provincia y de Axel Kicillof en la ciudad.
Por Marcos Novaro

(TN) En el tramo final de la campaña para las PASO, justo cuando se preparaba para tratar de conseguir una diferencia indescontable con los opositores, seduciendo a los moderados y la clase media urbana, sectores siempre renuentes a tolerar los excesos y delirios del kirchnerismo, a Scioli se le hizo cuesta arriba esconder los trapos sucios de su acuerdo acrítico con la Presidenta.

Podrá decir, como hizo ya ante problemas similares (Hotesur, los ataques a la Justicia), que la culpa es de los medios independientes que andan siempre buscando el pelo en la sopa.

Pero en su fuero íntimo debe saber que la responsabilidad es de la propia Cristina, y también en gran medida suya: haber promovido y tolerado respectivamente las candidaturas de Aníbal Fernández en la provincia y de Axel Kicillof en la ciudad contradecía incluso las propias costumbres oficiales, que mandan esconder a los impresentables en tiempos electorales, para promoverlos a cargos destacados y darles soga sólo cuando los ciudadanos ya no pueden hacer nada para evitarlo.

Así actuaron Néstor y Cristina ante cada elección que les tocó enfrentar en el pasado: haciendo siempre campaña de la mano de gente como el mismo Scioli; para después gobernar con Aníbal, Axel, Moreno, Sabbatella, Bonafini y compañía.

Se entienden de todos modos las razones de Cristina para actuar distinto esta vez: dado que había que encolumnar a la tropa detrás del gobernador, y reconocer en alguna medida su liderazgo, necesitaba poner a sus fieles en lugares destacados de las listas. Aunque espantaran algunos votos.

Pero se entienden menos los motivos por los que Scioli y el resto de la dirigencia peronista ni siquiera chistaron cuando ella tomó la decisión de quiénes serían esos fieles y para qué cargos se los postularía.

¿Pensaron acaso que la sociedad igual se tragaría el sapo, si se lo disfrazaba con suficientes dosis de campaña épica y mensajes conciliadores? En parte debe haber sido eso. Pero también hubo motivos aún más graves: el sciolismo parece haberse convencido de que reconciliar a la familia peronista era suficiente para hacer lo propio con la sociedad argentina, y que por lo tanto bastaba con digerir todos los rasgos problemáticos del kirchnerismo a su lenguaje, darles un tono naranja. Pero terminó así dejando demasiado a la luz que a lo que aspira es a darle una nueva cabeza al mismo monstruo, y no cambiarlo en ningún aspecto relevante.

El propio Scioli incorporó encima en las últimas semanas varios de esos rasgos problemáticos. Desmintiendo que el problema sean sólo Aníbal, Axel y otros acompañantes "impuestos": el problema del mal gobierno anida y se reproduce en el corazón mismo del oficialismo.

Primero fue ante la crítica que le lanzó Macri por su directa o indirecta complicidad en el desplazamiento del juez Bonadio de la causa Hotesur. Ya que se lo acusaba de participar de una de las iniciativas judiciales más objetables del kirchnerismo podría haber reaccionado moderadamente, para al menos diferenciarse de éste en el estilo, como hasta aquí muchas veces buscó hacer.

Pero siguió sorprendentemente el camino opuesto. No sólo sostuvo que el que merece protección es Máximo Kirchner, no los funcionarios judiciales que lo investigaban, sino que adoptó el desagradable e irritante giro de humillar a sus críticos, algo que a lo largo de estos doce años se esmeraron tanto en volver habitual los Kirchner: aludió con desprecio a su contrincante en la carrera hacia la Casa Rosada como "el ex presidente de Boca".

La segunda vez fue en el reportaje aparecido el sábado pasado en Clarín. Allí ni siquiera medió una "provocación" de Macri. Fue ante una muy esperable interrogación periodística que Scioli salió con los tapones de punta, reciclando contra el jefe del PRO el más famoso de los gestos patoteros de una década prolífica en patoteadas gubernamentales. "¿Estás nervioso?", le espetó a Macri, sin que viniera al caso.

Encima lo hizo en el diario y en la cara de los periodistas que sufrieron directa y cotidianamente este gesto patotero durante todos estos años. ¿No habrá sido demasiado? ¿Fue pura insensibilidad de su parte, un típico reflejo de quien se siente ganador y se va de mambo, o parte de una meditada estrategia para demostrar poder, de cara a la batalla electoral pero también para dejar sentadas las reglas y pautas con que prevé gobernar?

Ante todo es evidente que Scioli piensa cada paso que da, y que le interesa especialmente en este momento hacer gala de su musculatura, mostrarse fuerte, todo un machazo, para evacuar la sospecha de que va a ser un presidente débil controlado por Cristina y los suyos.

Aunque esto no es todo: también cabe colegir que está haciéndonos saber cuáles son sus verdaderas ideas sobre el ejercicio del liderazgo. Nos hemos cansado de escuchar dos interpretaciones alternativas sobre su futuro y lo que puede ofrecernos: que está condenado a ser débil, por tanto inofensivo, o que nos va a liberar de los abusos kirchneristas, y por tanto va a reequilibrar el poder, cualquier cosa que haga va a ser beneficiosa para la democracia.

Pero tal vez haya que considerar seriamente una tercera alternativa: que se esté preparando para reemplazar una patota por otra, probablemente más abarcativa y "consensual" que la kirchnerista, pero en esencia no muy diferente,y en consecuencia conviene temerle tanto a su fracaso como a su eventual éxito.

En suma, que hay que tomárselo en serio, no subestimarlo, como él siempre dice, porque Scioli no piensa ser un presidente débil, dejándose controlar por Cristina y el resto de los peronistas.

Ni tampoco uno que haga el papel que los no peronistas esperan de él:rebelarse contra Cristina, apoyándose en todos los demás humillados por ella, para compartir generosamente el poder. En ninguno de los dos casos se lo imagina como un poder amenazante y ese puede ser un error de trágicas consecuencias.

Escuchándolo hablar del consenso, de la fe y las buenas maneras me trajo el recuerdo de José Luis Manzano en tiempos de la Renovación Peronista. Corría 1987, los renovadores parecía que se habían despejado el camino a la presidencia y muchos intelectuales progresistas, y también votantes atentos a la democracia y la república no se cansaban de celebrarlo: por fin íbamos a conocer un peronismo civilizado, socialdemócrata, moderado, republicano, y con no sé cuántas virtudes más.

Pero Manzano, con esa desfachatez tan suya que luego lo llevaría lejos, mucho más lejos que al resto de la Renovación, estando entre amigos les advertía: "Ojo, que nosotros somos apenas el rostro intelectual de la patota". De Scioli, obviamente, no puede esperarse tanta sinceridad.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)