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19.08.15

El malestar no es solo brasilero

(El Observador) Lo que estamos viendo en Brasil puede ser analizado como el preestreno de lo que podría pasar en otras partes de América Latina. La recesión económica no explica todo el crecimiento del malestar. Otros elementos forman parte de la explicación. Las denuncias de corrupción han calado muy hondo y golpeado fuertemente la credibilidad.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Luchando por escapar del “bajón”, hace unos años, Charly García cantaba que “la alegría no es solo brasilera”. Me acordé de este verso pensando en las multitudinarias manifestaciones del domingo pasado, las terceras del año, en las calles de Brasil. No importa mucho si fueron más numerosas o no que las anteriores. Volvieron a dejar en evidencia lo que, por otro lado, muestran claramente los sondeos de opinión pública. Contra lo esperado por nuestros manuales no hay “luna de miel”: aunque acaba de instalarse, el gobierno de Dilma Rousseff tiene serios problemas de legitimidad como termina de decir, afilando el hacha para hacer leña del árbol en cuanto termine de desplomarse, el expresidente Fernando Henrique Cardoso.

El malestar en Brasil es tan intenso como preocupante. Pero lo peor es que es una perla más en el collar de un fenómeno mucho más general. El informe publicado el año pasado por Economist Intelligence Unit se titula, precisamente, Democracy and its discontent. Según este informe, la democracia en el mundo en el año 2014 muestra “dificultades y está bajo presión” (p. 16). Uno de sus hallazgos más importantes es que América Latina es una de las tres regiones del mundo que muestran un deterioro en el puntaje promedio del Democracy Index. La caída de este índice en nuestra región es leve: luego de alcanzar un máximo de 6,43 en 2008, cayó a 6,36 en 2014. Pero lo que más debería llamarnos la atención es que este declive ocurrió en un contexto económico extraordinariamente favorable. ¿Qué pasará con nuestras democracias, históricamente tan frágiles, cuando la ciudadanía empiece a percibir y a sufrir el viento en contra de la economía mundial?

Lo que estamos viendo en Brasil puede ser analizado como el preestreno de lo que podría pasar en otras partes de América Latina. La recesión económica no explica todo el crecimiento del malestar. Otros elementos forman parte de la explicación. Las denuncias de corrupción han calado muy hondo y golpeado fuertemente la credibilidad del partido de gobierno. La “nueva clase media”, hija del matrimonio entre el boom económico de la última década y las políticas sociales del PT, reclama con insistencia –y cada vez menos paciencia– mejores servicios públicos. Las coaliciones políticas que tanto Lula como Dilma (presidentes en minoría) han tenido que hacer con otros partidos para construir mayorías parlamentarias en el contexto de la extraordinaria fragmentación del sistema de partidos que caracteriza a Brasil, al diluir la propuesta petista, generan malestar entre los electores que esperaban cambios radicales. Pero la recesión económica, además de agregar frustración y crispación, vuelve más difíciles de atender las demandas acumuladas insatisfechas.

Esta combinación de factores no es solo brasilera. Toda América Latina, según los datos de los expertos, va a experimentar un crecimiento económico sensiblemente menor al promedio de los últimos diez años. La expansión de las clases medias también es un fenómeno regional. No es casualidad que crezcan, en toda la región, los niveles de descontento con servicios públicos fundamentales como salud y educación. La corrupción no asoma solamente en Brasil. En Chile, para poner solamente un ejemplo, han explotado también escándalos de porte mayor. Sebastián Dávalos, hijo de la presidenta Bachelet, renunció al Partido Socialista y a un alto cargo en el gobierno luego de una denuncia presentada por la revista Qué pasa. Dicho de otro modo: el cóctel que explotó en Brasil, y que tiene al gobierno al borde del abismo, puede estallar en otras partes. Mucho me temo que sea simplemente cuestión de tiempo.

Brasil, de todos modos, está mejor preparado que otros países para superar la crisis política. En primer lugar, tiene instituciones sólidas. Los politólogos brasileros han venido insistiendo mucho en este punto durante los últimos años. El sistema de “frenos y contrapesos”, inspirado en el modelo norteamericano, funciona con eficiencia. El Poder Judicial, en particular, ha mostrado, a lo largo de esta coyuntura tan compleja, una impactante solidez y autoridad. En segundo lugar, tiene una oferta de oposición madura y en condiciones de liderar un gobierno alternativo. Aécio Neves estuvo muy cerca de ganar el balotaje el año pasado. Su partido (el PSDB) está en condiciones de construir una coalición alternativa y llevar adelante cambios no triviales en la orientación de políticas públicas fundamentales (como la política comercial). Otros países de América Latina que, por ahora, por suerte, no muestran niveles tan altos de malestar como Brasil, ni tienen instituciones tan sólidas ni oposiciones tan fuertes. Si la crisis económica se ensañara con ellos sufrirían, en términos políticos, todavía más que Brasil.

En Uruguay, al menos por ahora, la situación económica no es tan mala. Las instituciones, en líneas generales, no muestran fallas dramáticas. La oposición, pese a la fragmentación que la caracteriza, tiene capacidad para controlar al gobierno como demuestran tanto el episodio de Pluna (durante la presidencia de Mujica) como la investigadora sobre ANCAP (que acaba de instalarse). No hay razones para alarmarse demasiado. Pero mucho peor es volver a tropezar, como a mediados del siglo pasado, con las piedras del “excepcionalismo” y del “panglosianismo”.

Fuente: El Observador (Montevidedo, Uruguay)