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18.05.16

Oposición y elaboración programática

(El Observador) El 1° de marzo de 2020 está a la vuelta de la esquina. Es posible que el FA se las ingenie para volver a triunfar. Pero nadie debería descartar una victoria de la oposición. No puedo dejar de preguntarme en voz alta si los dirigentes de la oposición se están preparando adecuadamente para la eventualidad del triunfo.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Desde hace mucho tiempo, en los hechos, los partidos de oposición vienen convergiendo hacia algunos objetivos programáticos (mano dura en materia de seguridad, reforma educativa, apertura comercial, equilibrio fiscal, flexibilización laboral, etcétera), con un ojo puesto en las elecciones de 2019. Pero hay pocas señales todavía respecto a si lograrán avanzar a tiempo un poco más allá de la lista de asuntos prioritarios y de las consignas generales. La historia enseña que, pese a viejas virtudes e importantes aprendizajes posdictadura, nuestros partidos suelen tropezar con la piedra de la improvisación. Para explicar mi argumento no tengo más remedio que dar un rodeo.

Hace algunos años, escuché decir al expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera una frase que me quedó grabada. “En Uruguay –aseveró– solemos confundir democracia con elecciones”. Por cierto, Lacalle no apuntaba a cuestionar lo que los politólogos llamamos, siguiendo las lecciones de Robert Dahl, la “definición mínima” de democracia (según la cual no se puede hablar de democracia si no se cumplen una serie de garantías institucionales, entre ellas, la existencia de elecciones libres y sin trampas). Lo que él quería decir era otra cosa: que tan o más importante que ganar las elecciones era, después, gobernar bien. Las elecciones, decía, no son un fin en sí mismo sino un método para seleccionar gobernantes. El principal desafío del político, por tanto, desde su punto de vista, es gobernar bien.

Es fácil decirlo, o escribirlo. Es mucho más difícil hacerlo. Desde luego, para que un gobierno sea exitoso deben alinearse muchos astros. Pero de algo podemos estar seguros: no hay forma de gobernar bien si, antes, no se le dedicó tiempo y talento al proceso de elaboración programática. En Uruguay, la competencia electoral, tanto entre partidos como dentro de cada uno de ellos, es durísima. Los dirigentes políticos se ven obligados a hacer un esfuerzo notable para avanzar en sus carreras. Una parte muy importante de su tiempo la tienen que dedicar al contacto con los electores, dentro y fuera del Parlamento, cara a cara o través de los medios de comunicación.

Pero la energía que requiere hundir cada vez más profundamente las raíces en el electorado puede ir en detrimento de la dedicada al proceso de elaboración programática.

El contacto con el electorado puede y debe ayudar a un elenco político a definir sus prioridades en el plano de los fines. Pero difícilmente lo ilustre respecto a cómo, es decir, mediante qué instrumentos específicos, puede alcanzarlos. Después de la dictadura la capacidad de gobierno de nuestros partidos se incrementó de modo sensible. Todos y cada uno de ellos asumieron que no podían concurrir a las elecciones a solicitar el apoyo ciudadano sin haber formulado un programa de gobierno bien articulado, redactado con el apoyo de “cientos de expertos”, según reza la frase hecha. En los tres partidos que han tenido la oportunidad de encabezar el Poder Ejecutivo han existido, en estos 30 años de democracia, “buenas prácticas”.

El Partido Nacional llegó al gobierno en 1990 con un libreto de entonación liberal, comparativamente breve, pero con objetivos muy claramente definidos (el Instituto Manuel Oribe jugó, en ese sentido, un papel decisivo). La segunda presidencia de Julio María Sanguinetti también estuvo precedida de un proceso de elaboración programática intenso, en el que jugó un papel muy importante Hugo Fernández Faingold. La alta tasa de innovación que caracterizó al primero de los gobiernos del Frente Amplio se explica en buena medida por la densa acumulación programática realizada durante décadas por la izquierda uruguaya.

A pesar de estos ejemplos, la vieja tendencia a la improvisación se empecina en renacer (primero ganamos, después vemos). El 1° de marzo de 2020 está a la vuelta de la esquina. Es posible que el FA se las ingenie para volver a triunfar. Pero nadie debería descartar una victoria de la oposición. No puedo dejar de preguntarme en voz alta si los dirigentes de la oposición se están preparando adecuadamente para la eventualidad del triunfo. Dado que blancos y colorados, en caso de ganar, están condenados a gobernar juntos, y teniendo en cuenta que sus agendas y propuestas de gobierno tienen una amplia zona de coincidencia, ¿por qué no generan condiciones para que sus elencos técnicos empiecen a cooperar con anticipación en el diseño de las alternativas de políticas?

Hay algunas señales, todavía muy débiles, que van en esa dirección. Sin pretender ser exhaustivo, solamente a modo de ejemplo, menciono dos que me llamaron la atención. Hace un par de semanas, la fracción Vamos Uruguay del Partido Colorado que lidera Pedro Bordaberry organizó un debate de alto contenido técnico sobre gobernanza de las empresas públicas. Este tipo de eventos ayuda a ir más allá de las consignas y a profundizar en los instrumentos concretos. La semana pasada, en un extenso reportaje en Búsqueda, Jorge Larrañaga volvió a insistir en que la oposición tiene que trabajar en conjunto, desde ya, en la formulación de una “agenda” superadora del FA. Otra buena idea. Pero, al menos por ahora, no alcanzo a percibir cómo se concretará.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)