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21.01.19

El regreso de los populismos y la trinidad autoritaria: la democracia en América Latina según The Economist

En Latinoamérica no podemos dar un paso hacia delante sin dar un paso atrás. Con entusiasmo se recibió la noticia que Costa Rica pasó de ser una democracia defectuosa a una plena, uniéndose a Uruguay como los únicos países de la región con esa calificación. Pero, por otro lado, es lamentable la caída de Nicaragua junto con Venezuela y Cuba.

Junto a un nuevo año vienen los balances y en Latinoamérica debemos admitir que durante el 2018 nuestros países en conjunto se siguen volviendo menos democráticos. Si nos basamos en el Democracy Index elaborado por The Economist, nuestra región en un año cayó a 6.24, una cifra lejana a la que tiene América del Norte, que con sus 8.56 ostenta ser la mejor ubicada en el ranking.

Para medir la calidad democrática de cada país, este ranking mide cinco aspectos: cultura política, participación política, libertades civiles, proceso electoral y pluralismo, y el funcionamiento del gobierno (que tiene en cuenta transparencia y corrupción). Durante el 2018 en América Latina subieron los primeros dos, pero cayeron los últimos tres. Mezclando los resultados se puede ser de mayor a menor una democracia plena, una defectuosa, un régimen hibrido, o un autoritarismo.

Parece que como conjunto en Latinoamérica no podemos dar un paso hacia delante sin dar al mismo tiempo un paso atrás. Con gran entusiasmo se recibió la noticia que Costa Rica pasó de ser una democracia defectuosa a una plena, uniéndose a Uruguay como los únicos países de la región con esa calificación. En este sentido, lo que marcó la diferencia fue el mayor apoyo público que los costarricenses dieron al sistema democrático. Pero, por otro lado, es lamentable la caída de Nicaragua formando una autoritaria trinidad junto con Venezuela y Cuba.

Vale recalcar el caso de Nicaragua. Poco le sirvió al presidente Daniel Ortega el poder que hacía años venía concentrando para impedir que una protesta de estudiantes contra las reformas en el sistema de pensiones termine transformándose en la mayor movilización que vivió el país desde los ochenta. Por el contrario, sí le fue de utilidad todo ese poder a la hora de ejecutar una terrible represión que tuvo como resultado más de 300 muertes y 500 prisioneros políticos.

Así las cosas, el 2018 fue un año particularmente desafiante a causa de los ocho cambios de gobierno que se vivieron en la región. En este apartado las noticias son buenas, ya que las rotaciones fueron pacificas y con mayor cantidad de votos, lo que demuestra mayor participación ciudadana. Sin embargo, lo sorpresivo fueron los resultados. Cansados de corrupción, crimen y pobreza los votantes de México y Brasil se decantaron por una vuelta a los populismos que muchos ya daban por muertos.

Ambos casos son distintos, y uno más peligroso que otro. A simple vista se puede tener la idea que la presidencia del populista de derecha Jair Bolsonaro con su historial de comentarios racistas, misóginos y homofóbicos constituye una mayor amenaza a la democracia de su país que la del izquierdista López Obrador en el suyo. No obstante, el análisis que hace The Economist es que Bolsonaro tiene un poder muy limitado. Sólo cuenta con un 10% del congreso y va a estar obligado a formar acuerdos con otros partidos. En contraste, López Obrador tiene el potencial para transformarse en el amo y señor del Estado mexicano al contar con mayoría en ambas cámaras. Como si no fuera suficiente, promete hacer uso de consultas populares no oficiales que le permitirían pasar por alto al poder legislativo.

Desde la creciente desigualdad social hasta la arrolladora inteligencia artificial, a Latinoamérica se le presenta un futuro lleno de desafíos, entre ellos el de resolverlos democráticamente. Costa Rica muestra que las mejoras son posibles, pero la permanente crisis de Nicaragua y Venezuela también revelan que el fondo no existe y que siempre se puede estar peor. Habrá que recordar que la democracia es algo que se construye día a día, y que no podemos dar por descontada.