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20.05.16

Sobre golpes de estado y dictaduras: «Las palabras no entienden lo que pasa» (*)

La destitución por 180 días de la presidenta Dilma Rousseff, sustituida en el gobierno por su compañero de fórmula presidencial, Michel Temer, es calificada por algunos políticos y analistas de la región como golpe de Estado.
Por Hugo Machín Fajardo

El concepto “Golpe de Estado” indisolublemente unido al de “dictadura”, en los últimos tiempos ha ganado espacio en algunos análisis sobre Latinoamérica. El miércoles 18, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, utilizó ambos términos en una comunicación pública dirigida al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Que nadie cometa el desatino de dar un golpe de Estado en tu contra, pero que tú tampoco lo des”, señala Almagro en un párrafo de su carta, para agregar la advertencia a Maduro de que cumpla con la Constitución de Venezuela y no se convierta en un “dictadorzuelo más”.

Maduro respondió con insultos, como es su costumbre, y sostuvo que “la única dictadura [en Venezuela] es la conspiración existente” y que ante la amenaza de que haya “un golpe de Estado” su revolución debe defenderse mediante el decreto de “estado de conmoción interna [que restringe los derechos individuales más de los que ya están constreñidos] para defender la paz y la seguridad”.

Dictadura. Es la forma de ejercer el poder del Estado concentrando facultades extraordinarias en un individuo, un grupo, o una élite.

Los sistemas constitucionales rechazan las dictaduras.

La experiencia histórica del siglo XX demostró que la apelación a la dictadura, sea por gobiernos de facto, como por los autodenominados gobiernos revolucionarios, fracasó. Fue peor el remedio que la enfermedad.

En el imaginario colectivo latinoamericano ambos términos, “golpe de Estado” y “dictadura”, se asocian a violaciones de los derechos humanos, a terrorismo de Estado y ausencia de libertades básicas.

En comunidades de Europa del este; en Rusia; en la actual China comunista; en Corea del Norte; el término “dictadura del proletariado”, significa para millones de personas lo mismo que para los latinoamericanos.

Golpe de Estado. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, en setiembre de 2010, calificó de “intento de golpe de Estado” una huelga policial. Fue algo serio esa revuelta de funcionarios estatales armados, pero parece excesiva la adjudicación de intenciones que entonces le atribuyó el presidente ecuatoriano.

La ex presidenta, hoy procesada y embargada judicialmente, Cristina Fernández de Kirchner, asoció al Poder Judicial de su país con intentos de golpe de Estado. Ella bautizó a ese Poder estatal “el Partido Judicial”, que supuestamente, pretendía desestabilizar a su gobierno y lo calificó de “nuevo ariete contra los Gobiernos Populares, que suplanta al Partido Militar en el rol que, en el trágico pasado, asumiera respecto de Gobiernos con Legalidad y Legitimidad democrática”.(sic) (Febrero, 2015).

La destitución por 180 días de la presidenta Dilma Rousseff, sustituida en el gobierno por su compañero de fórmula presidencial, Michel Temer, también es calificada por algunos políticos y analistas de la región como golpe de Estado.

El secretario general de la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), el colombiano Ernesto Samper, dijo que la destitución temporal de Rousseff es un “golpe de Estado pasivo”.

En importante recordar que Temer fue electo por los millones de ciudadanos que reeligieron a Rousseff en 2013. Que no es un advenedizo proveniente de “la derecha neoliberal”, como se le califica desde distintos sectores políticos y académicos latinoamericanos; sino que en un sistema de coaliciones partidarias, fue llevado al gobierno como el segundo de Rousseff.

Tan es así, que hoy penden sobre Temer acusaciones de corrupción y podría ser imputado de lo mismo que se investiga a Rousseff. Por ejemplo, de haber aceptado dineros ilegalmente obtenido para la campaña electoral reeleccionista que les llevó al poder.

No es serio argumentar que un candidato es válido para ganar en las urnas, pero que llegado el caso, no lo sea para gobernar. Eso es engañar a la ciudadanía, o si no, “las palabras no entienden lo que pasa”.

El canciller uruguayo Rodolfo Novoa ha dicho que la suspendida presidenta de Brasil “tuvo las garantías necesarias”. No habló de golpe de Estado, pese a que al iniciarse la fase final del juicio político a Rousseff, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez fracasó en su intento de obtener de Unasur una declaración de apoyo a Rousseff.

Raúl Castro, heredero familiar de la dictadura del proletariado cubano- es lo que define el programa del Partido Comunista Cubano- sostiene que en Brasil hubo “golpe de Estado parlamentario judicial”. El muerto se asusta del degollado, diría un paisano, pues que un régimen que desconoce desde hace décadas la separación de Poderes, que irrespeta los más elementales derechos humanos de libertad de asociación, de prensa, etc., etc., cuestione un procedimiento establecido por la constitución democrática de otro país…"las palabras no entienden lo que pasa".

En otro contexto, el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, también califica de “golpe de Estado” al procedimiento aprobado por el presidente Juan M. Santos para llegar a la firma de la paz con la guerrilla de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), y convoca a una “resistencia civil” contra un acuerdo que, a su juicio, garantiza la impunidad y emparejan a las Fuerzas Armadas con la guerrilla.

Los 52 años de conflicto interno que desangran a Colombia, han deteriorado la democracia en ese país en múltiples planos. Veamos solamente uno: en estos días sindicatos colombianos y la Federación Estadounidense del Trabajo y el Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO), informan que desde 2011 en que entró en vigencia el TLC entre ambos países, se irrespetan los derechos laborales: 99 trabajadores y defensores laborales fueron asesinados; seis trabajadores secuestrados y hubo 955 amenazas de muerte a quienes quieren ejercer sus derechos, según el documento a ser presentado ante la oficina de Comercio y Asuntos Laborales del Departamento del Trabajo estadounidense.

Y retomando la situación que sufre hoy Venezuela, el ex presidente uruguayo “Pepe” Mujica, evita definir si en el país caribeño su amigo que gobierna es un demócrata, un dictador, un tirano, o un autócrata. Elude una definición pertinente y la sustituye por un pintoresquismo más: [Maduro] “está loco como una cabra”.

Realmente como dijo el poeta, “las palabras no entienden…

(*) Poema del escritor y periodista uruguayo Salvador Bécquer Puig (1939-2009)