13.07.16Movimiento sindical y competencia electoral
(El Observador) El sindicalismo por un lado, luego de tantas décadas enseñando a decir que no y argumentando que es posible dinamizar la economía sin contener los salarios y el gasto público, no tiene margen para llamar a la paciencia a los trabajadores. Por el otro, insistiendo con paros y movilizaciones impide que el gobierno contenga la inflación, mantenga el grado inversor y reactive la economía, corre el riesgo de facilitar la derrota del FA en 2019. Por Adolfo Garcé		
		
		
(El Observador) El movimiento sindical fue, durante un siglo, una palanca fundamental  en la construcción y reproducción del inmenso poder político y  electoral de la izquierda. En el contexto actual, sin embargo, y mal que  le pese a la dirección de la central obrera, la movilización sindical  opera como un obstáculo para la reactivación económica y, por ende, para  la reelección del Frente Amplio en 2019.
No es ninguna novedad  que la militancia de las organizaciones políticas de la izquierda  uruguaya jugó un papel decisivo en el desarrollo del movimiento  sindical. Anarquistas, comunistas y socialistas, entre otros,  organizaron sindicatos y negociaron, paso a paso, la unidad  organizacional, plasmada hace 50 años en la Convención Nacional de  Trabajadores (CNT). Desde luego, no faltaban las discusiones tácticas y  estratégicas. Pero, a medida que fue creciendo el peso del Partido  Comunista en los sindicatos, es decir, desde mediados de la década de  1950 en adelante, la orientación política de la CNT convergió cada vez  más claramente con la estrategia “frentista” impulsada con tenacidad por  los comunistas uruguayos. El movimiento obrero, combinando  reivindicaciones económicas (salario y empleo) con demandas políticas  (cambios estructurales “antioligárquicos y antiimperialistas”), debía  contribuir a convertir en “sentido común” el programa de cambios de la  primera fase de la revolución uruguaya. Cuando se observa el proceso  desde esta perspectiva resulta analíticamente imposible separar la  actividad del movimiento sindical y la consagración de la unidad  política de la izquierda en el FA (1971).
Después de la dictadura  la convergencia entre sindicatos y FA se mantuvo. La capacidad de  movilización del PIT-CNT (nuevo nombre de la vieja central) tuvo una  trayectoria cambiante. Emergió fortalecido de la dictadura y, pese a la  buena relación personal y política entre Rodney Arismendi (secretario  general del PCU) y Julio María Sanguinetti (presidente entre 1985 y  1990) y a la paciente actuación del ministro de Trabajo de la época,  Hugo Fernández Faingold, sometió al gobierno de la transición a una  presión social extraordinaria. Con el derrumbe del “socialismo real” se  derrumbó el PCU. Con el “ajuste estructural”, en tiempos de la  presidencia de Luis Alberto Lacalle (1990-2995) se dejó de convocar a  los Consejos de Salarios. El movimiento sindical perdió influencia.  Recién se convirtió, otra vez, en un actor muy importante cuando la  crisis 1999-2002 golpeó con toda su fuerza. La recordada “marcha a Punta  del Este” en enero de 2002 convirtió a la nueva camada de dirigentes  sindicales (como Juan Castillo, actual director de Trabajo) en  protagonistas del debate público.
En el largo plazo, por tanto,  el movimiento sindical contribuyó en medida muy significativa a la  victoria de Tabaré Vázquez en 2004. Durante los primeros dos gobiernos  frenteamplistas, en perfecta sintonía con el “ala izquierda” del FA, el  PIT-CNT administró cuidadosamente la intensidad de la movilización  buscando conciliar tres objetivos: maximizar la distribución del  ingreso, inclinar hacia la izquierda la política económica y lograr la  reelección del FA. La cúpula sindical logró “perforar” la política  económica del equipo astorista. Contribuyó a bloquear el TLC con EEUU  (hace 10 años) y a debilitar la disciplina fiscal (el equipo económico  hizo lo que pudo para evitar el incremento del déficit). Pero no alcanzó  a torcer el rumbo. Tanto peso en el platillo de la distribución del  ingreso, en pleno boom de las commodities y de la inversión extranjera,  no impidió que, en el otro platillo, la economía viviera un despegue sin  precedentes.
A partir de 2014, el brusco cambio en el entorno  regional y mundial colocó a la cúpula político-sindical del PIT-CNT ante  un dilema extraordinario. Por un lado, luego de tantas décadas  enseñando a decir que no y argumentando que es posible dinamizar la  economía sin contener los salarios y el gasto público, no tiene margen  para llamar a la paciencia a los trabajadores. Los dirigentes sindicales  que se muestren demasiado flexibles y componedores con el gobierno  corren el riesgo de perder apoyo en sus bases. Por el otro, si  insistiendo con paros y movilizaciones la dirección sindical termina  impidiendo que el gobierno contenga la inflación, mantenga el grado  inversor y reactive la economía, corre el riesgo de facilitar la derrota  del FA en 2019. La economía no determina la política. Pero a nadie se  le escapa que influye de modo significativo en las decisiones de los  electores.
Con el paro general convocado para mañana, el PIT-CNT  pretende evitar la baja de los salarios y la postergación de gastos e  inversiones prevista en la Rendición de Cuentas. La política comercial,  curiosamente, no forma parte de su plataforma. Me pregunto hasta cuándo.  Es notorio que la cancillería, liderada por un muy activo Rodolfo Nin  Novoa, está haciendo un esfuerzo extraordinario para romper el  “corralito” del Mercosur, como solía decir Jorge Batlle durante su  presidencia. El gobierno, mucho más después del brexit,  pone proa al Pacífico. Los desarrollistas, que son mayoría en la  bancada parlamentaria del FA y en la dirección del movimiento sindical,  temen desde siempre que la apertura conspire contra la “transformación  productiva”, es decir, contra la postergada transformación del perfil  exportador del país. Lo que no está claro, al menos por ahora, es hasta  dónde están dispuestos a llegar en su oposición a la apertura en el  contexto económico y político actual.
