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02.12.16

El asilo contra la opresión

(El Líbero) Los progresistas de Starbucks no entienden la complejidad que esconde el fenómeno de la inmigración y los efectos diferenciados que tiene la presencia de inmigrantes indocumentados —o con documentos conseguidos a través de contratos de trabajo truchos— en distintos niveles de la sociedad.
Por Patricio Navia

(El Líbero) La polémica generada por la propuesta del senador Manuel José Ossandón de reformar la extremadamente laxa política migratoria que existe en Chile ha devenido en una oportunidad para caricaturizar las posturas clásicas de la izquierda y la derecha. Mientras la derecha es acusada de injustamente asociar la inmigración ilegal a la delincuencia, la izquierda es acusada de un elitismo pequeño burgués que desconoce la compleja realidad que presenta, especialmente en zonas urbanas de bajos ingresos, el arribo de inmigrantes indocumentados.

Pero como toda polémica es también una oportunidad, el debate sobre la política migratoria del país debiera ser aprovechado por la izquierda para inducir a la derecha a aceptar que el mercado no es capaz de regularse solo, y por la derecha para ganarse la confianza de esos sectores populares que ven en el rápido crecimiento de los inmigrantes una amenaza.

Varios apuntan a Ossandón como el responsable de poner la migración ilegal al centro del debate. Pero si bien él encendió la mecha, la paja seca se venía acumulando desde hacía tiempo. Ossandón solo llevó a la elite una discusión que estaba presente en decenas de barrios en Chile. Por otro lado, si no hay agua en la piscina para un tema, nadie le va a poner atención a lo que diga un político. El debate que gatilló Ossandón prendió precisamente porque es un tema que preocupa a muchas personas.

Para la elite, especialmente para la izquierda elitista que aspira a que Chile sea cada vez más globalizado, la presencia de inmigrantes demuestra más pluralismo y diversidad. Así como, para algunos, tener amigos homosexuales y veganos ejemplifica valores pluralistas, aceptar la inmigración indocumentada demuestra mayor tolerancia. Pero esos progresistas de Starbucks no entienden la complejidad que esconde el fenómeno de la inmigración y los efectos diferenciados que tiene la presencia de inmigrantes indocumentados —o con documentos conseguidos a través de contratos de trabajo truchos— en distintos niveles de la sociedad. Para alguien de más ingresos, la presencia de indocumentados resulta en costos laborales más bajos, al haber más trabajadores eficientes dispuestos a trabajar por menores sueldos (y vaya que los inmigrantes están dispuestos a hacer sacrificios que los nacionales jamás harían). Para los chilenos de menos ingresos, los inmigrantes constituyen una amenaza directa a su ya precaria condición laboral y económica.

Los inmigrantes indocumentados no se atienden en clínicas privadas. Aquellos con documentos (o visa de trabajo en tramitación) compiten con los chilenos por las escasas horas de atención en los consultorios y por los servicios públicos que ya son de baja calidad. Esos inmigrantes documentados, indocumentados o maliciosamente documentados hacen subir los costos de la vivienda y hacen bajar los sueldos, especialmente en sectores menos calificados. El temor al otro, que ya era alto en Chile, se exacerba cuando ese otro es extranjero, y es fácilmente reconocible como tal porque no habla el idioma o por el color de su piel.

Afortunadamente, el debate sobre la creciente ola migratoria que está llegando a Chile también constituye una oportunidad. La derecha ahora quiere que el Estado ejerza un mayor rol regulatorio.  Habiendo históricamente preferido que el mercado lo regule todo, esta nueva postura de la derecha abre una oportunidad para mejorar los marcos regulatorios en otros ámbitos del quehacer cotidiano. A su vez, dado que la izquierda ha tenido más apoyo en los sectores populares por su discurso a favor de ampliar los derechos y mejorar los servicios públicos, su postura contra establecer reglas más estrictas para regular el ingreso de turistas, que llegan con la clara intención de quedarse a vivir primero y regularizar sus documentos después, le abre una oportunidad a la derecha para competir por el apoyo popular. Después de todo, la izquierda aparece incapaz de entender que el rápido crecimiento de la población inmigrante genera preocupación en esos mismos sectores populares que ella dice querer representar.

Es verdad que también existe el riesgo de que esta discusión alimente el discurso nacionalista y xenófobo. De poco sirve aludir a que Chile es un asilo contra la opresión toda vez que es imposible que el país pueda recibir a todos los latinoamericanos que quieren salir de sus países. Tampoco sirven las soluciones facilistas que creen que el único camino es la deportación de los indocumentados. Por eso, la clase política debe responder con argumentos razonables y propuestas pragmáticas ante el creciente número de personas que llegan al país como turistas y se quedan a vivir. Después que el movimiento No+AFP puso un tema en la mesa, pero no pudo articular una propuesta viable de solución, el movimiento No+inmigrantes ha puesto otro tema en el debate público. Ahora deben proponer una forma de abordar el problema.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)