 
(El Observador) El movimiento sindical fue, durante un siglo, una palanca fundamental en la construcción y reproducción del inmenso poder político y electoral de la izquierda. En el contexto actual, sin embargo, y mal que le pese a la dirección de la central obrera, la movilización sindical opera como un obstáculo para la reactivación económica y, por ende, para la reelección del Frente Amplio en 2019.
No es ninguna novedad que la militancia de las organizaciones políticas de la izquierda uruguaya jugó un papel decisivo en el desarrollo del movimiento sindical. Anarquistas, comunistas y socialistas, entre otros, organizaron sindicatos y negociaron, paso a paso, la unidad organizacional, plasmada hace 50 años en la Convención Nacional de Trabajadores (CNT). Desde luego, no faltaban las discusiones tácticas y estratégicas. Pero, a medida que fue creciendo el peso del Partido Comunista en los sindicatos, es decir, desde mediados de la década de 1950 en adelante, la orientación política de la CNT convergió cada vez más claramente con la estrategia “frentista” impulsada con tenacidad por los comunistas uruguayos. El movimiento obrero, combinando reivindicaciones económicas (salario y empleo) con demandas políticas (cambios estructurales “antioligárquicos y antiimperialistas”), debía contribuir a convertir en “sentido común” el programa de cambios de la primera fase de la revolución uruguaya. Cuando se observa el proceso desde esta perspectiva resulta analíticamente imposible separar la actividad del movimiento sindical y la consagración de la unidad política de la izquierda en el FA (1971).
Después de la dictadura la convergencia entre sindicatos y FA se mantuvo. La capacidad de movilización del PIT-CNT (nuevo nombre de la vieja central) tuvo una trayectoria cambiante. Emergió fortalecido de la dictadura y, pese a la buena relación personal y política entre Rodney Arismendi (secretario general del PCU) y Julio María Sanguinetti (presidente entre 1985 y 1990) y a la paciente actuación del ministro de Trabajo de la época, Hugo Fernández Faingold, sometió al gobierno de la transición a una presión social extraordinaria. Con el derrumbe del “socialismo real” se derrumbó el PCU. Con el “ajuste estructural”, en tiempos de la presidencia de Luis Alberto Lacalle (1990-2995) se dejó de convocar a los Consejos de Salarios. El movimiento sindical perdió influencia. Recién se convirtió, otra vez, en un actor muy importante cuando la crisis 1999-2002 golpeó con toda su fuerza. La recordada “marcha a Punta del Este” en enero de 2002 convirtió a la nueva camada de dirigentes sindicales (como Juan Castillo, actual director de Trabajo) en protagonistas del debate público.
En el largo plazo, por tanto, el movimiento sindical contribuyó en medida muy significativa a la victoria de Tabaré Vázquez en 2004. Durante los primeros dos gobiernos frenteamplistas, en perfecta sintonía con el “ala izquierda” del FA, el PIT-CNT administró cuidadosamente la intensidad de la movilización buscando conciliar tres objetivos: maximizar la distribución del ingreso, inclinar hacia la izquierda la política económica y lograr la reelección del FA. La cúpula sindical logró “perforar” la política económica del equipo astorista. Contribuyó a bloquear el TLC con EEUU (hace 10 años) y a debilitar la disciplina fiscal (el equipo económico hizo lo que pudo para evitar el incremento del déficit). Pero no alcanzó a torcer el rumbo. Tanto peso en el platillo de la distribución del ingreso, en pleno boom de las commodities y de la inversión extranjera, no impidió que, en el otro platillo, la economía viviera un despegue sin precedentes.
A partir de 2014, el brusco cambio en el entorno regional y mundial colocó a la cúpula político-sindical del PIT-CNT ante un dilema extraordinario. Por un lado, luego de tantas décadas enseñando a decir que no y argumentando que es posible dinamizar la economía sin contener los salarios y el gasto público, no tiene margen para llamar a la paciencia a los trabajadores. Los dirigentes sindicales que se muestren demasiado flexibles y componedores con el gobierno corren el riesgo de perder apoyo en sus bases. Por el otro, si insistiendo con paros y movilizaciones la dirección sindical termina impidiendo que el gobierno contenga la inflación, mantenga el grado inversor y reactive la economía, corre el riesgo de facilitar la derrota del FA en 2019. La economía no determina la política. Pero a nadie se le escapa que influye de modo significativo en las decisiones de los electores.
Con el paro general convocado para mañana, el PIT-CNT pretende evitar la baja de los salarios y la postergación de gastos e inversiones prevista en la Rendición de Cuentas. La política comercial, curiosamente, no forma parte de su plataforma. Me pregunto hasta cuándo. Es notorio que la cancillería, liderada por un muy activo Rodolfo Nin Novoa, está haciendo un esfuerzo extraordinario para romper el “corralito” del Mercosur, como solía decir Jorge Batlle durante su presidencia. El gobierno, mucho más después del brexit, pone proa al Pacífico. Los desarrollistas, que son mayoría en la bancada parlamentaria del FA y en la dirección del movimiento sindical, temen desde siempre que la apertura conspire contra la “transformación productiva”, es decir, contra la postergada transformación del perfil exportador del país. Lo que no está claro, al menos por ahora, es hasta dónde están dispuestos a llegar en su oposición a la apertura en el contexto económico y político actual.
